Sucede dos veces al año, pero las últimas horas del mercado de invierno adquieren un dramatismo que las de verano no tienen, ya que de lo que pase en ellas dependerá el futuro inmediato de los equipos, que podría suponer acercarles a acariciar metal o asomarles a un mar de lágrimas. Los equipos ya han comprobado cómo funcionan sus plantillas en competición y han detectado sus carencias, por lo que ya saben qué necesitan incorporar para corregir el rumbo o perfeccionar la maquinaria. Para algunos es un flotador en medio del mar al que agarrarse como si fueran las piernas de mamá. Los aficionados de los equipos poderosos esperan hasta última hora para ver si llega esa guinda que termine de rematar una plantilla de oro y brillantes, y los de los más modestos, en cambio, aspiran a que pasen las horas sin que el club anuncie que ha vendido a su mejor jugador, un poco como los personajes de las películas de vampiros que hacen cuanto pueden por llegar vivos al amanecer. O como mucho, rezan porque llegue cedido algún jugador sin minutos en uno de los llamados grandes, o porque el ojeador del club en otro continente haya encontrado antes que el resto algun talento escondido.

"Los cierres de mercado que caigan entre el lunes y el jueves se denominarán 'el cierre Guti'"

Es un día muy agitado en el que, por momentos, parece que cualquier cosa puede pasar, y al que el aficionado asiste con dosis desorbitadas de emoción y angustia, probablemente con la dieta post navideña a medio empezar y el carné del gimnasio todavía sin estrenar, con la consiguiente riesgo cardíaco. Además, este año el guirigay se ha pospuesto al lunes. La versión oficial dice que se hace para equiparase a los cierres de otros países europeos; y, sin embargo, a los malpensados les quedará la esperanza de que volver a montar semejante jarana un lunes solo puede significar que Guti tiene más poder del que parece en la Liga de Fútbol Profesional. Viendo para lo que está quedando Change.org, quizás sea el momento de lanzar la petición de que a los cierres de mercado que caigan entre el lunes y el jueves se les denomine 'el cierre Guti'.

Los jugadores, que unas veces son protagonistas, y otras, damnificados de operaciones ajenas, esperan con la maleta hecha, el cenicero lleno y la batería del móvil a una temperatura parecida a la del anillo interior del séptimo círculo del infierno de Dante. Mientras aguardan a saber si deben deshacer la maleta o a pedir un taxi al aeropuerto, se preguntan dónde estarán los apuntes de inglés, reflexionan sobre si habrá en sus posibles destinos un colegio apropiado para sus hijos o fantasean con cómo serán los reservados de las garitos donde celebraran los triunfos, anestesiarán las derrotas o elegirán WAG. Los agentes caminan de un lado para otro del pasillo mientras calculan porcentajes futuros, como la protagonista del cuento de la lechera, los directivos secan con corbatas anchas el sudor de sus frentes en reuniones de urgencia y los entrenadores rezan lo que saben para que les consigan los parches que han pedido a través de gritos, pucheros o súplicas.

En los fichajes que se realizan, hay un poco de todo, algunos completan bien sus equipos, unos pocos consiguen algún chollo, pero, en líneas generales, mucho hueso y poco jamón. Y siempre se repite una tendencia que nunca pasa de moda: la de la vuelta de viejos conocidos que partieron buscando un futuro mejor, como los pastores vascos de Nevada, y que vuelven al club que los vio progresar con los bolsillos llenos y muchas ganas de volver a sentirse útiles. Los aficionados, que son unos románticos y casi siempre piensan con el corazón –porque si no dedicarían su tiempo y su dinero a cuestiones más provechosas– adoran este tipo de movimientos, y los malos directivos, más preocupados de ganarse el cariño de sus hinchas que de perfeccionar la plantilla, se ven demasiado tentados de realizar este tipo de adquisiciones, que, por cierto, rara vez dan algún fruto a parte de la venta de unas pocas docenas de camisetas. Es un poco como volver a salir con una ex, desde fuera todos ven que no va a salir bien, algunos incluso se atreven a susurrarlo, pero hay algo muy humano e irresistible en mirar al pasado, recordar lo bonito y pensar que se volverá a repetir. Pero no.

"Para el fax, el cierre de mercado viene a ser lo mismo que la nochevieja para Ramón García"

Este día, el más bizarro del mundo del fútbol, en el que todo parece sacado de una película de ficción de serie B, recuerda mucho a lo que tienen que pasar los malos estudiantes las noches previas a un examen, cuando ya no queda tiempo para hacer las cosas bien y cualquier salvoconducto vale. Incluso se parece, y mucho, a lo que acontece aproximadamente media hora antes de que cierren la discoteca. Otro clásico de este día es que, contra todo pronóstico, siempre consigue hacer protagonista al fax, herido de muerte desde hace lustros, que revive en un día el estrellato y el esplendor del pasado. Para el fax, el cierre de mercado viene a ser lo mismo que la nochevieja para Ramón García. Al hilo de todo esto, es necesario recordar aquella vez en la que el Real Madrid, con más copas en el cuerpo que ningún otro club, dejó escrita una de las páginas más delirantes de los cierres de mercado, cuando después de hacerse ojitos con De Gea durante toda la noche, esperó coqueto a ultimísima hora para lanzarse, pero apuró demasiado el reloj, el garito dio las luces y el portero le invitó a salir y probar fortuna el sábado siguiente. Aquello sucedió el pasado 31 de agosto, que, curiosamente, era lunes.