Quién se acuerda, a estas alturas, del verano aquel, cuando Osasuna perdió la categoría tras 14 años seguidos en la cima y sus aficionados se empeñaron en soñar. Debía ser el año 2014, o por ahí. Habría que consultar. La Segunda División tiene el don de deformar el tiempo y convertir las temporadas en siglos, y los siglos en nuevas e interminables etapas dentro de la edad de los metales.

Qué lejos queda aquella rotunda frase de Jan Urban: "Somos pocos pero buenos". Qué lejos aquella pretemporada, que combinó a las mil maravillas y contra todo pronóstico, noticias preocupantes y resultados paupérrimos con la ilusión desbocada de la afición, como si fueran vino barato y Coca-Cola. Qué lejos aquel verano, soñando en volver como el Mono Burgos, reventando de un pelotazo una alcantarilla de la Gran Vía. Queda lejos, muy lejos, aquella tarde de agosto, debutando de forma vibrante con una alentadora victoria ante uno de los supuestos gallitos de la categoría.

Cualquiera diría que aquello pasó en una época pretérita, en otra vida quizás. Y puede que en cierto modo fuera así. Si se atiende a lo que dicen los calendarios, tan solo han pasado un puñado de meses de aquel verano. Y cómo ha cambiado el panorama en este tiempo. La cruda realidad, impuntual pero feroz, le acabó pintando la cara a la fantasía. El fuego surgido al calor de la emoción de un posible ascenso se marchitó, y arreció el del posible descenso y la desaparición definitiva del club.

Osasuna ya sabe que solo aspira a sobrevivir

No es, el de la desaparición, un temor irracional. A estas alturas Osasuna ya solo aspira a sobrevivir. Desde aquel fatídico 18 de mayo, todo huele a tragedia griega. Las desgracias se han sucedido una detrás de la otra; la temporada está resultando desoladora, horrible en lo deportivo y una pesadilla cruel en lo institucional. Al cuadro navarro le queda el consuelo de que por lo menos a hora, ya sabe a lo que juega. Y no es lo de menos, tener objetivos claros, así como archienemigos, ayuda a centrarse y a sacar lo mejor de uno mismo. Cabe recordar que Osasuna ya logró salvarse de la quema durante 13 temporadas consecutivas. Además, cuenta de su parte con un elemento diferencial, su incondicional afición.

La afición rojilla, o parte de ella al menos, consigue que el término incondicional, en clara decadencia, adquiera pleno sentido. A estas alturas, en cualquier otro club que estuviera pasando por lo que pasa Osasuna, y que llevara 12 jornadas sin conocer la victoria, tan solo acudiría al estadio una minoría, que lo haría principalmente para increpar a sus jugadores. En el Sadar, por contra, el sábado pasado se vivió uno de los mejores ambientes de toda la temporada. La grada estuvo a la altura de lo que requerían las circunstancias, incluyendo el estreno de una canción que apunta a himno.

Por si no todo el mundo era plenamente consciente la gravedad de la situación, a modo de despertador, en graderío sur apareció una pancarta nueva que invitaba al resto del estadio a unirse en su cruzada de apoyo al equipo, “Animad con nosotros y venceremos, estad callados y desapareceremos”, rezaba. Un canto a la sinergia que recordaba un poco a la más célebre canción del melenudo Roberto Carlos, en la que afirmaba querer tener un millón de amigos para así más fuerte poder cantar. “Yo solo quiero mirar los campos, yo solo quiero cantar mi canto, pero no quiero cantar solito, yo quiero un coro de pajaritos, quiero llevar este canto amigo, a quien lo pudiera necesitar”. Podría haberlo escrito cualquier miembro de Indar Gorri en un arrebato poético sin precedentes. A todo esto, y hablando de Roberto Carlos, a él también, como a Indar Gorri, le amputaron una parte de su propio ser (la pierna derecha por debajo de la rodilla en el caso del brasileño), y a ambos aún les quedaron ganas de cantarle a la amistad. Por sobrevivir o por difundir el amor fraternal. Tanto da.

