Noche de cine en el Santiago Bernabéu. Los aficionados madridistas acudían a sus butacas para presenciar una película de las más taquilleras del momento. Se vestía de gala el estadio, faltaría más. Lo que éstos no sabían es que la historia iba a dar un vuelco por completo cuando todo apuntaba a una atractiva conclusión. El final iba a dejar sin palabras a unos y boquiabiertos a otros ante tal imprevisto. Este tipo de encuentros tienen un toque especial, nunca sabrás lo que pasará. Procedente de Uruguay llegaría un torbellino que arrasaría con los papeles de un guion que parecía estar escrito.

En busca del gol perdido

El Real Madrid demostró iniciativa a la hora de llevar el control del partido. Al igual que en el partido de ida inició con una presión muy alta que ahogaba al Barça en su propio campo. Como un tiburón en una pecera se encontraron los azulgranas, no sabían por dónde salir, el campo se les quedaba pequeño y la marea madridista chocaba por todos sus costados. La posesión en los primeros compases de partido llevó los colores blancos con un Vinicius explosivo. Era su noche, se anticipaba entretenida, tenía ganas de jugar, su sonrisa más que habitual lo hacía prever.

Una vez más, la tecnología volvía a apoderarse de los comentarios en la grada. Ya es habitual que el VAR sea tema de conversación en cada partido, y esta vez no iba a ser menos. Apenas había pasado un cuarto de hora cuando el juego se paraba en el césped dando protagonismo a la sala arbitral. Instantes antes Vinicius había caído en el área, todo quedó en nada ante el sonoro ruido de los silbidos. Empezaban los típicos chascarrillos sobre las decisiones arbitrales, pero los jugadores no querían escuchar ese runrún en el ambiente, por lo que se dedicaron a levantar el ánimo de su afición a base de crear peligro.

Lucas Vázquez y Vinicius se encargaron de dinamitar las bandas con su velocidad y desborde. Avisaron hasta en dos ocasiones, en las cuales ya se cantaba gol. Todos se llevaban las manos a la cabeza, nadie podía creerlo. Se le hacía diminuta la portería al Real Madrid, parecía misión imposible introducir el balón en la portería de Ter Stegen. Y no fue por ocasiones, ya que los tres de arriba gozaron de un puñado de ellas, pero todas tenían un mismo final. Ya ocurrió en la ida y volvía a pasarles factura en la vuelta, no había manera de materializar las jugadas de peligro.

Fuente: LaLiga
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El Real Madrid propuso un juego de alternativas. Combinaciones rápidas, desbordes letales y presión asfixiante. Poco se pudo ver de Messi en el primer asalto. Parecía inmerso en el triángulo de las Bermudas formado por Casemiro, Modric y Kroos. Encerrado en todo momento, se vía obligado a estar en constante movimiento para desconcertar a la medular madridista. Junto a él se encontraban Suárez, del que Varane se estaba encargando de ser su peor pesadilla, y Dembélé, el cual vio en Carvajal un muro de cemento que no le dejaba girar. A su vez, unos pasos por delante, Lucas Vázquez estaba taponando todo intento de Jordi Alba por conectar con Messi.

Si por Solari hubiese sido, el segundo tiempo se hubiese jugado del tirón. En cambio, Valverde necesitaba tirar de pizarra para poner una solución al encuentro. Que el partido siguiese en empate había sido más demérito local que visitante. Los bocadillos y los refrescos tomaban las gradas para saciar el hambre de gol de los aficionados que, en parte por las horas que eran, no tenía ya uñas tras 45 fogosos minutos.

Luis Suárez, protagonista sorpresa

El descanso le vino como anillo al dedo al FC Barcelona. El combinado catalán se transformó por completo en su retorno al terreno de juego. Tal fue el cambio que en menos de cinco minutos hicieron más sangre al Madrid que en toda la primera parte, y es que abrieron la herida por completo. Dembélé rompió a Carvajal en la banda izquierda y sirvió el balón en bandeja de oro a Luis Suárez para que éste no perdonase en su primera oportunidad. El guion era otro, unos recularon y otros dieron un paso al frente.

Pausaba el partido el Barça ante un equipo que comenzaba a impacientarse. Comenzaba a volcarse en ataque el conjunto de Santiago Solari. Reguilón como chuchillo en mantequilla entrando por el flanco izquierdo. Se prolongaban las ocasiones de los blancos como réplica al gol de Suárez, sin embargo, la grandeza de Ter Stegen bajo palos y la falta de atino impedían el empate.

Imagen: LaLiga
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Todo era ilusión y esperanza hasta que la garra uruguaya quiso poner punto y final a la eliminatoria. En un abrir y cerrar de ojos llovieron dos goles más de las botas del ‘9’ sobre la portería defendida por Keylor Navas. El pistolero cargó su arma y gastó tres cartuchos que fueron determinantes. Y entonces, silencio total. Como cuando uno va al cine a ver la película que lleva semanas esperando ver y el final aciago de la historia deja la sala enmudecida. El villano, en este caso Luis Suárez, se las apañó solo, casi sin apenas cómplices.

El final fue inesperado en ambos bandos. La afición barcelonista desplazada hasta la capital estaba de fiesta ante la despedida por completo del Real Madrid de la Copa del Rey. Una vez más vuelve a ser temporada Champions, algo que no termina de sentar muy bien en territorio merengue. Valverde y sus pupilos ya compraban sus billetes destino Sevilla, mientras que otros abandonaban cabizbajos el escenario donde soñaron durante media parte con ese viaje al sur del país.