Tras Londres, Roma o París, lugares de rezo y culto para el devoto culé, la Champions League ponía sus miras en dirección a otra de las grandes capitales del viejo continente: Berlín. La majestuosa ciudad alemana, cuna de la convergencia cultural en la actual Europa, acogía por primera vez en su historia la final de la Champions League en su estadio Olímpico, más conocido como Olympiastadium, sede habitual de los encuentros del equipo de fútbol local que milita en la Bundesliga, el Hertha de Berlín.

Tras seis años consecutivos alcanzando –como mínimo- las semifinales, la decepcionante eliminatoria ante el Atlético de Madrid del pasado año en los cuartos de final obligaba a los jugadores del Barça a recuperarse de aquello y regresar al sitio correspondiente en Europa. Ésto, unido a la vitoreada y omnipresente décima lograda por el máximo rival en Lisboa hacían de la edición una revancha interna en un vestuario debilitado tras la marcha de Víctor Valdés y Carles Puyol –unido a la continuidad entre dudas de un Xavi Hernández ninguneado tras el Mundial- pero con un arsenal ofensivo como el que nunca se había visto en el mundo.

Messi, Neymar y Suárez eran la gran esperanza culé

Con la llegada de Luís Suárez –nunca había disputado la Champions League-, cualquier duda que podía presentar el Barcelona tras la etapa Martino se veía difuminada una vez vislumbrado el potencial de sus tres hombres de arriba. Primero y por encima del resto, un Leo Messi ante un año decisivo para disipar aquellas dudas fraguadas entre lesiones los dos últimos años y que venía de dejar escapar un Mundial al alcance de su mano. Además, un Neymar Jr que, tras su año de adaptación estaba llamado a consolidarse entre los tres mejores del mundo y el ya mencionado Luis Suárez. Negar cualquier favoritismo ante estos tres hombres suponía un riesgo solo apto para los más valientes.

Grupo de campeones

La suerte de las bolas a finales de verano deparaba al Barcelona los tres primeros ganadores de sus respectivas Ligas que se encontraría en el camino. Dos de ellos, Paris Saint Germain y Ajax de Amsterdam eran viejos conocidos de la plantilla tras haber sido rivales en las dos anteriores ediciones. Por su parte, el sorprendente APOEL chipriota seguía aferrado a la Champions League tras haber despuntado en la edición del 2012 en la que había alcanzado los cuartos de final. Las conclusiones eran claras, el camino hacia las eliminatorias se antojaba sencillo y sólo la lucha ante el gigante francés debería hacer peligrar ese primer puesto siempre trascendental una vez llegan las eliminatorias.

Como ocurriría en el campeonato doméstico, los inicios del proyecto de Luis Enrique tampoco serían fáciles –en cuanto a juego- en la Copa de Europa. A diferencia de la Liga, en la que los pupilos de Lucho comenzaron de forma espectacular en lo que a resultados se refiere, el primer patinazo europeo no tardaría en llegar y sería en la segunda jornada en la capital francesa. Antes, en el debut, los barcelonistas superarían el trámite de recibir al APOEL de forma mediocre con un solitario gol de Piqué, a balón parado, en un encuentro pobre que poco tendría que ver con lo que se verían en el Camp Nou con la entrada del 2015.

El partido de París se convertía en el primer hueso duro de la temporada. A pocas semanas de visitar el Bernabeu y tras la victoria ante el APOEL, el registro del equipo acumulaba victorias sin goles recibidos ante equipos de escasa entidad. Los Cavani, Pastore, David Luiz y Thiago Silva esperaban en su estadio -con la ausencia del sueco Zlatan Ibrahimovic- para asestar el primer golpe a las dudas que sobrevolaban al barcelonismo y, hasta la fecha, se habían escondido tras los buenos resultados. Un tres a dos incontestable que, a pesar de la escasa diferencia en el marcador, dejó muy tocada la imagen del equipo. La fragilidad defensiva y en especial de la transición tras cada ataque costó el primer varapalo a un equipo que debería remar para volver a recuperar el liderato de un grupo F.

Dos victorias ante el Ajax con récord de Messi

Tras la debacle en la ciudad de Notre Dame, dos partidos consecutivos ante el Ajax de Frank De Boer con la necesidad de ganar para evitar sufrimientos de última hora. Tanto en el Camp Nou primero como luego en el Amsterdam Arena los azulgranas consiguieron doblegar a un rival inexperto, hasta entonces habitual campeón de la Eredivisie, pero desde hace muchos años débil en las grandes competiciones europeas. Derrotados por tres goles a uno en el Camp Nou y por cero a dos en su estadio, los jóvenes del pequeño de los De Boer pudieron presenciar en directo como Leo Messi seguía agrandando su leyenda en este deporte. Su doblete en Holanda serviría para superar finalmente a Raúl González Blanco, mito del madridismo y máximo realizador de la Champions League hasta la fecha, y centrarse única y exclusivamente en su compañero Cristiano Ronaldo, el único jugador que activo que podría arrebatarle dicho mérito.

