El Balón de Oro. En mayúsculas, porque representa la excelencia futbolística. Un premio cuyo brillo ensalza las manos que lo sostienen en un auditorio repleto de leyendas del deporte rey. Un galardón que habilita el torno de acceso al olimpo. Aparentemente, la consciencia de que vas a recibirlo por quinta vez en tu carrera profesional debe ser un estímulo que impulse el buenhacer en el juego y la felicidad plena. No es así en el caso de Cristiano Ronaldo, que anda taciturno desde septiembre por los terrenos de juegos españoles en busca de una exhibición perdida que recupere al jugador que fue.

El 2017 de Cristiano Ronaldo pasará a la historia por las noches europeas donde su figura rozó lo sobrenatural. Tres eliminatorias (Bayern, Atlético y la final ante la Juventus) que han valido un Balón de Oro. Su conversión de atleta a rematador nato parecía augurar buenos tiempos para el madridismo. Cristiano había encontrado una actividad para dedicarse en plenitud en sus últimos años; el portugués ya no necesitaría partir desde la banda como hacía antaño en tierras inglesas: el área es su nuevo hábitat. En contraste, el paso de los meses no ha denegado las esperanzas puestas en él.

El caso de Cristiano recobra aún más excepcionalidad al diferenciar su rendimiento entre competiciones. Europa sigue siendo su competición mientras que La Liga se le atraganta. Casi tres meses y dos tantos marcan un punto de inflexión en el Real Madrid. El seguidor se siente huérfano de una estrella que sea omnipresente; ahora, se aferra a la magia de Isco y poco más. Además, un escollo más se añade a la búsqueda de bienestar del madridista: la dupla Cristiano-Benzema se aleja de los días donde su asociación derrochaba alegría en Chamartín día sí, día también.

Diciembre se presenta mediáticamente como el mes de la ilusión y la alegría. Rivales como Dortmund, Sevilla y Barcelona son los obstáculos a superar para obtener dichas recompensas. Cristiano apelará al espíritu goleador que emana inesperadamente en las grandes citas para justificar el premio que le acredite como mejor jugador del año. No aparecer y no ser decisivo dejará caer un aluvión de críticas que le dejarán enterrado y esperando con paciencia la vuelta de la Champions en febrero, como aquel que busca su media naranja para las mismas fechas. Mientras, la liga se comportará con celos conocedora de que el verdadero amor de Cristiano no comprende de fronteras. 

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Sobre el autor
Tomás Jiménez
Todos queremos volver a ver el fútbol con el que los jugadores se manchaban de barro. Escribiendo sobre la selección española y el Granada CF. Antes en Capital Deporte.