El lector veterano, que consuma con cierta regularidad las crónicas que publica este medio sobre fútbol italiano, en general, y sobre la Roma en particular (confiemos en que alguno habrá), vendrá notando en los últimos tiempos una cierta tendencia monotemática. Que si la Loba gana por rutina, que si no tiene rival más allá de la Juventus, que si se impone en sus partidos con suficiencia exagerada, y una serie de argumentos del mismo calibre, tan repetidos que ya corrían el riesgo de convertirse en clichés.

No sería de extrañar, incluso, que algún visitante, aun declarándose giallorosso convencido, estuviera desando ver un traspié del equipo simplemente para poder dar en los morros al cronista. Cosas más raras se han visto. De hecho, nada es demasiado raro si hablamos de Roma, ya sea el club (ese que, siendo local, tiene la ocurrencia de saltar al campo con su tercera camiseta, completamente negra) o la ciudad (esa que espera más de 20 años de obras para tener su tercera línea de metro y el día del estreno sufre una avería).

La realidad, no obstante, es testaruda y se empeña en demostrar, una y otra vez, que los tópicos son ciertos e indiscutibles. Puede ocurrir que venga una potencia extranjera, pongamos un Bayern, y sacuda tal meneo que la resaca llegue de aquí a Nápoles. Pero no cabe duda de que al día siguiente el Sol volverá a salir. Y más si el presunto encargado de nublarlo es un Torino que, con Cerci calentando banquillo a orillas del Manzanares, se ha quedado en la mitad de lo que era en un año notable (no sobresaliente) como el pasado.

¿Y todo esto cómo se come? Pues igual que siempre: fast food. Indicaba el marcador sólo siete minutos cuando un jugador de la Roma metió un buen centro al área desde el costado derecho que otro compañero no tuvo más que empujar al fondo de la red sin oposición alguna. Por la lógica de los esquemas y los dibujos tácticos, cabría pensar que el que dio el pase habría sido el lateral Torosidis y el que remató, algún delantero, por ejemplo Totti. Van tan sobrados los muchachos de Monsieur García que pueden permitirse el lujo de cambiar las posiciones y que el resultado siga funcionando.

No se termina de sentir segura la Loba hasta que no asesta la segunda dentellada. Y suele volver a morder bastante rápido, en ese afán por resolver cuanto antes para tomarse el resto del partido con tranquilidad y economizar energías en un equipo con una media de edad muy cercana a la treintena. A modo de aviso, Pjanic, ya con jerarquía suficiente como para atreverse a lanzar las faltas por delante del mismísimo Totti, estampó un pelotazo en la madera. En la otra área, Quagliarella hizo trabajar un poco a De Sanctis, para evitar disturbios en la grada: el público del Olímpico podría llegar a pensar que el bueno de Morgan gozaba de una localidad privilegiada para ver el partido desde muy cerca, y no sólo sin pagar, sino que además cobrando por ello.

Antes de la media hora, como viene siendo habitual, llegó el segundo. Fue Keita, que se estrenó como goleador con un excelente disparo desde fuera del área, potentísimo, pegado al poste izquierdo de Gillet. Es imposible cansarse de alabar la profesionalidad y la calidad del maliense, que a sus 34 años no sólo se ha ganado la titularidad indiscutible, sino que, en menos de medio año en el club, ya tiene tanta influencia que nadie discute que sea la tercera opción (tras los dos intocables de la casa) para lucir el brazalete de capitán.

Normalmente los locales, con sus dos goles de renta, tienden a dar un paso atrás, controlar el centro del campo y limitarse a dejar pasar los minutos sin molestarse en sudar más de la cuenta. Hoy, sin embargo, vieron la posibilidad de resarcir a su hinchada por los malos resultados de los últimos días, y se mantuvieron un rato más a toda máquina. Así, apenas un rato después se acumularon tres ocasiones casi seguidas de Gervinho, De Rossi y Totti; las dos primeras las desbarató el portero, mientras que la última, que habría abierto informativos en toda Europa de haber entrado, se le fue al Capitano desviada por un pelo. El Toro, por orgullo, intentaba cornear, pero los muletazos le habían dejado sin fuerza y no podía más que esperar al descabello.

Hubo que esperar para verlo a la segunda mitad. Lo hizo Ljajic con la maestría que se le presupone y que tantas veces saca a relucir, con un certero derechazo desde fuera del área que entró por la escuadra tras superar el vuelo de Gillet. El serbio es uno de esos futbolistas que, pese a ser muy buenos, acaban cayendo antipáticos por su indolencia; por eso, no termina de entenderse el gesto que hizo en su celebración, llevándose el índice a la boca, que bien podría significar otra cosa, pero parecía una petición de silencio a un destinatario indeterminado. Es un ruego que, dado su nivel general francamente decepcionante (acciones como la de hoy son excepciones), no está en condiciones morales de hacer. Por suerte, el Capitan Futuro, que sabe cómo ejercer su cargo, saltó sobre él con la doble intención de abrazarle... y de taparle, para evitar más líos.

Pese a tener aún media hora por delante, el partido dio poco más de sí. Lo más interesante, el consabido carrusel de cambios, con el que la hinchada local pudo llevarse una última alegría: el regreso de Kevin Strootman, ausente desde que se destrozó la rodilla en un encuentro contra el Nápoles todavía en la temporada pasada. El neerlandés apenas tuvo tiempo de darse un par de carreras, y evidenció que le falta mucho rodaje para volver al extraordinario nivel que tenía antes de su lesión, pero siempre es positivo ver que el fútbol ha recuperado a uno de los peloteros con más porvenir del panorama internacional.

Este relato podría cerrarse con el recurso tan socorrido de las conclusiones que pueden sacarse tras el pitido final del árbitro. Sería repetitivo. No quedaría más remedio que decir lo mismo que todas las otras veces que la Roma se ha enfrentado a uno de los muchísimos rivales claramente inferiores que abundan en la Serie A, así que permitan que nos lo ahorremos. Quédense con que, pasado el par de semanas catastróficas, todo ha vuelto a la brillante pero previsible normalidad.

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Sobre el autor
Luis Tejo Machuca
Mi mamá me enseñó a leer y escribir; a cambio yo le di mi título de Comunicación Audiovisual de la URJC para que lo colgara en el salón, que dice que queda bonito. Redactor todoterreno, tirando un poco más para lo lo futbolero, sobre todo de Italia y alrededores. Locutor de radio (y de lo que caiga) y hasta fotógrafo en los ratos libres. Menottista, pero moderado, porque como dijo Biagini, las finales no se merecen. Se ganan.