Dos equipos necesitados se daban cita bajo el agua de Mestalla. Podría decirse que el Leganés llegaba en racha después de un comienzo de temporada para el olvido. Dos victorias en los últimos tres partidos habían reconfortado al equipo de Mauricio Pellegrino de cara al devenir de la temporada.

Si por algo se caracteriza el club madrileño es por su resistencia. Técnica innata del club pepinero que disuadió al Valencia en la ejecución de sus ataques. Poca agresividad, escasa profundidad y poca sinergia entra la delantera formada por Rodrigo y Gameiro. Se diluía poco a poco el conjunto che sobre sus propias combinaciones. La paciencia llevó al Leganés a su mejor oportunidad, el silbido del árbitro para decretar la pena máxima. Gumbau no falló. Llegaba aquel momento de dudas, en el que el entrenador se replantea ir a por más o jugar con el resultado. El técnico argentino lo tenía claro.

Tras ese instante, los pepineros achicaron entre líneas y buscaron echar el cerrojo. Fue entonces cuando el Valencia se enchufó, precedido de la entrada de Batshuayi, para poner contra las cuerdas a la defensa visitante. Exhaustos, agarrotados y abatidos terminaron los pupilos de Pellegrino el partido. Y es que, tras defender con uñas y dientes el esperanzador tanto de penalti, un gol de Gayá puso las tablas en el marcador a falta de 5 minutos para la conclusión.

Un partido sin intrahistoria y descafeinado, con un juego sin fundamento, plagado de intentos desafortunados y dos equipos en estado de urgencia. Finalmente, se ha producido un reparto de puntos que no contenta a ninguno. Por una parte, los valencianistas tenían ante si la oportunidad de volver a vencer en la competición liguera. En el otro lado, un equipo en proceso de regeneración, el cual se vio ante la oportunidad de pescar tres puntos de un "estadio Champions".