Los azulgranas salían al terreno de juego siendo conscientes de que era la oportunidad perfecta para revalidar el título de vigentes campeones. En el Wanda Metropolitano, las banderas de ambos equipos se izaban en el césped, dando comienzo a una ceremonia de espectáculo en la que los sentimientos estarían a flor de piel y en la que además, la ilusión y la obligación se enfrentaban con distintas armas y el mismo objetivo: ganar el primer título de la temporada.

El Fútbol Club Barcelona y el Sevilla se jugaban mucho en el duelo copero. Los de Ernesto Valverde, que viajaban a la capital con ambición y con el objetivo de regresar con el treintavo trofeo al Camp Nou, querían salir al terreno de juego con la ilusión y las ganas intactas de conseguir una de las expectativas que se marcaron al principio de una temporada en la que, con una nueva seña de identidad, comenzarían una racha difícil de alcanzar y que les llevaría al récord.

Ovacionado en el Wanda Metropolitano

El estadio del conjunto colchonero, sede de la final, fue el escenario de una noche de espectáculo en la que la autoridad sobrepasó a la frustración. Los de Vincenzo Montella, que salían teniendo todo un reto por delante, querían sorprender en el estadio del conjunto colchonero y premiar a todos los aficionados hispalenses que les habían acompañado hasta la capital coreando el himno a cappella. Pero la noche no se decantaba por la ilusión y una vez más, premiaba a la regularidad.

El conjunto azulgrana salió mordiente al terreno de juego, con la presión alta por bandera y con ganas de certificar lo que había sido una buena racha, que hasta ese momento, habían sabido mantener con juego asociativo de por medio. En la capital, se vivió una noche de emociones, en donde ambas aficiones fueron las protagonistas de la deportividad que se vivió a pie de campo.

En el foco de atención estaba Andrés Iniesta, el capitán del barco azulgrana, que en todo momento deleitó con su buen fútbol. El centrocampista manchego, salía al duelo copero con la idea de levantar la 30ª Copa del Rey del club, con emoción y euforia en su último partido de la competición. Con los nervios que jugar una final supone, el capitán quería anular el margen de error y con las ideas claras, salió a driblar a la zaga defensiva rival, que en todo momento, sucumbió ante todas las maniobras del de Fuentealbilla, rendido y entregado a su afición y a sus compañeros, a quienes dio un sinfín de pases magistrales que sirvieron para acechar, con peligro, en la portería de David Soria, el guardameta elegido por Vincenzo Montella para defender la red hispalense.

Coraje y corazón

Andrés Iniesta ha sido, es y será un símbolo del barcelonismo y del fútbol español. El centrocampista, que se ha ido ganando el cariño de todo aficionado en todos y cada uno de los estadios que ha pisado, fue ovacionado, una vez más, en un ambiente en el que se palpaba la emoción y en el que la humildad y deportividad que desprendía con cada gesto en el terreno de juego, traspasaba cualquier ambiente de frustración y deleitaba, con buenas jugadas y pases magistrales, a toda una afición que enloquecía con el juego de su equipo.

Símbolo de deportividad

Con una buena presión, buenas recuperaciones y cortes en la salida de balón de los hispalenses, Andrés se resarció una vez más con el buen toque de balón y desatando la euforia en todas y cada una de las celebraciones de los goles con los que se cerraba una goleada mágica e histórica para el fútbol español.

Hasta se sintió mal después de enzarzarse con el colegiado del partido, Gil Manzano, en una jugada. Andrés, con moderación, pidió disculpas y una vez más, fue el símbolo de la deportividad personificada a pie de campo. Con perseverancia, lideró al club por el que tantos años lo ha dado todo, hasta el podio en el que él mismo, alzó el trofeo delante de sus compañeros y cerrando un ciclo dorado en el que tantos valores había transmitido. Siendo ejemplo para muchos canteranos, él sabe mejor que nadie que para llegar a lo alto y hasta donde ha llegado, hay que tener constancia y caerse para levantarse. Y así lo ha demostrado siempre.

Andrés Iniesta y Leo Messi celebrando el cuarto gol | Foto de Daniel Nieto, VAVEL
Andrés Iniesta y Leo Messi celebrando el cuarto gol | Foto de Daniel Nieto, VAVEL

Un gol inolvidable

La noche de Andrés no había terminado. Persiguiendo el esférico una y otra vez y driblando a su mejor nivel al rival, poco a poco se fue acercando a la portería de los hispalenses, hasta que llegó el momento en el que la emoción, la euforia, los halagos y las ovaciones, se juntaron de golpe: el capitán se resarcía con un bonito gol. Con el pase al hueco de Messi, el de Fuentealbilla se marchaba de Soria con un amago y enviaba el balón al fondo de su red. El Barça maravillaba en el Wanda Metropolitano con emotividad en el ambiente.

Dirigiendo el fútbol ofensivo del equipo, el capitán hacía un gol inolvidable y sus compañeros le arropaban y aplaudían con la misma deportividad que él estaba mostrando en el terreno de juego. Con los que había formado parte de La Masia y con los que no, Iniesta se fundía en un cálido abrazo que sonaba a despedida y que dejaba entrever el final de un ciclo con las lágrimas del barcelonismo personificado en el terreno de juego.

Ovación emotiva

En el minuto 87, Ernesto Valverde decidía darle salida del terreno de juego al capitán por un motivo que se escuchaba a gritos: la ovación. Andrés Iniesta salía con los sentimientos a flor de piel y siendo ovacionado por todos y cada uno de los aficionados a los que, en los minutos previos, había deleitado con su estilo de juego. 

Con el Wanda Metropolitano entregado al máximo, Iniesta ocupaba todos los focos de atención y la emoción le hacía soltar alguna que otra lágrima en el banquillo, minutos antes de que levantara la 30ª Copa del Rey al cielo de Madrid.

Andrés Iniesta, ovacionado en el Wanda Metropolitano | Foto de Daniel Nieto, VAVEL
Andrés Iniesta, ovacionado en el Wanda Metropolitano | Foto de Daniel Nieto, VAVEL

La 30ª Copa, al cielo de Madrid

Andrés Iniesta fue protagonista hasta el final. La leyenda en persona, alzaba, una vez más, la 30ª Copa del Rey que el club se llevaría esa misma noche al Camp Nou, siendo el primer título de una temporada en la que la buena racha y la regularidad, eran premiadas.

La razón y el corazón estuvieron por delante de todo en una noche en la que la emoción ovacionó a la humildad de un jugador reconocido a nivel nacional e internacional.

Para todo culé, Andrés Iniesta es un símbolo del barcelonismo y eso lo ha demostrado portando el brazalete de capitán y defendiendo los colores blaugranas con uñas y dientes, siendo, a la vez, un ejemplo de deportividad, perseverancia y humildad.

Con los colores en el corazón, siempre ha salido a todos y cada uno de los estadios, con la moderación y la razón por bandera y una vez más, lo hacía en el estadio del conjunto colchonero.

Andrés regalaba una noche más, un espectáculo con su juego y lo volvía a hacer: transmitía los mejores valores de un deporte tan bonito como el fútbol.