Inglaterra llegaba a la Eurocopa de 1988 en la cima del fútbol europeo. Su papel en la Euro anterior en Francia había sido malo, cayendo en la primera fase, pero la clasificación casi inmaculada de los Pross en la fase preliminar había ilusionado a los hinchas británicos

Sin la posibilidad de los clubes de jugar en competiciones europeas por la tragedia de Heysel la selección dirigida por Bobby Robson fue el embajador del fútbol británico en los campos europeos.  En un grupo de clasificación formado por Yugoslavia, Irlanda del Norte y Turquía los Pross masacraron a sus rivales y consiguieron clasificarse primeros tras ceder únicamente un empate, ante Turquía en Izmir, y un gol. Los otomanos lograron igualar en casa pero recibieron una goleada escandalosa en Wembley. Un 8-0 que mostraba la candidatura inglesa al cetro continental.

La última de Shilton

La fase final, que se disputó en la República Federal de Alemania, era la última de Peter Shilton. El capitán inglés, el hombre que había encajado el gol tramposo de Maradona y el mejor tanto de la historia del fútbol, el guardameta eterno llegaba a Alemania cerca de lograr la centena de encuentros al frente de los Pross. Esa cifra redonda sería el único “título” que logaría Inglaterra en esta competición.

Emparejada en un grupo durísimo con la artística Holanda de Van Basten y Gullit, con la rocosa Unión Soviética, que al final jugarían la final en Münich, y con Irlanda Inglaterra tenía esperanzas de hacer un gran papel después de su imponente fase preliminar.

Robson apostó por la veteranía de Shilton para comandar a un grupo joven en el que sobresalían el delantero del Barcelona Gary Lineker, el medio del Liverpool John Barnes y el del Manchester United Bryan Robson y el defensa del Arsenal Kenny Sansom. Un conjunto de garantías en el que ya asomaban promesas emergentes, que luego serían autéticas leyendas del fútbol de las Islas, como Adams.

"Lineker, Barnes, Robson y Shilton eran las estrellas del combinado inglés"

Sin embargo, Inglaterra no tuvo su torneo. Ni el juego, ni los goles ni los arbitrajes fueron favorables a los Pross que perdieron los tres partidos. En el primero de ellos, ante Irlanda, los ingleses eran favoritos ante los verdes, que participaban por primera vez en una fase final de una Eurocopa. Irlanda sorprendió a Inglaterra con un tanto de Houghton, que marcó tras recibir el balón de Aldridge. El resto del partido fue un monologo inglés pero ni Lineker, ni Barnes ni Robson encontraron la forma de batir a Bonner. La derrota fue un duro golpe para el orgullo inglés y lastró al equipo de Robson durante el resto de encuentros.

Inferioridad inglesa

Inglaterra había perdido ante el rival más débil y sus opciones se habían evaporado. La euforia previa había desaparecido al mismo ritmo que las críticas feroces hacia los jugadores y hacia Robson aumentaban. Los partidos ante la Unión Soviética y ante Holanda no eran las mejores opciones para revertir la situación y al final fueron la confirmación de la debacle inglesa.

En Dusseldorf, los Pross sucumbieron, a pesar de empatar Robson el partido tras el descanso, ante el hattrick de la estrella del torneo, Van Basten que clasificó a Holanda y hundió a Inglaterra que tres días después volvió a perder, esta vez en Franckfort, ante la Unión Soviética con un once de circunstancias. Aleinikov adelantó a los soviéticos pero los ingleses y el orgullo de Adams empataron el choque. La tensión competitiva, sin embargo, era de la Unión Soviética y Mikhailichenk y Pasulko certificaron la primera posición del combinado del Este y cerraron la bochornosa actuación inglesa.

Con una selección con grandes nombres Inglaterra volvió a caer en la primera fase. En la peor participación de su historia los ingleses no fueron capaces de ganar ni un solo encuentro y cayeron en los tres. Un serio correctivo y una depresión histórica que no se curó hasta ocho años después cuando fueron anfitriones del torneo.