El fútbol, demasiado ocupado en perfeccionar y rentabilizar su proceso de modernización, perdió el norte por completo. No supo limitar, o si quiera gestionar, la entrada de entes ajenos al propio deporte, dejando vía libre a individuos y entidades interesadas únicamente en obtener beneficio del negocio balompédico y de su incomparable escaparate. Y de aquellos barros estos lodos. Representantes, agentes, empresas y empresarios de todo tipo, fondos financieros y demás, tomaron las riendas del deporte. Los clubes y las ligas pusieron el foco en las estrategias comerciales, los ingresos, el marketing, las ventas e incluso en las audiencias televisivas de países a miles de kilómetros de distancia de los estadios. Los propios jugadores son hoy empresas, máquinas de facturar. Se perdió para siempre la identidad de un deporte que nunca volverá a ser el que era. La guarnición se comió al solomillo, pero antes le sacó una foto y la subió a su Instagram oficial para obtener más me gustas y clientes potenciales. El fútbol de hoy no es más que un teatro de cartón piedra, en el que basta con rascar un poquito en la superficie del decorado para destapar todo tipo vergüenzas y fechorías. Y no es que el balompié no tenga nada que ver con el teatro, en realidad, la teatralidad es una cualidad inherente al deporte rey, así como a la propia vida. Tragicomedia centenaria, nada representa mejor su encrucijada actual que el símbolo del teatro, Talía y Melpómene, las máscaras de la comedia y la tragedia.

El fútbol, demasiado ocupado en rentabilizar su proceso de modernización, perdió el norte por completo

Por un lado, la máscara de la comedia, representando el teatro original, el romántico, el que pervive a duras penas y que a pesar de que nunca fue ejemplo de nada, conserva el valor de lo auténtico. El teatro de la gambeta y la finta, el del delantero que encarando al portero controla largo, pero estira el pie para desviar ligeramente el balón ante el brazo del guardameta y acto seguido cae como partido en dos por un relámpago invisible. El teatro del defensor, que tras ver el despeje claro y animarse a la patada, se encuentra con la tibia del atacante, y tras el golpe reacciona recriminando un engaño que no se dio, como si de un héroe que protege su impoluto deporte de la trampa se tratara. El del 10, que colmado por una calidad inusual, justifica con falta de inspiración la apatía, y deambula sin pena ni gloria por los pastos hasta que llega alguna tarde de las marcadas en rojo en su calendario. El del portero, que nunca encaja por culpa propia, que siempre encuentra algún error que recriminar a sus centinelas. El del linier, que encarna el papel del hombre seguro de sí mismo, incapaz de fallar, sabedor de que levantar el banderín o no hacerlo depende en muchos casos de su intuición. El del árbitro, que segundos después de darse cuenta de que ha errado decide que compensará al equipo contrario en cuanto tenga la menor posibilidad, y él mismo se convencerá de que sus ojos vieron lo que sancionó. El del público, el amante más fiel cuando el viento sopla a favor, y el peor de los enemigos cuando pintan bastos. Teatro el de la pelota, estrella principal de la función que traza trayectorias según le dicte su caprichosa voluntad.

Por otro lado, bajo la máscara de la tragedia, que se representa con gesto de angustia, cabe casi todo lo que ha llegado con el denominado fútbol moderno, hijo legítimo del capitalismo atroz que protagoniza nuestros días. En este lado de la orilla se podrían ubicar los teatros de la FIFA, la UEFA, el CSD, la LFP, la RFEF, las comisiones anticorrupción o antiviolencia, las campañas de fair play, los comités de competición o de apelación, las normativas de prohibición de alcohol en las gradas y los vacíos legales propicios para su consumo en los palcos, y demás despropósitos institucionales. También el teatro del Betis, el del Espanyol, el del 100% de los equipos profesionales y el 98% de los amateurs, que nunca saben nada de nada de lo que se les pregunte. El de Javi Gracia, que afirmó, ni corto ni perezoso, que el día que se conformara con un empate se iba a su casa. El de algún diario "deportivo" de tirada nacional, escenificando ahora un escándalo a cambio de ventas y clics, pero obviando otros hechos escabrosos cuando no les interesa. También a nivel local hay representaciones que podrían mirar a los ojos a las del mismísimo Broadway, como las que han motivado este escrito. Teatros, como el de Miguel Sanz, actor y mago a la vez, convirtiendo aplausos en papeletas dentro de urnas. El de Patxi Izco que sació su enorme ego firmando atrezzo que no podía pagar. Teatro el de Germán Urabayen, Miguel Archanco, Peralta y demás compinches, protagonizando una suerte de Ocean's Eleven de serie B, cuya representación resultó tan pobre que es más que probable que alguno de ellos lo pague con la cárcel. Boyero los condenaría sin vacilar. Teatro el del gobierno de Navarra actual también, mostrando una sorpresa poco creíble con las últimas informaciones. Teatro inconmensurable el de las auditorías realizadas hasta la fecha y por su puesto el de Vizcay, actor principal en la sombra de cuantas representaciones se han realizado estos últimos 25 años, a quien no le debió gustar el papel de presidiario que le tenían reservado para el final, y que prefirió cantar La Traviata.

