Crónica de un cese anunciado. Ese podría ser el título de la agónica segunda parte de la historia que ha escrito Fran Escribá como entrenador del Celta. Un final con un sabor quizás demasiado amargo, intensificado por una directiva indecisa y lenta en la toma de decisiones. Demasiadas derrotas que pueden afectar, en un futuro próximo a la moral y el rendimiento del equipo, coja quien lo coja.

Cuando el técnico valenciano llegó a Vigo, se le presuponía un conocimiento sobre la competición y una capacidad de tranquilizar a la plantilla ante una situación tensa que le hacían el mejor candidato para conseguir aquella ansiada permanencia. Y lo logró. Claramente tuvo la ayuda inestimable de Iago Aspas como gran salvador, pero él consiguió calmar las aguas y crear a partir de ahí un clima de equipo y unión que ayudó a mantener la categoría.

Para ello quiso dar su toque de estilo. Un 4-4-2 ordenado y con más ayudas defensivas, intentando frenar la sangría de goles que sufría el conjunto celeste. Después de los bandazos tácticos de Antonio Mohamed y Miguel Cardoso, el Celta encontraba un sistema fijo con el que empezar a trabajar. Y costó empezar con ello. Desde que llegó Eusebio Sacristán allá por el año 2009, el Celta de Vigo estaba enfocado en un 4-3-3 al estilo Barcelona. Juego de posesión, eléctrico en ataque y con una presión alta que permitía robar el balón en campo rival.  Pero Fran Escribá defendía que necesitaban crecer desde atrás. Y lo que decía tenía toda la lógica del mundo.

El paso de las jornadas acabó dándole la razón. Una permanencia sufrida en la que la grada demostró por qué fue elegida como la mejor de la temporada, un Aspas extraterrestre y unos compañeros que le ayudaron en todo lo posible. Estos detalles fueron los que le dieron la oportunidad de comenzar un proyecto desde el inicio, sellando su renovación después de conseguir los objetivos.

Una plantilla para más que una permanencia

La dirección deportiva del Celta se tomó en serio el toque de atención que sufrieron el curso pasado y se propuso reforzar al equipo con jugadores que conociesen la casa y que además aumentasen la calidad del grupo. Y así llegaron los Denis, Mina, Rafinha y compañía.

Durante la pretemporada se pudo observar que su planteamiento era el mismo. Esto generó cierto nerviosismo en la cúpula celeste, que dudaba de si el entrenador era capaz de sacar el mayor rendimiento posible a una de las mejores plantillas que se podían conformar.

La Liga comenzó y sin ser todo lo alegres y vistosos que hubiese gustado, el Celta se enfrentó a rivales de renombre con un buen bagaje en las primeras jornadas. Sin embargo, cuando se enfrentó a rivales de menor magnitud, no fue capaz de demostrar esa mejoría y comenzó a dar señales de debilidad. Se mejoró defensivamente, pero perdiendo demasiado en ataque. El conjunto celeste se transformó en un equipo de posesión, pero sin verdadero peligro. Esa electricidad característica del equipo gallego se cambió por horizontalidad y juego previsible.

El inmovilismo

Este factor, unido a que los resultados no eran favorables, comenzaron a generar cierto nerviosismo en la grada y en la directiva. Incluso dijo en una rueda de prensa que “el inmovilismo no ayuda a mejorar”, pero después no pudo ponerlo en práctica. Férreo con su sistema de juego, insistió una y otra vez con un sistema que no mezcla bien ni con el equipo ni con su fútbol. Únicamente en la primera parte del partido contra la Real Sociedad se pudo ver un esquema que se asemejaba a tener tres delanteros. Esquema que, por cierto. provocó una de las mejores primeras partes de la temporada. Pero el paso de los minutos, así como la ridícula expulsión de Pape, supusieron una nueva derrota en el casillero.

Conocimiento sin gancho

Nadie duda de que Fran Escribá sabe de fútbol. Nadie duda de que conoce la Liga, pero no conecta. Y eso en el verde es imprescindible. Por mucho que tus jugadores estén contigo, si tu mensaje no cala, es imposible que salga bien. Ya ocurrió con Unzué.

Fran deja Vigo con una permanencia que se antojaba imposible y, a pesar de las derrotas, cariño por su persona en la afición.

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