Tuvo que ser Roberto Soldado el que hiciese estallar a toda una ciudad. Todo el estadio y toda Granada que, pegada a las múltiples pantallas que nos rodean en nuestra vida cotidiana, reventó al dejar escapar la presión que le había hecho contraerse como nunca antes con el tanto final. Ese tanto propio y tan conocido de las debacles del Granada de antaño, del Granada de siempre, que provocaban la impotencia y la resignación del que siempre la busca pero que nunca la consigue. El tanto del Murcia o el de La Roda, auténticos toques mortales para una de las parroquias más sufridoras de la historia de este deporte, o puede que la que más.

Esos tiempos oscuros de impagos, deudas y fase terminal quedan hoy lejos. Tras más de treinta años varando como un náufrago en las inexploradas porciones de tierra que brotan de la interminable mar, el Granada es hoy semifinalista de la Copa del Rey. El conjunto rojiblanco, asentado hasta el momento en una cómoda plaza de la Primera División, estará en el bombo copero del próximo viernes 51 años después. Muchos eternos luchadores, curtidos en las fieras contiendas de Filipinas, no lo habrían imaginado ni en 100 vidas. Los que se encargaron de construir balsas seguras con las que surcar la agitada marea, con los pocos recursos que se echaban a la mano en aquellas islas asiáticas, e hicieron frente a los caprichos de los mismos dioses a los que mandaban sus plegarias, que manejaban desde arriba el hilo argumental introduciendo monstruos y gigantes a su antojo en el camino de los aventureros, hoy reciben y viven con alegría las peripecias de su Granada que, a menudo, encuentra el tesoro guiándose a través de una brújula que nunca pierde el norte.

En el último suspiro Roberto Soldado batió a Jaume con un tiro cruzado, desviando para siempre el rumbo del Granada, su Granada. La travesía que tradicionalmente acababa encallada, y hundida, ante el menor atisbo de dificultad se sobrepuso a la adversidad y terminó arribando a buen puerto. Con sangre, sudor y lágrimas, pero a buen puerto. Dicen los estudiosos que desde que Diego Martínez cogió las riendas del club granadino hace un año y medio no hay forma de remontarle un marcador cuando éste comienza a su favor. Un dato totalmente tangible, pues está ahí, al alcance de todos. Sin embargo, este canon digno de alabanzas y elogios procede de lo que suele considerarse como intangible, ya que en numerosas ocasiones no se aprecia ni se pone en valor, aunque nazca de lo terrenal.

Carlos Fernández pugna con Coquelin en los cuartos de Copa del Rey. / FOTO: Antonio L. Juárez
Carlos Fernández pugna con Coquelin en los cuartos de Copa del Rey. / FOTO: Antonio L. Juárez

 

Los que sí consiguen ver más allá del resultado para elaborar sus conclusiones son los que pueden llegar a defender a un hombre totalmente defenestrado por la mayoría de sus fieles, e igual al contrario. Es entonces cuando lo intangible prevalece ante lo tangible. La idea por encima del hecho. Diego Martínez, el patrón más querido de la embarcación granadina en los últimos años, es uno de ellos, y se encarga semana tras semana de intentar hacer ver más allá a los que no logran disipar la periferia, cegados a causa del resplandor de lo que se halla entre las manos. Los intangibles a los que se refirió el técnico gallego en la rueda de prensa posterior a la gesta no son otros que el esfuerzo y el trabajo. El esfuerzo y el trabajo diario de todos los futbolistas que componen la plantilla del Granada, su Granada. Ese último acelerón final de Foulquier cuando las piernas pesaban más de la cuenta, la pelea constante de Soldado o el saber recomponerse de Carlos Neva una vez arrepentido de lo sucedido.

Por supuesto, el apoyo del graderío cuando la sombra invade el lugar, vital para añadir oxígeno y quedar suficientemente alumbrado. Algo tangible esta temporada, pero intangible en otras muchas para un club acostumbrado a decepcionar en el último suspiro. A día de hoy la conexión con la ciudad es innegable, coordinada y beneficiosa en todo momento, sobre todo cuando le toca rugir a Los Cármenes para hacer que el contrario regrese de vacío en su intento de abordaje. Quizá por fin el mundo intangible de las ideas se imponga sobre el del mero marcador. Ya lo explicaba Platón en la Antigua Grecia. Sin embargo, Granada lo entiende y acata de Diego Martínez, pues el griego no estuvo en Filipinas.