El mundo (del futbol) se derrumba y nosotros nos desenamoramos. El espectáculo debe continuar, sí, y a pesar de que Queen lanzara “The show must go on” apenas seis semanas antes de que Freddie Mercury falleciera, el del fútbol es un negocio demasiado suculento como para dejarlo morir. Por el camino dejará víctimas, por supuesto, y está por ver si se va a querer que el CA Osasuna sea una de ellas. Pero, ¿es el del deporte rey un caso aislado, o es occidente y su sociedad, la que se ha transformado en una enorme farsa? Todo parece indicar que es esta segunda opción la que más se ajusta a la realidad. Los teatros se vacían porque las mejores interpretaciones están en la calle; las redes sociales, las fotos de perfil, José Mourinho, la homeopatía, el senado, los masters con nombres rimbombantes en inglés, el maquillaje, los sujetadores con relleno, el Just For Men, las camisas negras, las rayas verticales, las señoras los sábados por la mañana en la peluquería… todo pose. También es parte del teatro usted, que lee con atención estas líneas sin más propósito que el de aumentar su enfado para interpretar aún mejor su papel de víctima indignada, como si hubiera descubierto a estas alturas el final de Perdidos. Teatro también el de quien las escribe, cómo no. Teatro ellos, teatro usted, teatro yo, teatro todos. Incluso es posible que el cromo de Paqui se tratara de un montaje y que el alicantino fuera en realidad un playboy irresistible. Quién sabe.

El regreso a Ítaca ya ha comenzado

Si hasta la misma sociedad deambula sin destino digno ni objetivos reconocibles, qué decirles entonces a los osasunistas desengañados, a aquellos que buscan pero no encuentran relación entre lo que pensaban que era su club y lo que en realidad era, a quienes anhelan lo auténtico, a quienes han visto desaparecer de un plumazo los valores con los que se sentían tan identificados, ¿no hay palabras de esperanza para ellos? Las hay, desde luego. A ellos queda decirles que son el verdadero patrimonio del club. Queda decirles que nadie sabe cuan larga y dura será finalmente la caída, pero que lo mejor está por llegar, porque el resurgimiento será más orgulloso aún que cualquier gloria pasada. Queda decirles que el regreso a Ítaca ya ha comenzado, que observen con atención, que abran bien los ojos y que se empapen al máximo de ese rayo de luz pequeño pero hermoso que es el Proyecto Kutz, que surgió de la tormenta, pero cuyo calor es real porque fue concebido con el corazón. Queda decirles que es posible que ni si quiera quienes lo conforman sean conscientes de su importancia, que es importantísimo que lo mimen y lo protejan como el más valioso de los tesoros, y que apoyen también cualquier otra iniciativa que pueda surgir de aquellos que velarán por la salud del club y no de la de sus bolsillos. Queda decirles que si quieren que el CA Osasuna vuelva a ser referente de buen hacer, orgullo en la voz de quienes lo llevan dentro, van a tener que resistir mucho y trabajar también, ya que todo lo que se construya partirá de sus propias iniciativas. El decorado se vino abajo y la verdad salió a la luz, el CA Osasuna ya no es más que su afición, unos versos de Turrillas y un color pasional.

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Sobre el autor
Imanol Itokún
Esta es mi primera experiencia como redactor. Bienvenidos