Nueva debacle del Real Valladolid, que se mostró como un equipo que no sabe mantenerse concentrado y desplegar un buen fútbol durante todo un encuentro. Ante el Celta de Vigo fueron dos minutos en los que todo el castillo se derrumbó debido a que los vigías estaban a otra cosa. Del minuto 37 al 39 se formó la tormenta perfecta que dejó el barco pucelano zozobrando con la esperanza de quedarse en la orilla de Primera División. Pero tras lo visto eso parece un paraíso inalcanzable, una meta hasta la que el Valladolid ha demostrado no tener mimbres para llegar.

Antes de los dos minutos fatídicos, el equipo de Juan Ignacio Martínez ya mostró debilidad y vulnerabilidad ante el poderoso ataque vigués. Entre la espalda de los centrocampistas y la línea de defensa el Celta encontraba dónde hacer daño. El Valladolid no encontraba antídoto ante la movilidad de Orellana, Charles o Nolito y el daño amenazaba con ser mortal si no se ponían remedios.

A pesar de rondar el gol con dos disparos a los postes y otro par de manos a mano que no encontraron puerta por poco el Celta veía que el Real Valladolid llegaba arriba con las ganas de meter el miedo en el cuerpo de los gallegos. La movilidad de Guerra con desmarques a la espalda de la defensa y la velocidad y habilidad de Larsson y Bergdich alegraban la cara de un equipo que necesitaba sumar de tres para no descolgarse en la vital carrera de la permanencia.

Pero esos tímidos acercamientos del Valladolid eran como si un gato de poca edad te intenta arañar. Sientes sus uñas e intenciones de herir pero a penas logran crear una rojez digna de preocupación. Por lo tanto, ante un Valladolid con un ataque imperecedero y una defensa desguarecida el Celta lo vio tan fácil que fue a hacer sangre. No le hizo falta mucha energía, unos cuantos zarpazos bien dados y el Valladolid se instalaba en UVI por debilidad en la retaguardia.

Las ayudas de Larsson y Bergdich a la pareja de la medular llegaban tarde o no llegaban. Eso provocaba una inundación que fue creciendo poco a poco hasta que el casco del buque quebró. Y lo hizo de manera rápida y dejando a la luz las vergüenzas de una embarcación que parece navegar sin capitán, sin timonel y con unos marineros que demuestran haberse perdido las clases iniciales en las que enseñaban a remar.

Los dos primeros cañonazos de los locales tuvieron en Orellana al jefe de operaciones. Dos asistencias para que Nolito, primero, y Charles, después, pusieran al Celta por delante con claridad. La ironía que maneja el fútbol en muchas ocasiones hizo que el primer gol de los vigueses llegase después de una clara ocasión para que Larsson hiciera el 0-1. Pero llegó forzado ante Yoel y el balón no llegó a cruzar la línea de gracias a la interferencia de la defensa.

Tras ese susto el balón llegó a Orellana, que esperaba en la medular del césped de Balaídos. El chileno condujo el cuero con velocidad hasta llegar a la frontal del área de Jaime y puso un pase perfecto al segundo palo para que el ex del FC Barcelona la empujase.

Los acontecimientos que llegaron después de ese gol mostraron la debilidad anímica de un conjunto que manifiesta una falta de liderazgo preocupante y una ausencia de garra impropia de un equipo que se está jugando la vida. El tanto de Nolito fue como una bomba atómica que arrasó todo. El grano que se convirtió en montaña de arena. El molino que se convirtió en gigante.

Sin fuerzas para competir

El equipo se desconectó por completo al borde del descanso y no volvió a aparecer nunca más por Balaídos. Un gol recibido y el Valladolid se transformó en comparsa. Los jugadores decidieron bajar los brazos, relajarse en las marcas y dar por imposible la causa de la victoria. La defensa generaba un hueco claro entre Rueda y Mitrovic, los interiores no apoyaban a los laterales y Óscar deambulaba por el campo esperando que el balón llegase a sus botas por arte de magia. Para reseñar de manera negativa el partido que ha cuajado la pareja de centrales pucelanos. Descoordinados a la hora de trazar la línea de fuera de juego, poco contundentes cuando salían de la defensa y despistados vigilando su espalda. Y Marc Valiente en el banquillo, o calentando en la banda para ver si los titulares se espabilaban. Viejo truco de entrenador que no sirvió para nada.

Si existía una mínima esperanza para que los castellanos intentaran revertir la situación esa pasaba por una charla en el descanso que hiciera a los jugadores sacar el orgullo escondido. Pero eso no ocurrió. Nada se sabe de lo que les pudo decir Juan Ignacio Martínez a sus futbolistas en el vestuario, pero lo que si se plasmó, como la realidad que escupe un espejo, fue que los futbolistas salieron igual de desubicados de lo que se fueron a la caseta. Bien porque el míster decidió que era momento para la autogestión de los propios jugadores o bien porque las palabras de Martínez retumbaron en un lugar vacío sin encontrar destinatario.

Un minuto después de reanudarse el encuentro Rueda volvía a parecerse a un central impropio para un equipo de Primera División y se dejó superar fácilmente por un pase que dejó a Charles de nuevo solo para aumentar la herida visitante. Una magulladura que dos minutos más tarde tuvo su necrosis final con un gol de Mitrovic en propia puerta que dejaba al cadáver de un equipo descompuesto sobre el terreno de juego.

Tras el 4 a 0 el resto careció de importancia. La grada entonaba la añorada A Rianxeira gracias al juego de un Celta de Vigo que pretendía dejar al Valladolid como una caricatura expuesta para el escarnio del público. Los locales se gustaban y los visitantes demostraban no querer jugar ese partido. Las fuerzas albivioletas para continuar en el césped brillaban por su ausencia, como mostró una jugada en la que Bergdich recupera un balón en su área pero se lo entrega a Bermejo, como invitándole a aumentar la mofa. Por suerte Jaime logró despejar el disparo.

En los minutos finales el Valladolid logró estirarse un poco ante el dejar hacer del Celta, que ya se había divertido lo suficiente con su juguete. Así llegó el gol de Manucho. El llamado, con poco acierto, gol de la honra.

Un pudor que no mostró el Real Valladolid en ningún momento en Balaídos y que tiene que recuperar si no quiere verse en Segunda División de manera definitiva. Algo que entra dentro de la lógica después del partido realizado por los hombres de Juan Ignacio Martínez en la noche del lunes. Corren momentos difíciles para un Valladolid que muestra con claridad su candidatura para descender al infierno, lo que no parece preocupar demasiado a una plantilla que ante el Celta se ha mostrado sin garra ni ilusión.

Los goles del partido

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Fotos: La Voz de Galicia