Con la Juventus y el Nápoles eliminados en la fase de grupos de la Champions sólo el Milan ha conseguido mantener una bandera italiana girando en por la máxima competición europea. Lo que hace pocos años era poco más que un tránsito para los equipos italianos se celebró en el Giuseppe Meazza como todo un logro y una gesta. Algo tiene que cambiar en el fútbol italiano, urgente y profundamente.

El partido comenzó mal para los italianos desde el minuto uno, tocaba sufrir. Los aficionados debieron de sentir un bajar un escalofrío por la columna nada más leer la alineación. La defensa más concretamente. Constant, Zapata, Bonera y De Sciglio donde hace unos años jugaban Maldini, Stamp, Nesta y Caffú. Con esa defensa, que tantos disgustos ha dado en los últimos tiempos a los suyos, se jugaba el Milan su supervivencia en la Champions. Por suerte para ellos, la defensa cumplió su cometido, sin alardes, pero sin errores. Porteria a cero.

El partido empezó vivo desde el pitido inicial. Ni cinco minutos tardó el Ajax en dar el primer, y el mayor, susto. Los aficionados aún estaban acomodándose en sus asientos cuando Poulsen le ganó la partida a su marcador y lanzó un tiro que se estrelló en el palo. Unos centímetros y hubiera sido el principio del fin del Milan.

El ritmo no bajó y en el minuto 22 una nueva losa fue colocada sobre los hombros de los de Alegri. Montolivo enganchó el tobillo de Poulsen y el árbitro dejó al Milan sin capitán. La entrada no pareció mal intencionada, pero desde luego fue fea y peligrosa. La tarjeta era clarísima. El color era una moneda girando en el aire: rojo, amarillo, rojo, amarillo… fue rojo. Quizás rigurosa, quizás no. Cada uno tendrá su criterio. El árbitro señaló la expulsión y el Milan, que no había prácticamente pisado el área contraria, ni ganas que tenía, encontró la excusa perfecta para echarse atrás. El Shaarawy por Poli (difícil de creer su suplencia) y a cerrarse atrás. Alegri no debió de ver el partido de la Juventus y decidió jugar a la misma ruleta  rusa con la que su compatriota acababa de volarse un pie. 70 minutos por delante, objetivo: un 0-0.

El Ajax controló completa y absolutamente el duelo, el balón vivía en campo milanista y danzaba y se paseaba con pasmosa frecuencia y peligro por los dominios de Abbiati. Centros y más centros, rebotes y más rebotes, tiros y más tiros se sucedían contra la puerta del veterano cancerbero italiano. El Ajax abordaba la nave milanista de manera continua e ininterrumpida.  Cualquiera de esos balones perdidos pudo encontrar una bota oportuna o casual y cambiar el curso del encuentro, pero esta vez la fortuna se vistió  de milanista. El Milan por su parte sólo era capaz de salir de su área cuando Balotelli aguantaba un balón y sacaba una falta. Más real o menos, la falta, ya que el delantero italiano buscaba continuamente el contacto y la caída, sabedor de su soledad. Kaka absolutamente inexistente.

Más de un balón pareció, realmente, entrar en la meta de Abbiati. El Ajax se acercaba a los 30 tiros a puerta, y parecía que el gol era sólo una cuestión de tiempo. Pero la pregunta mágica era: ¿Cuánto tiempo?

Varios cortes de respiración sufrió el estadio. El peor el último, con el tiempo cumplido, en el larguísimo minuto 95, una chilena de Klaassen se fue tan cerca del palo que por unos instantes, infinitos para un milanista, parecía que se dirigía a puerta muy lejos del alcance del portero. Pero se fue fuera, otra más, la enésima.

Al Milan le sobran los dedos de una mano para contar sus tiros a puerta. 

Alegri tuvo un poco más de suerte que Conte y de Boerg echó en falta un Drogba. Así que esta vez el resultado fue diametralmente opuesto. La arena del reloj se agotó y el agónico empate bastó para dar un pasito más en la Champions. Pero sólo uno más. Mucho tiene que mejorar el Milan si quiere seguir escalando la montaña de Europa a codazos con los grandes.

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