Superados los dos partidos disputados ante los holandeses tocaba volverse a ver las caras con los de Laurent Blanc. Dubitativos en Ligue 1, la victoria en la primera vuelta los llenaba de confianza especialmente con la recuperación de su gran estrella, el sueco Zlatan Ibrahimovic. Franceses y catalanes se disputarían el primer puesto de grupo en un partido que a la postre serviría como preludio de una nueva cita en los cuartos de final. Volviendo a los grupos, la ausencia de Alves y la desconfianza en Montoya y Douglas provocó que Luis Enrique alineara uno de los onces más extraños que se recuerdan en el Camp Nou. Un 3-4-3 con Pedro de carrilero que desembocaría en unos primeros quince minutos nefastos que a punto estuvieron de tirar por la borda el trabajo del equipo durante los dos encuentros disputados ante los holandeses. Al final sería el tridente –tras un mes compartiendo delantera sería su primera gran noche, antesala de las que llegarían- los que solventarían la papeleta y devolverían al Barcelona a la cabeza del grupo F. La victoria en la última jornada ante el APOEL por cero goles a cuatro certificaría el primer puesto y la presencia como campeones de grupo en el sorteo de los octavos de final.

Luís Suárez, un fichaje para ganar títulos

Manchester City y Barcelona, un año después, eliminatoria estrella de los octavos de final. De igual manera que ocurriera en la pasada edición, citizens y blaugranas se encontraban en el camino obligados a dejar a su rival en la lona en la lucha por llegar a lo más alto. Otro campeón tras PSG, Ajax y APOEL y de nuevo los chicos de Pellegrini en un choque de gigantes actuales que parece haberse convertido en lo habitual en la Liga de Campeones.

El equipo llegado febrero ya era otro. Los tres meses de parón propios del invierno le habían permitido al técnico asturiano del Barcelona dar con una tecla y las dudas propias de la fase de grupos habían dado paso a una auténtica máquina que, además de ganar, aniquilaba a sus rivales. A un momento físico excepcional y una verticalidad inusual en Can Barca se le había añadido un clave más: el factor Suárez.

El uruguayo hizo sendos dobletes en Manchester y París

Con la llegada del nuevo año el delantero uruguayo comenzó a justificar su fichaje. Alcanzada su plenitud de forma -recordemos que comenzó su particular "pretemporada" en Ocubre- el delantero ya era el "9" habitual en los esquemas de Luis Enrique. El fútbol de los primeros meses de competición del equipo había dado un volantazo. Con Messi en la banda y el charrúa en el centro el equipo había ganado espacios y, con ello, verticalidad. En una situación inmejorable para él su regreso a Inglaterra se convirtió en el deseado por cualquier futbolista y acabó por decidir la eliminatoria.

Sus dos goles en la primera mitad permitieron al Barcelona dormirse durante cuarenta y cinco minutos ante el campeón inglés sin salir derrotado. Al final, el 1 a 2 de la ida y una victoria por la mínima en el Camp Nou -gol del croata Ivan Rakitic- llevarían al equipo a los cuartos de final y de nuevo a un vieja a su pasado más reciente: París.

La historia de la eliminatoria ante los galos poco o nada tendría que ver con lo ocurrido en la primera fase. Más aún, el transcurso de los cuartos de final sería una película casi exacta a lo visto ante el conjunto inglés en los octavos de final. Demasiado Suárez.

Un nuevo doblete que, unido a un gol de Neymar dejarían la eliminatoria vista para sentencia sin necesidad de volver a Barcelona. Allí,otra vez el brasileño finiquitaría a los franceses colocando al Barcelona con una solvencia casi inexplicable, dos años después, entre los cuatro mejores de Europa.

Hasta que Lionel quiso

Bayern de Múnich, Real Madrid y Juventus. Tres grandes campeones y muchas historias en el camino. Tras cinco campeones el destino devolvió a Guardiola a la que había -y continua siendo- sido su casa. Barcelona y Bayern de Múnich tras el 0 a 7 de hace dos temporadas. Pep y Luís Enrique, Messi otra vez ante Neuer. El morbo estaba servido.

En un partido de ida con un Bayern de Múnich tremendamente afectado por las bajas, el equipo del entrenador catalán salió serio a competir a un Barcelona en plena cúspide de forma. Las exhibiciones ante City y PSG habían sido tal que poca gente dudaba del favoritismo de los azulgranas ante el todopoderoso Bayern de Múnich. A pesar de todo, los partidos se ganaban sobre el césped y durante 70 minutos en el Camp Nou ni unos ni otros se mostraron inferiores a su rival ni, tampoco, a lo que una semifinales de Champions presuponen.

