“Pues la toca bien el chaval”. Ese día llevaba el 18 a la espalda y con él repartió a la hinchada rojilla su tarjeta de presentación. Por aquel entonces solo los más entendidos le ponían nombre; o, más bien, apellido: “Es Mikel, el hijo de Miguel Merino. Al parecer es de lo mejorcito que hay en Tajonar”, decía un parroquiano habitual de la grada de El Sadar. Hay que retrotarse al 6 de agosto de 2014, el día en que Pamplona recuperaba por fin el aliento tras un verano sofocante, marcado por el descenso a Segunda, el dichoso 'caso Osasuna' y el fantasma de la desaparición sobrevolando la Ciudadela. Aquella tarde el ilusionante proyecto de Jan Urban se presentaba ante su público tras la minigira inglesa, y lo hacía ante un rival de entidad como el Athletic Club, en un partido cargado de morbo, como todos los que enfrentan a rojillos y leones.

Dicen que en los encuentros de pretemporada lo de menos es el marcador, pero aquel 3-0 que campeaba en el luminoso al poco de cumplirse la primera media hora de juego –el choque terminaría 3-1– arrancó las primeras sonrisas entre la maltratada y fiel afición rojilla en meses; el resultado y también el desparpajo de aquel chaval de 18 años recién cumplidos que se manejaba en la medular como pez en el agua, moviendo al equipo por el verde como J. K. Simmons, con su batuta, dirigía el tempo de sus instrumentistas en Whiplash. El técnico polaco mostró a su perla durante 66 minutos, momento en el que decidió dar entrada en su lugar a Javad Nekounam, que regresaba como un héroe con la misión de devolver a Osasuna al lugar que le correspondía. Merino, a priori, solo era el chico que debía telonear al gran dinosaurio, que, como Axl Rose, siempre se hacía de rogar ante su público, entre transfers, visados y problemas con las aerolíneas iraníes, motivos éstos que obligaron a Urban a tirar del canterano en los primeros partidos de liga, más como un parche temporal que como una solución. Pero hoy, casi dos años más tarde, la figura del persa yace en la maldita estantería de las segundas partes que cumplieron con el dicho, mientras que el todavía jovencísimo Mikel se despide con honores de Pamplona tras conseguir aquello que su renombrado predecesor apenas pudo vislumbrar en sus sueños.

Nekounam entra por Merino en el amistoso ante el Athletic. Fotografía: Navarrasport.
Nekounam entra por Merino en el amistoso ante el Athletic. Fotografía: Navarrasport.

Una primera temporada marcada por los vaivenes del equipo

Pero el camino para Mikel en estos dos años no ha sido fácil. Obligado a olvidar su estatus de chico en pruebas para erigirse dueño y señor del centro del campo rojillo, Merino ha bailado al compás de los vaivenes rojillos a lo largo de estas dos temporadas en el primer equipo, aunque siempre evidenciando un talento natural para domar la pelota que ni sus peores momentos han podido deslucir. Y es que el hoy ‘8’ de Osasuna ha tenido que gestionar prácticamente desde aquel partido ante el Athletic los rumores y cantos de sirena que llegaban desde más allá de El Sadar, lejos de los dominios del conjunto rojillo y muy cerca de los del poderoso caballero don dinero. Primero, por su puesto, el conjunto bilbaíno; después, el propio Fútbol Club Barcelona; por último, y definitivo, el aniñado y prometedor Borussia Dortmund de Thomas Tuchel. Y eso no es fácil para un chico que todavía flipaba al verse en los resúmenes de Segunda.

Merino jugó en la 2014/15 29 partidos con la camiseta rojilla, 22 de ellos como titular, como timonel de un barco que naufragaba y que volcaba todo su peso en un jugador que apenas gozaba de experiencia en Tercera División con el Promesas, pero el testarazo de Javi Flaño en Sabadell sobre la bocina salvaba la campaña, certificaba el ‘Milagro de Martín 2.0’ y permitía a Osasuna pararse a pensar y reflexionar sobre diversas cuestiones, entre ellas, sobre su pequeño diamante. Pero Mikel ya no era entonces una piedra preciosa en bruto; una temporada brutal en términos de tensión, minutos, exigencia y presión había pulido a tarrascadas la figura de un jugador llamado a hacer grandes cosas en el mundo del balompié. Y la bruja lo sabía.

