La Eurocopa de 1980 supuso un punto y aparte en la historia de esta competición. Para esta sexta edición, la UEFA decidió dar una sorprendente vuelta de tuerca y cambiar las reglas que habían regido el torneo hasta la fecha: se aumentó el número de participantes en la fase final de cuatro a ocho y, por primera vez, se decidió fijar una misma sede para disputar todos los partidos.

Esta sede fue Italia, una elección no exenta de polémica y duramente criticada, sobre todo por parte de la República Federal de Alemania (DFB), que acusó al presidente de la UEFA, por aquel entonces el italiano Artemio Franchi, de favorecer a sus compatriotas. Para más inri, el combinado organizador, en este caso la selección ‘azzurra’, se clasificaba de forma automática, mientras que los 31 equipos restantes se tenían que jugar su plaza en la fase previa.

Un equipo de campeones

El combinado inglés se presentó al torneo generando altas expectativas. Para empezar, el conjunto que dirigía Ron Greenwood contaba con tres jugadores del Nottingham Forest, bicampeón de la Copa de Europa en las temporadas 1978/79 y 1979/80 y emblema de la hegemonía del fútbol británico en el viejo continente durante aquella época (los jóvenes Viv Anderson y Garry Birtles, de 23 años, y el veterano guardameta Peter Shilton, de 30, actualmente el futbolista con más participaciones con los ‘pross’, un total de 125).

Además, en las filas de los ‘pross’ también había hasta seis jugadores del Liverpool FC, que se alzaría con el prestigioso torneo europeo al año siguiente (el portero Ray Clemence, los zagueros Phil Neal y Phil Thompson, los centrocampistas Ray Kennedy, Terry McDermott y el delantero David Johnson).

El resto de la plantilla lo completaban futbolistas mayormente de equipos ingleses como el Manchester United (Ray Wilkins, Steve Coppell), el Southampton (Dave Watson), el Crystal Palace (Kenny Sanson) y el West Ham United (Trevor Brooking), así como del Ispich Town, el Tottenham, el Wolverhampton, el Manchester City o el Leeds United.

Con todo, dos de las figuras más importantes del once de Greenwood no pertenecían a la liga inglesa, sino a la alemana. Por una parte, el capitán de la selección de los ‘Tres Leones’ Kevin Keegan, procedente del Hamburgo y finalista de la Copa de Europa ese mismo año con el equipo del norte de Alemania, y por otra, Tony Woodcock, que en 1979 había conseguido ese prestigioso torneo en las filas del Nottingham Forest, justamente contra Keegan, y un año después ocupaba el puesto de delantero en el Colonia alemán.

Una ronda previa arrolladora

Con un equipo así, las expectativas eran muy elevadas. Inglaterra debía pasar por encima de sus rivales, y así lo hizo. Al menos, en las fases previas. Después del sorteo, la selección de los ‘pross’ acabó en grupo 1, donde tenía que competir por una plaza para la Eurocopa de Italia contra Irlanda, Irlanda del Norte, Bulgaria y Dinamarca. No tuvo rival.

Inglaterra cosechó siete victorias y un empate en la previa

A pesar de ello, el primer partido lo ganó con un resultado ajustado (3-4) y sufriendo hasta el final. Inglaterra visitaba al combinado nacional danés en Parken Stadium (Copenhague) el 20 de septiembre de 1978. La victoria era necesaria para empezar con buen pie después de los dos últimos fracasos en Europa, donde los ingleses no lograron ni clasificarse.

Se adelantó el conjunto de Greenwood con dos goles de Keegan, elegido aquel mismo año como ‘Futbolista europeo del año’ por la revista France Football. Sin embargo, un minuto después del segundo tanto del delantero del Hamburgo, Dinamarca recortó distancias de penalti (Simonsen) y, poco después, en el 27’, Arnesen devolvió las tablas al electrónico.

El capitán Keegan fue elegido 'Futbolista europeo del año'

Tuvo que esperar Inglaterra hasta el minuto 51 para volver a adelantarse en el marcador, por mediación de Latchford, y Neal amplió las diferencias a falta de seis minutos para la conclusión del encuentro. Aún así, el combinado danés no daría tregua y Rontved haría el 3-4 apenas un minuto más tarde. El equipo de los ‘tres leones’ supo aguantar su renta hasta el pitido final y se alzó con la primera victoria en su camino a Italia.