La celebración, en la que jugadores y afición se unieron, recordó a las que se suelen ver en los estadios alemanes

Una de las cosas más comentadas e incluso polémicas que dejó la pasada jornada liguera fue la de la celebración que se produjo a ras de campo, una vez finalizado el encuentro. Tras el pitido final, el conjunto  rojillo aplaudió al estadio entero desde el centro del acampo y se acercó hasta el graderío sur para agradecer su apoyo incondicional aplaudiendo y lanzando sus camisetas. La novedad llegó cuando, tras retirarse a los vestuarios, con la gran mayoría de los aficionados fuera del estadio, los jugadores rojillos volvieron al césped para agradecer el apoyo de Indar Gorri –que aún no había parado de cantar- aplaudiendo de nuevo a los aficionados, e incluso, en algún caso, fundiéndose en abrazos con ellos. Una imagen poco común por estos lares, que recordó a las celebraciones conjuntas entre seguidores y jugadores que frecuentemente se pueden ver en los estadios alemanes.

La imagen, muy poderosa, hay a quien no le ha sentado bien. Sabido es que nunca llueve a gusto de todos, y este es un ejemplo inmejorable. Un sector de la afición rojilla se ha sentido herido, al creer que el agradecimiento de los jugadores debiera ser igual con todos los aficionados. No han comprendido el gesto con el que los jugadores decidieron premiar a aquellos que no solo no les han abroncado durante esta última racha de 12 partidos sin ganar, cuando no jugaban ni a tabas y la victoria parecía una quimera, sino que además les han animado, mientras otros ya casi habían tirado la toalla. Ojalá, el gesto del sábado tan solo sea la primera piedra en la construcción de una bonita amistad. La regeneración del club debe pasar, inevitablemente, por el acercamiento de los jugadores a la afición, por establecer una relación normalizada, lejos de endiosamientos sin sentido.

La grada ha encontrado, en Oier, su representante en el césped

Al suceso del sábado hay que sumar un nuevo elemento de unión entre la afición y el equipo. La grada ha encontrado, al fin, su representante en el césped. Alguien tenía que recoger el estandarte que quedó varado en el rastro de orgullo y lágrimas que dejó en el suelo Patxi Puñal al salir del campo aquella aciaga tarde de mayo, y ese hombre ha resultado ser Oier. Otros, también llamados a ello, no han sabido coger el testigo. Si quedaba alguna duda de quién era el capitán en funciones de Osasuna, el de Estella las despejó todas el sábado pasado de un latigazo a la red. Por si fuera poco, Oier ha añadido a su imagen una imponente barba. Esto, que podría parecer anecdótico, no lo es, en absoluto. La estética, guste o no, trasciende de le mera anécdota y puede llegar a ser crucial. Lo que uno ve, como por ejemplo lo que ven sus compañeros o rivales, inevitablemente forma parte de lo que uno percibe, lo cual está directamente relacionado con aspectos tan importantes como el respeto, la confianza o la valentía. La estética, la apropiada, ayuda a lograr los objetivos que uno se ponga, así sea capitanear un grupo humano que camina por el alambre.

En otro orden de cosas, es imposible saber si la barba le suma o le resta atractivo, además la polémica de barba sí o barba no es antiquísima, y las posturas suelen estar bastante enconadas. Es un tema difícil de debatir, ya que en esto casi todo el mundo tiene una opinión preconcebida e inamovible. Se desconoce la del entorno del de Lizarra al respecto, sobre todo el de su pareja, dato este, fundamental para conocer el recorrido que pueda tener. Desde aquí se rompe una lanza en favor de que el bello facial del capitán rojillo se mantenga como está, por si sirve de algo. El carisma tiene un peso intangible pero extraordinario.

El fútbol le ha devuelto, con un gol redentor, parte de todo el sufrimiento pasado, la fe y el arrojo puestos en su vuelta a los terrenos de juego. Podría ser, o no, una señal de lo que el deporte rey les tiene reservados a él y a su CA Osasuna en estas últimas 7 jornadas, en las que encararán, como en anteriores ocasiones, un desfiladero aterrador que además, en esta ocasión se antoja mortal. La Segunda División se parece demasiado a un partidillo entre pobres diablos aficionados al pegamento jugando un partidillo entre charcos, en alguna una fábrica medio abandonada a las afueras del Gran Manchester, un día de lluvia de orín. Y aun así, sigue siendo mejor que descubrir la identidad de la mala malísima de la película de antena 3 de después de comer. Merece la pena luchar por ello. Y para eso, siempre será mejor tener de tu lado un puñado de amigos, ya sean trece mil, o un millón.