En Montilivi puso fin a dos años como rojillo y marchará al Dortmund de Thomas Tuchel

Osasuna logró mantener a Merino; Martín logró mantener al iruindarra. Comenzaba una temporada en la que el club rojillo debía consolidar su estancia en la categoría de plata; pero, diez meses después, todo se ha ido de madre. Osasuna, Martín y, en especial, Mikel Merino, que en Montilivi puso fin a su etapa como jugador del conjunto navarro, dejando para el recuerdo una temporada al nivel de muy pocos en Segunda División –por ser conservadores y no mearnos fuera del tiesto– en la que ha sumado 37 partidos, tan solo dos entrando desde el banquillo, y la nada desdeñable cifra de siete goles en su haber particular, tres de ellos en el playoff. A ello hay que añadir una asistencia directa –el taconazo soberbido para el gol de Javi Flaño ante el Nàstic– y su inestimable participación en infinidad de goles rojillos; véase como ejemplo el tanto de Maikel Mesa en el partido de ida de la final del Playoff, cuyo pase al interior del área para Torres es el 50% del tanto.

Osasuna no ha ganado ni uno solo de los partidos en lo que Merino no ha estado sobre césped

Pero el impacto de Mikel Merino esta temporada se escapa a la vulgaridad de las estadísticas. El siguiente dato es aplastante: los navarros han disputado esta temporada ocho encuentros sin su pivote titular, con un saldo de cinco empates –cuatro de ellos a cero goles– y tres derrotas; en otras palabras, Osasuna no sabe lo que es ganar sin Merino sobre el verde. El canterano ha sido desde el primer hasta el último partido el sostén del equipo de Martín y ha sabido llenar un vacío que nadie ocupaba desde la marcha del mejor Nekounam: esa figura encargada de llevar el balón desde la defensa hasta la línea de tres cuartos, esa figura de la que tanto adoleció el cuadro de Pamplona en la temporada 2013/14 y que implicó la inevitable partición de un equipo que acabó perdiendo la categoría.

Pese a sus interesantes 188 centímetros, si se dedicara al baloncesto nadie podría apartarle del puesto de base. Merino mueve al equipo, dirige y hace a los suyos jugar la pelota una vez que conduce el balón desde su campo hasta más allá de la medular. Su gran virtud es, posiblemente, la paciencia y templanza cuando tiene a la caprichosa entre sus botas. Toca y la pide, toca y la pide; la mueve a un lado, la cambia, lo vuelve a intentar por la derecha y, entonces, ocurre. Su movimiento ya no es posicional, abandona la horizontalidad y traza una línea vertical o diagonal: empieza el show. Busca la pared, se incrusta entre la defensa y mueve el cuero para que Torres o De las Cuevas se peguen el gustazo de servirla al oportunista de turno. Quien lo conoce sabe que es ahí cuando empieza el peligro, y si hay que marear al público varios minutos con cambios de juego a cincuenta metros del arco para encontrar esa pequeña fisura en la defensa, Mikel no tienen ningún remordimiento ni temor en hacerlo: rara vez pierde la pelota, rara vez erra un pase.

Y es que Merino goza de una visión de juego prodigiosa, una intuición natural que a cualquier otro le habría conllevado años de experiencia en la categoría y un control del esférico para degustar con cubertería fina, además de una retahíla de recursos, muchos de los cuales tan solo eran una imagen mitológica en la mente del aficionado rojillo. Poderes de los que ya era poseedor la temporada pasada, pero que solo ha conseguido desatar por medio de la preparación física y mental. Y es que se ha pasado de la imagen de Merino sacando la lengua a los 70 minutos de partido, a la sonrisa del jugón que se sabe bueno y se divierte sobre el césped, algo que debe agradecer a Juantxo Martín Mendoza (preparador físico) y Enrique Martín Monreal, que ha sabido dar al centroampista navarro la últimas cinceladas para hacer de él un jugador capaz de enfrentarse a su nueva aventura en el Signal Iduna Park. Hoy, aquel chico del '18' a la espalda ya no es el "hijo de", sino que es Mikel Merino, un talento natural y con nombre propio.