El Valencia que no quería ser el Valencia y el Espanyol que quería volver a ser aquel Espanyol. Dos equipos con objetivos contrapuestos en Liga pero que aspiraban a los tres puntos con líneas divergentes. Si bien el cuadro de Nuno debía ser favorito por su posición liguera, los de Sergio se postulaban como un cuadro más que temible por la simple condición de su localía. Y así fue. A pesar de que los visitantes salieron enchufados y tratando de llevar la iniciativa, ese ímpetu se estrelló contra el palo después de un tiro de Rodrigo. El inicio del encuentro parecía advertir un cambio por parte blanquinegra, pero más que eso fue un simple espejismo que terminó por confirmarse cuando Diego Alves apareció. Se llegaba a la primera media hora de juego y el arquero ché, principal baluarte de la escuadra valenciana fuera de casa, volvía a salvar a su equipo tras un dribbling de Caicedo frente a una indolente defensa vestida de naranja.

El ariete ecuatoriano cerca estuvo de marcar, pero cuando la portería se le abrió de par en par, el portero brasileño marró cualquier tentativa de inaugurar el marcador. Trataron de responder los de la capital del Turia por mediación de Paco Alcácer, pero el joven atacante no contactó de forma perfecta un pase a la espalda de la zaga. Con la izquierda, sin dejar caer el balón, golpeó de empeine total por encima de la portería blanquiazul. Dos ocasiones casi consecutivas que se erigían en una mediocridad de juego debido a las continuas imprecisiones por ambas partes. Equidad trasladada a falta de espectáculo, sin demasiada intensidad y garra errante ejemplificada en la dura entrada de Enzo Pérez que únicamente se saldó con amarilla cuando el castigo pudo ser peor.

Gayá cambió el rumbo del partido en ambas áreas

Precisamente este último, el argentino, fue el elegido por Nuno para ser sustituido en el descanso. André Gomes era el encargado de cambiar el rumbo del encuentro, que tampoco parecía virar mucho en el inicio del segundo tiempo. Asimismo, Negredo debía salir por un lesionado Alcácer con el principal objetivo de marcar para demostrar que los quilates sí tienen gol. No fue un ariete, sino uno de los actores secundarios que venían tras un tiempo de asueto obligado por lesión. Después de una gran combinación en el centro del campo que acabó con una excelsa incorporación de Gayá centrando para que Piatti pudiese desviar el balón lo suficiente para que Pau no pudiese hacer nada. Se adelantaban los visitanes y por aquel entonces se les venía una prueba de madurez para poder mantener una renta que ya desaprovecharon en Granada, Vigo y San Sebastián.

Stuani y Salva Sevilla eran los encargados de conseguir romper la rigidez defensiva valencianista, que excepto en la ocasión de Caicedo era excelsa cuando se sobrepasaba la hora de juego. Asimismo, Nuno quemaba sus balas a falta de veinte minutos con Feghouli por Rodrigo. No tenían efecto las sustituciones en el juego pese a la mayoritaria posesión españolista. E incluso cuando las ayudas habían llegado tarde y Stuani se encontraba ante la meta sin oposición, llegaba el que se erigía en hombre del partido, Gayá. Quedaban diez minutos y el lateral zurdo marraba otra ocasión más que llegaba tras una gran triangulación entre Lucas, Sergio García y el ariete charrúa blanquiazul.

Un aviso que encendió a los locales y la grada en su reciprocidad espoleaba a los suyos contra la meta de Diego Alves. Varios centros pusieron el miedo en el cuerpo del Valencia hasta que el centrocampista más goleador de la Liga, Parejo, realizó un lanzamiento de falta casi perfecto. Perfecto porque desde 30 metros se encontró con el palo y casi, precisamente por eso, porque necesitó del palo y la espalda de Pau para ampliar la ventaja. Un partido que parecía cerrado dado que dos pases demasiado arriesgados permitieron a Sergio García en un uno contra uno recortar distancias. Faltaban cinco minutos y la emoción se apoderó del Power8 Stadium. Podía pasar cualquier cosa, pero al final el Espanyol no dispuso de ninguna ocasión clara y sí el Valencia que mansamente permitió a Pau atrapar para que la renta quedase inmóvil. Los ché lograban al fin ganar fuera de casa y resarcirse de la eliminación copera.

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