Pero para hablar de diferencias es obligatoriamente mencionarlo a él. Desde hace una década el las pone entre unos y otros cuando y donde quiere. Sencillamente él es diferente, algo nunca visto.

Dos acciones de pura magia en tres minutos para noquear al campeón alemán. Su segundo gol -en imagen- dejó para la retina de los espectadores una acción e inolvidable que, además, derrumbó psicologicamente a un equipo serio y ordenado hasta aquel momento. Entre la confusión y las dudas de volver a Baviera con un mal resultado, los chicos de Guardiola se descuidaron y permitieron a Neymar dejar casi certificado el pase en una contra. Alemania era Alemania, pero con el tres a cero el encuentro de vuelta en el Allianz se convirtió casi en un mero trámite.

El 3-0 de la ida sentenció la eliminatoria

A pesar de todo el Bayern de Múnich sacó su orgullo, apeló al espiíritu alemán y a la caldera en que se convierte su estadio en cada partido europeo y consiguió firmar una victoria. Si las opciones eran remotas, éstas pasaron a ser nulas una vez acabó la primera parte con triunfo momentáneo culé por un gol a dos. Dos tantos de Neymar -6 goles en los últimos 4 partidos- acallaron a un estadio que se vino arriba con la remontada final pero que no pudo hacer otra cosa que negar la evidencia: El Barcelona era un justo finalista.

De Berlín a la historia

Tras sobrevivir al infierno de Múnich la última parada seguía en Alemania. La final de Berlín y la Juventus de Turín. Una piedra en el camino mucho más importante que un "solitario" triunfo de la Copa de Europa. Tras las victorias en la Copa del Rey ante el Athletic y en la Liga quince días antes, volver a coronarse en Europa sería confirmar el segundo triplete de la historia del club, algo inaudito en el fútbol y sólo al alcance en una ocasion por siete equipos europeos. Hacerlo por segunda vez significaría escribir el nombre del Fútbol Club Barcelona en la páginas de la historia más privilegiada. Algo único.

La Juventus, liderada desde el banquillo por el entrenador italiano Massimo Allegri y por Carlos Tévez desde el campo, contaba con un arsenal de grandes jugadores pero con los que nadie contaba semanas atrás. Finalizada la semifinal contra el Real Madrid, la Vechia Signora había recuperado ese respeto europeo difuminado desde hace más de una década. Tras un año en Serie B debido al famoso MOGIGATE, el histórico conjunto italiano había necesitado de años de conquista en su campeonato local para llevar su superioridad a Europa, competición en la que no alcanzaba una final desde el año 2003, edición en la que perdería a los penaltis ante el AC Milan de Carlo Ancelotti.

La Juventus llegaba como campeona de la Serie A y la Coppa Italia

En una trayectoria más que discreta, los italianos habían aterrizado en la capital de Alemania tras un segundo puesto en el grupo del Atlético de Madrid y unas victorias en la fase final ante Borussia Dortmund, Mónaco -con cierta ayuda arbitral- y el ya mencionado Real Madrid. Con mucho que ganar y poco que perder, el vencer a los blaugranas en la final también era para ellos poner la guinda a una temporada perfecta en la que ya habían levantado los títulos de Coppa y Serie A. Dos equipos ganadores cara a cara buscando ser el mejor equipo de la temporada sin ninguna discusión.

En un encuentro muy disputado por ambos equipos los juventinos conseguirían recomponerse del inicial gol de Rakitic para tener su momento en el partido tras el empate de Morata. Unos minutos en los que fueron mejor que su rival, pusieron cerco a la guardameta defendida por André Ter Stegen y apunto hicieron saltar por las aires las casas de apuestas de cara a la final pero sería el Barcelona el que acabaría dando en la diana. Una contra llevada por Messi acabaría con un seco disparó de éste incapaz de ser atrapada por Buffon. Su despeje, blando y hacia el centro, llegaría a los pies del "9" que había dado ese salto diferencial a este Barça con respecto al de las dos últimas temporadas anteriores y que echaría el lazo a la quinta Copa de Europa de la historia del club.

Para terminar, un contrataque en plena recta final de partido pondría el cierre a un choque, una temporada y a un medio año de ensueño para enmarcar del Fútbol Club Barcelona. El brasileño Neymar definía a segundo palo una transición rapidísima ante una Juventus volcada y se consagraba con uno de los más grandes del fútbol Mundial -si es que no lo era ya-. Tres a uno. Tres tenores y tres títulos. Berlín ya no se olvida.