A trote celestial y abriéndose paso en un camino de titanes. Así llegó Josep Guardiola i Sala a La Masia con apenas 13 años y matriculado en persistencia para cumplir el sueño de poder abanderar el proyecto de uno de los mejores equipos del fútbol moderno. En 1984, el centrocampista de Sampedor se alistaba en las filas de la fábrica de talentos azulgrana para pulir los detalles que más tarde le convertirían en insignia del barcelonismo llevándole a lograr firmar su debut en la época dorada del club seis años después. Tras su pistoletazo de salida, con el que deslumbró a todos, se hizo un hueco afianzándose entre tanta competencia en la medular de un equipo que comenzó a nutrirse de su visión de juego y primer toque al compás de una filosofía con la que pocos logran cuajar y alcanzar la gloria.

Las mieles del triunfo no se le resistieron a un Pep Guardiola que tras dar comienzo a su etapa como jugador profesional en la primera plantilla, sería el encargado de proyectar la ilusión en la estrategia que colocaría al club en la cumbre del triunfo con Johan Cruyff a la cabeza. Con el técnico holandés en la zona técnica, el mediocampista catalán lució el brazalete de capitán sobre el tapiz en el que lograría dibujar su futuro como técnico bajo los consejos de un estratega que abriría el camino del éxito para un equipo que empezó coronándose en Inglaterra tras la euforia desatada por el gol de Ronald Koeman, que batió por toda la escuadra a la Unione Calcio Sampdoria.

Desde 1991, el técnico neerlandés le seleccionó como pieza clave en el eje de la medular, teniéndose que adaptar al rol siendo demasiado joven y tomándole el relevo al infatigable José Mari Bakero, siempre recordado por su milagroso gol en el estadio del Kaiserslautern, en la Copa de Europa 1991/92 que más tarde terminaría levantando el equipo. Pronto, se convirtió en referencia del que por nombres podría ser el mejor equipo del mundo de los años 90 y con la precisión que caracterizaba su golpeo de balón, se convirtió en su director de orquesta. Pese a tener suerte en sus inicios, Pep no logró cuajar durante tanto tiempo una continuidad bastante deseada. Con la llegada de Louis van Gaal, el centrocampista, sin Johan Cruyff al frente tras ser destituido, encadenando lesión tras lesión, comenzó una etapa negra en su época como jugador que le dejaría relegado en un segundo plano de cara a acontecimientos como la disputa de dos citas mundialistas con la Selección Española de Fútbol (Francia 1998 y Corea 2002) y que le daría a entender que era el momento de abandonar un barco en el que su magia había perdurado durante once temporadas.

Y es que, Pep nunca tuvo el gol de Romário, la garra de Hristo Stoichkov, el golpeo de Ronald Koeman o la clase de Michael Laudrup, amalgamas y con tanto compartido a la vez, pero siempre resultó ser una pieza clave en el puzzle de un equipo en el que también portaría el dorsal 4 como organizador del juego. Con el 10 y apenas 21 años, la prórroga de Wembley le convirtió en el tercer jugador en poder levantar un trofeo más que ansiado por los aficionados y pronunciar más tarde un discurso que se basaría en la misma premisa años más tarde, cuando desde el banquillo consiguió escribir su propia historia y dejar huella en su ciudad natal: llegó el sextete. Todo eso vino después de que su palmarés comenzara a salvaguardar dieciséis títulos (seis títulos ligueros, dos en la Copa del Rey, uno en la Copa de Europa y otro en la Recopa entre otros).

A raíz de la historia triunfante que escribió con pluma en mano, comenzaría una leyenda. El Fútbol Club Barcelona buscaba entrenador para el filial en el 2007 y todos los focos se centraron en la figura de un joven prometedor que ya había hecho soñar al barcelonismo. Fue el 21 de junio cuando se anunciaba de forma oficial que su visión de juego recalaba en las filas del filial, que logró proclamarse campeón de la Tercera División, logrando el ascenso a la Segunda División B liquidando a la Unión Deportiva Barbastro en la promoción de ascenso y arrastrando una racha de imbatibilidad reforzada en 21 partidos.

Sus registros como técnico culé hicieron que cogiera el relevo de Frank Rijkaard en el banquillo del primer equipo en la temporada 2008/09, desde el que mostró su personalidad desde el primer día y en el que no le tembló la mano para descartar a dos estrellas que habían calado profundo en el estilo y juego del equipo: Deco y Ronaldinho. Ahí se impuso el criterio que le llevaría a triunfar sabiendo mantener en su plantilla el hambre voraz por seguir ganando títulos. Con sus cualidades, unidas a su gran carisma y carácter a pie de campo, se erigió como líder y director de toda una plantilla de "pesos pesados", tal y como lo hizo bajo la batuta de 'El Flaco' cuando era un jugador liviano, cerebral y que dominaba el juego pensando más rápido que los demás.