Ya han pasado tres años desde que Mendilibar deshizo su maleta en Eibar. Llegó en 2015, con una difícil salida del entrenador más emblemático de la historia de la SD Eibar, Gaizka Garitano. Con la marcha del entrenador que llevó al club a lo más alto del fútbol español, su sustituto no iba a tener una fácil papeleta en los banquillos de Ipurua. Se escogió a un hombre que ya había dirigido al equipo una década atrás. José Luis no era un desconocido en el feudo armero. Un individuo menudo, que no traía nada fuera de lo común en su equipaje, salvo un pequeño frasco con la esencia de su juego.

He ahí donde reside la peculiaridad de Mendilibar. Cómo un hombre tan sencillo, con, a priori, algo básico que ofrecer, ha podido escribir tanta historia armera en, apenas, tres años a los mandos de la sociedad vasca. Un pequeño bote con sus principales armas. Un sencillo proceso como destapar el recipiente que contenía su estilo, para que su plantilla de jugadores se impregnase de él. En su cabeza, el plan que entretejía era abrumador y apasionante, pero nadie esperaba que se pudiese tratar de una estrategia tan automatizada.

En efecto, automatizada. Una estrategia que estuvo dando sus jugosos frutos durante las dos primeras temporadas, y que da una falsa sensación de que también los está dando en esta tercera temporada post-Garitano, pero es todo un espejismo. Un fruto que hoy está fresco, y mañana, incomestible. El equipo eibarrés lleva acarreando mucho tiempo un grave problema, como es la irregularidad. En las cuatro campañas en Primera División, el equipo ha sufrido un ‘pinchazo’ en todas y cada una de ellas. En esta, en concreto, al inicio de temporada, y parece que el paciente podría estar recayendo en la enfermedad.

¿Problema de actitud?

La actitud no puede ser el problema de esto. La mayor parte de jugadores se han mantenido en el barco de la SD Eibar, remando y creyendo en la idea que Mendilibar planteaba y plantea, y seguramente, planteará. O esto es lo que se creía. Ander Capa y Dani García son los pilares de mayor antigüedad en la entidad armera, son los más veteranos en Ipurúa, y uno de ellos firmó su ‘adiós’ justo antes de arrancar la temporada. Un golpe bajo psicológico, que sacudió las calles de Eibar y que no ayudó, precisamente, a mejorar la nefasta situación futbolística con la que arrancaba el club vasco.

El otro pilar, también capitán, Dani García, sigue navegando a través de una nube de críticas y rumores sobre si continuará vistiendo la zamarra azulgrana la próxima temporada. La balanza apunta a que no, algo que sería irreprochable y completamente entendible. ¿Cómo? ¿Entendible? Sí. A pesar de que su marcha podría ser a un rival vecino, como es el Athletic, el hecho de que se fuera no sería un sobresalto, y mucho menos, motivo de indignación. El tiempo corre, y en Eibar, cuatro años quedándose a las puertas de hacer algo grande se pasan muy lentos.  

Siempre estará aquel que diga que tampoco se puede pedir mucho al Eibar, que ya han hecho suficiente ascendiendo de Segunda B a Primera en tan poco tiempo, que si esto, que si aquello… En fin, diminutivos, excusas que sólo empequeñecen la figura del club gipuzkoano. Desde el primer momento en el que el Eibar pisa la Primera División, éste deja de ser un equipo de Segunda B. Esta idea no parece haber entrado en la cabeza todavía. En la cabeza de aquel que decía que no se le puede pedir mucho, aquel comentarista que se limita a narrar una y otra vez el doble ascenso consecutivo del Eibar hasta la máxima categoría. Cuatro años han pasado ya. Es hora de pasar página.

La traba del sistema

Eso es. Los cambios de ciclo. La traba en los engranajes de la SD Eibar. Una cuestión que no tiene una respuesta clara y sencilla, que necesita un cambio de punto de vista continuo. Cómo es posible que el doble ascenso se consiguiese en dos años, y que el no encontrar el porqué de los bajones del Eibar en Primera haya durado cuatro años, y siga sin resolverse. Es un misterio irresoluble hasta la fecha, pero que podría acabar por señalar a uno de los intocables del club. José Luis Mendilibar.

Ha sido en este periodo, después de aquella fabulosa racha que le otorgó una temporada más al equipo en Primera, cuando el caso comenzó a esclarecerse poco a poco. Vayamos a la penúltima jornada que el Eibar disputó en esta jornada. Riazor. Deportivo de La Coruña – SD Eibar. Los vascos visitaban a uno de los peores equipos de esta temporada, como muestra su posición en la tabla. Un equipo sin un claro rumbo y en plena transición. Situémonos ya en los 90 minutos de juego.

El equipo vasco consigue adelantarse en el minuto 11 por mediación de Takashi Inui, después de un gran fallo defensivo del Dépor, tanto de la defensa como del portero. El partido ya comenzaba de cara para la SD Eibar. La pasividad defensiva, el exceso de confianza, hizo que los locales pudiesen igualar el marcador. Aun así, el encuentro seguía en las manos del equipo gipuzkoano. Y lo agarrarían con más fuerza aun cuando, a falta de 5 minutos para el descanso, una entrada merecedora de roja de Koval dejaría con diez jugadores, y con un cambio menos, al conjunto de Clarence Seedorf.

Después de esto, cualquiera pensaría que el partido estaba encarrilado para una SD Eibar que llegaba a Riazor luchando por entrar en Europa League. Sorpresa, no se consiguió pasar del empate, en uno de los peores partidos de toda la temporada. Salió a relucir el punto débil del equipo. La imposibilidad de atacar si no es a través de centros desde la banda. Un problema, no de los jugadores, sino del entrenador. Porque la estrategia principal puede ser esta, pero una vez visto que es imposible penetrar por esta vía, se debe cambiar el planteamiento.

Algo que Mendilibar no hizo. Como tampoco lo hizo en la derrota ante el Levante UD. Esta dinámica no tiene pinta de cambiar, al menos en esta temporada. La casa está asegurada, la salvación este año no exigía mucho aval, pero Mendilibar deberá hacer una profunda reflexión, una introspección. El estilo no puede ser así de predecible. La fragancia del frasco se está agotando, y parece que el de Zaldívar no tiene la receta de la renovación. A no ser que un Grenouille se planta en la puerta de José Luis, este podría estar viviendo sus últimos momentos por Ipurúa.