El coliseo al que nadie quiere saltar. Ni los grandes campeones. Ni los combinados más brillantes. Ni los jugadores más virtuosos. Ese terror a un territorio ingobernable lo cautiva el Cholo como pocos, aún sin el alma que impregna la afición colchonera a su flamante feudo. En esta ocasión era el vigente Rey de Europa quien visitaba el Metropolitano. El Bayern de Múnich se permitía el privilegio de dejar en Alemania a Neuer, Lewandowski y Goretzka tras materializar su liderato y clasificación con el puño de hierro que le caracteriza. Nübel, Sarr, Süle, Lucas Hernández, Alaba, Javi Martínez, Musiala, Sané, Arrey-Mbi, Douglas Costa y Choupo-Moting formaban la versión más conservadora de Hansi Flick.

La victoria del Salzsburgo ponía al Atlético al borde del precipicio, lo que impregnaba al choque un aroma sumamente dramático. Oblak, Trippier, Savic, Giménez, Hermoso, Koke, Saúl, Carrasco, Llorente, Correa y Joao Félix fueron los gladiadores elegidos por Simeone para acometer el asalto al gigante bávaro.

La necesidad desequilibra la balanza

Si el Atlético de Madrid había experimentado un vuelco a su estrategia táctica, los germanos se ordenaron calcando el 3-5-2 de su contrincante con Süle, Alaba y Lucas como defensores de la retaguardia. Sin embargo, la ausencia de sus grandes estandartes dejó al Bayern sin su valentía a la hora de ejercer la presión. Por su parte, el Atlético se refugió en sus dominios cuando la posesión era ejercida por los de Baviera. La recuperación inyectaba intensidad, pero las ocasiones no se materializaban en ningún frente. Joao se revelaba ante la rigidez, conectando con Correa una asistencia que ejecutó mal el argentino. Su participación despertaba la ofensiva rojiblanca. Un taconazo hacia Carrasco dejó al belga con el carril liberado para desplegar su disparo. Salió lamiendo el palo corto de Nübel. Instantes después sería él quien se hiciera con el mando del gol. Marcos Llorente atacó la línea de fondo hasta el límite, donde encontró al portugués irrumpiendo en el primer palo derribando las líneas enemigas. Toque sutil del luso para asestar el primer golpe.

El Atlético celebrando el 1-0 / FOTO: UEFA
El Atlético celebrando el 1-0 / FOTO: UEFA

La pizarra de Simeone desconectó al Bayern, que veía impasible como era desbordado por la vehemencia colchonera. Musiala era el único soldado que se aventuraba a modificar el curso de la historia. Con el desparpajo de un joven de 17 años y la soberbia de uno de 30, se consolidaba en el medio sosteniendo el peso del monarca europeo. Hasta se atrevió a internarse por el centro, zafándose del que saliera en su búsqueda y probando un potente chut que chocó con el lateral de la red de Oblak.

Musiala deslumbró y acaparó los focos del Bayern / FOTO: UEFA
Musiala deslumbró y acaparó los focos del Bayern / FOTO: UEFA

Süle peleaba con todo aquel que atacaba su espalda, pero la figura de Joao Félix emergía con una magnitud incontestable para cualquier oponente. El portugués dotaba a la guerra de la pausa e ingenio exactos para desmantelar al Bayern. Marcos Llorente y Carrasco por los costados se posicionaron como sus más fervientes aliados, aunque sin el acierto necesario de cara a puerta. Se llegaba al descanso con Carrasco dolido tras una dolorosa barrida que le asestó Bouna Sarr. Su tobillo resistió, lo que le posibilitó volver a ser de la partida en la segunda parte.

Müller usurpa la clasificación

Los alemanes desplegaron su faceta más sobria, dejando síntomas de una inmovilidad alimentada por la falta de motivación con la que salió al terreno de juego. Ningún disparo entre los tres palos lo manifestaba. 

La reanudación de la contienda dotó a los de Múnich de un mayor protagonismo, insuficiente para atemorizar a los momentáneos vencedores. El espacio que Sarr dejaba a su espalda situó a Joao Félix en una trinchera amoldada a su estilo. La diagonal dibujada desde el costado, junto a la versión más inspirada de Correa, continuó causando problemas a la zaga de Baviera.

Joao Félix en una de sus arrancadas / FOTO: Atlético de Madrid
Joao Félix en una de sus arrancadas / FOTO: Atlético de Madrid

Sin la invasión de los carriles centrales como de costumbre, Flick cambió tres piezas del tablero. Javi Martínez, Bouna Sarr y Arrey-Mbi dejaron el verde por Müller, Gnabry y Chris Richards. El veterano combatiente alemán fue el encargado de dotar de identidad de nuevo a los suyos. El equipo recobró la garra que lo llevó a arrollar en el Allianz Arena al propio Atlético (4-0) y la autoridad volvió a caer de su lado. El aliento que escaseaba en los rojiblancos rebosaba en cada uno de los hombres de negro. Joao Félix seguía agarrando el balón con primorosa superioridad, pero sin la chispa necesaria para desestabilizar al campeón, apagada con el devenir de los minutos.

El sorprendente desempeño de Musiala le llevó a desfondarse hasta el minuto 75, momento en el que Stiller apareció para ocupar el medio campo. Simeone inició los relevos de manera forzada con la lesión de Giménez, roto tras un despeje de balón. Felipe le suplió, y fue él quien cayó en la trampa que Müller le brindó en el área. Con veneno se introdujo el capitán en el área rojiblanca. Picó el brasileño y la pena máxima fue transformada por el propio Müller a falta de cuatro minutos.

La estrategia dejaba al equipo sin energía en los instantes finales. Un mayor castigo ofensivo a su oponente hubiera servido.  Sin embargo, el Bayern quedó vivo a pesar del arrollo al que había sido sometido. La agonía pasó al otro lado, y la defensa de la clasificación no pudo cosecharse. Lemar, Hector Herrera y Lodi salieron a perseguir una victoria que los desterrara del sufrimiento en la última jornada. Con el descuento cumplido, el villano fue Felipe de nuevo. Peinó Lemar el córner al segundo palo, donde apareció el zaguero sin acierto para rematar en boca de gol.

Momento del penalti de Felipe sobre Müller / FOTO: Bayen
Momento del penalti de Felipe sobre Müller / FOTO: Bayen

Concedió muy poco el Atlético de Madrid, lo suficiente para un tal Müller, que atraviesa una de las etapas más prolíficas de su carrera. Su incorporación a un conflicto sumamente desequilibrado decantó de nuevo la balanza hacia Alemania. Leyó las necesidades, hostigó los déficits del rival y extendió la histórica imbatibilidad marcada por el Bayern en el campeonato. Los hombres de Simeone arrimaron el hombro y sometieron durante 70 minutos a los germanos. Sin contundencia, sin fortuna ni recompensa, con la agridulce sensación de haber dejado marchar un billete que en Austria será caótico.