Su segundo encuentro tampoco fue sencillo, sino al contrario. Un empate a unos en Dublín frente a la selección de Irlanda parecía indicar que la clasificación no sería tan fácil como podría aparentar a priori. No obstante, a partir de este momento, el equipo nacional de Inglaterra reaccionó y no volvió a conceder ninguna oportunidad. Seis partidos restantes, seis victorias.

En el tercer encuentro, un contundente 4-0 frente a Irlanda del Norte allanó el camino de los pupilos de Ron Greenwood. El resto siguió una tónica similar: victorias de 0-3 contra Bulgaria, 1-0 contra Dinamarca, 1-5 contra Irlanda del Norte y 2-0 en el segundo partido frente a Bulgaria e Irlanda.

Inglaterra lo había conseguido, se había clasificado como primera del grupo A y obtenía su billete para la Eurocopa con unos magníficos registros: 15 puntos (6 más que Irlanda del Norte, segunda), 7 victorias, un empate y ninguna derrota y 22 goles a favor y solo 5 en contra. Por último, el máximo goleador del conjunto inglés en la fase previa fue el capitán Kevin Keegan, con siete tantos en ocho partidos.

El ‘hooliganismo’ ensucia el debut inglés

El 11 de junio de 1980, con el encuentro entre Checoslovaquia y Alemania Federal (0-1) en el Olímpico de Roma se dio por inaugurada la Eurocopa de Italia. Sería ese mismo conjunto alemán quien se alzaría con el campeonato once días después, en el mismo escenario, tras derrotar a la revelación del torneo, Bélgica, gracias a dos tantos de Horst Hrubesch (2-1).

El debut de Inglaterra tuvo que esperar un día más, ya que los ‘pross’ se encontraban en el grupo B, donde competirían contra la anfitriona Italia, España y Bélgica. Por lo tanto, el 12 de junio a las 17:45 horas, el conjunto de Ronald Greenwood se enfundaba su elástica para verse las caras con los ‘diablos rojos’ belgas.

En el debut inglés, la policía tuvo que lanzar gas lacrimógeno contra los 'hooligans'

El campo de batalla era el Estadio Olímpico de Turín, más conocido como Comunale, cuya capacidad en 1980 era para 40.000 personas, pero que apenas albergaba 15.000 almas. Este fue, sin duda, uno de los mayores problemas de esta Eurocopa: la poca afluencia de público en los estadios, salvo en los partidos del combinado local. Incluso en la final del torneo, el Olímpico de Roma, con capacidad para más de 86.500 espectadores, solo acogió a 47.864 hinchas.

En cuanto al partido entre Bélgica e Inglaterra, desgraciadamente este no fue recordado por el empate a unos con el que se saldó el encuentro, sino por los incidentes, ajenos al juego, que tuvieron lugar durante su transcurso. Por aquel entonces, la violencia de los aficionados ingleses, el ‘hooliganismo’, era una de las mayores lacras del fútbol mundial. Una lacra que seguiría impune hasta 1985, cuando la tragedia de Heysel costó la vida de 39 aficionados.

Un gol legal anulado a Woodcock impidió la victoria de los 'pross'

En esta ocasión, la actuación de los ‘hooligans’ ingleses obligó a la policía local a intervenir, lanzando gases lacrimógenos a la grada y teniendo que suspender el partido durante cinco minutos antes del descanso. Sobre el transcurso de este, se adelantó el combinado de los ‘tres leones’ mediante un gran gol de vaselina. Sin embargo, poco le duró la alegría a los ‘pross’, ya que tres minutos después el belga Ceulemans empataría tras una jugada de córner.

En una pobre segunda parte, lo más destacado fue el gol de Tony Woodcock, a priori legal, que el colegiado del encuentro, el alemán Heinz Aldinger, anuló al conjunto de Greenwood, por presunto fuera de juego. Ese tanto les hubiese dado la victoria y les hubiese colocado como líderes de su grupo, ya que España e Italia no pasaron del empate a cero.

Inglaterra cae derrotada ante la anfitriona

Tras el mal sabor de boca del debut, Inglaterra se veía las caras con Italia, la anfitriona del torneo. Eran los años del ‘catenaccio’ y el fútbol defensivo en el país del sud de Europa. A pesar de su escasa potencia ofensiva, Italia pudo imponerse a los ‘pross’ con un gol de Tardelli en el minuto 79.

No obstante, en esta ocasión fue el conjunto de Greenwood quien jugó mejor, con un muy inspirado Keegan a la cabeza. El delantero del Hamburgo buscaba constantemente el juego rápido y vistoso, de combinaciones precisas con sus compañeros, siendo Ray Kennedy y Ray Wilkins sus mejores aliados. Aún así, bien la madera, bien la gran actuación de Dino Zoff, el guardameta italiano, evitaron que Inglaterra se adelantase en el marcador.

Existe una máxima en el fútbol que dice que gana quien marca más goles, no quien juega mejor. Eso le sucedió a la selección de los ‘tres leones’ contra la ‘azzurra’. Italia dispuso de una buena ocasión, y la aprovechó. Durante los últimos diez minutos, el conjunto dirigido por Vicenzo Bearzot, solo tuvo que replegarse y aguantar hasta el pitido final.

El portero Clemence, héroe en la victoria ante España

Con la derrota ante Italia, el combinado inglés ya solo podía aspirar a la tercera posición. Para ello, tenía que vencer a la selección española, que tampoco había conseguido ninguna victoria a lo largo del campeonato. Por tanto, todo cuanto había en juego era el orgullo y el honor de no ser el último clasificado del grupo.

Inglaterra y España se jugaban el orgullo de no acabar últimos

Era una “tarde soleada y algo fresca en el estadio San Paolo de Nápoles”, contaba la prensa española de la época. Empezó muy bien la selección de los ‘tres leones’, pero el portero de España, Luis Miguel Arconada, estuvo acertado para detener dos posibles goles del equipo inglés, pero poco pudo hacer para evitar el tanto de Brooking en el minuto 19.

Tras la reanudación, llegó una de las jugadas decisivas del encuentro: el portero Clemence derribó a Zamora, después de una gran jugada individual del donostiarra. El colegiado señaló pena máxima y el recién ingresado Dani no falló desde los once metros. Sin embargo, trece minutos después, Woodcock volvería a adelantar a los ‘pross’.

Con todo y ello, el equipo español siguió buscando el gol de la igualada. Y lo tuvo en las botas de Dani. Tras el empate, el árbitro señaló un nuevo penalti a favor del conjunto de Kubala. El futbolista del Athletic de Bilbao se acercó al punto de castigo y fusiló al portero inglés. No obstante, hizo una ‘paradinha’ antes del disparó y tuvo que volverlo a repetir, pero en esta ocasión, sin tener tanta suerte. Era el tercer penal que el jugador vasco chutaba en el partido y Clemence estuvo listo y adivinó sus intenciones.

No pudo lograr el empate España en esa ocasión, ni tampoco en el remate que envió Rafael Gordillo a la madera a falta de diez minutos para el final. El combinado español no hizo un mal partido, pero perdonó en exceso. Como el propio seleccionador de Inglaterra, Ron Greenwood, afirmó a la conclusión del encuentro: “Tuvimos la suerte que nos faltó ante Italia”. Con este resultado, el equipo de Kubala regresó a casa sin conocer la victoria, mientras que los ingleses consiguieron su única -e insuficiente- victoria de la fase final del torneo.

Adiós a la Eurocopa, otra vez

El final de la década de los 70 y el principio de los 80 fueron unos años dorados para el fútbol inglés. Entre la temporada 1976/77 y la 1983/84, de las ocho Copas de Europa disputadas, siete fueron para clubes de Inglaterra: cuatro para el Liverpool, dos para el Nottingham Forest y una para el Aston Villa. El único equipo no inglés en alzarse con el trofeo en esta época fue el Hamburgo alemán (82/83).

Entre 1976 y 1983, los clubes ingleses ganaron hasta siete Copas de Europa

No obstante, este gran éxito en los clubes no trascendió para el combinado nacional. La selección de Inglaterra viajó hasta Italia, después de una impecable clasificación previa donde cosechó siete victorias y un empate. Aún así, su actuación no fue cómo muchos esperaban y, si bien es cierto que el conjunto de Greenwood desplegó un gran fútbol, los resultados no acompañaron.

Un desafortunado empate en el debut ante Dinamarca, con un gol legal anulado que habría supuesto la victoria, y una derrota frente a la anfitriona, donde los ‘pross’ fueron muy superiores, condenó a este equipo llamado a cosechar grandes éxitos. Únicamente una victoria contra España en el último encuentro del campeonato sirvió para aliviar los pesares del combinado nacional. Inglaterra había vuelto a fracasar en Europa, otra vez.