En 1964 Stokeley Carmichael, joven líder de la The Student Nonviolent Coordinating Committee (SNCC), fundó el "Black Power Movement" (Movimiento del Poder Negro), surgido en respuesta al fracaso de la política integracionista. El citado movimiento perseguía mayor grado de reivindicaciones sociales y culturales para el negro, adoptando una política un tanto más beligerante de lucha. El Black Power nació por tanto como un grito de dolor y protesta ante la fatal desilusión causada por el movimiento en pro de los derechos civiles de los negros. Había llegado el momento de no permanecer callado, de alzar la voz y unir las fuerzas ante el racismo y la desigualdad. Stokely Carmichael o Martin Lutero King lo hicieron desde postulados pacíficos, Malcom X apelando a la violencia. Prácticamente ninguna personalidad del colectivo negro quiso permanecer al margen de la lucha emprendida, incluidos los deportistas, que gozaron de su primer aldabonazo gracias al mítico Cassius Clay, que se declaró integrante confeso de los Black Muslims o Musulmanes Negros. Pese a que los atletas de color habían demostrado sus excepcionales cualidades para el deporte, prácticamente desde que se les permitió competir y representar a su país, siempre se intentó minimizar sus gestas, restando méritos a unas condiciones genéticas ciertamente excepcionales.

El deporte durante muchas décadas solo tuvo piel blanca para el vencedor, para los reconocimientos, pero en lo referente a las capacidades atléticas siempre fue una actividad multicolor. La incómoda y sobresaliente presencia de los atletas de color golpeó seriamente la conciencia de aquellos que permanecían anquilosados en la idea del supremacismo blanco. Fueron muchos los desprecios que tuvieron que soportar aquellos a los que consideraban diferentes, por lo que encontraron en el marco de la actividad deportiva un vehículo perfecto para hacer su reivindicación social. En esta línea en las Olimpiadas de México de 1968 se vivió uno de los episodios reivindicativos más relevantes de la historia.

El saludo Black Power

Foto: espn

La imagen icónica quedó perfilada en el podio del Estadio Olímpico Universitario de la Ciudad de México, donde tuvo lugar el saludo ‘Black Power’ protagonizado por dos atletas afroamericanos. Subieron al podio descalzos con calcetines y un guante negro, el puño cerrado, alzando al cielo su reivindicación. El vistoso collar y el pañuelo negro a su cuello, cargado de simbolismo, en recuerdo a todos aquellos ahorcados y a los que fueron asesinados y nadie rezó por ellos. Aquel hecho tuvo lugar en la ceremonia de entrega de medallas de la final de los 200 metros. Los dos puños alzados al cielo de los atletas norteamericanos: Tommie Smith y John Carlos, el primero un monstruo que bajó de los veinte segundos en los doscientos metros y, el segundo un compañero en la velocidad y la lucha por los derechos civiles de la gente de color. Antes, en aquel marco olímpico de México, el velocista Jim Hines había logrado la proeza de bajar los cien metros de los diez segundos, pulverizando el récord de los cien metros en una histórica carrera. Hines no levantó el puño ni se calzó el guante negro; la suya fue una protesta más sutil y, si se quiere, más embarazosa, porque cuando el que era presidente del Comité Olímpico Internacional, Avery Brundage, se acercó para imponerle la medalla en el podio, Hines rehusó, acusándole de defensor del racismo.

Foto: barikat.gr

Quedó sin duda para la historia aquel saludo Black Power, pero como vemos existen otras historias que merecen la pena recordar. De entre ellas destaca muy especialmente la de aquel otro atleta blanco que se coló en el histórico podio Black Power. Un velocista que también formó parte de aquella reivindicación, pero que fue injustamente tratado y tristemente olvidado por la historia. Porque el australiano, aquel gran atleta blanco sintió y quiso adoptar como suyo el citado mensaje. Conocedor de la lucha de sus compañeros no quiso permanecer ajeno y desde el silencio activo envió su imagen de solidaridad al mundo, ese mundo que Peter Norman consideró que era sensiblemente mejorable. Por ello no dudó un solo instante en adherirse a sus hermanos negros. Fue un 16 de octubre de 1968 y desde que en el túnel de salida supo que sus dos compañeros iban a llevar a cabo su reivindicación contra la segregación racial, se interesó uniéndose a ellos pidiendo llevar en su pecho, justo encima del escudo del comité olímpico australiano, la pegatina del OPHR, Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos. Curiosamente Smith en aquel momento no era partidario de que ningún hombre blanco portara la pegatina, pero su compañero John Carlos le hizo ver que el gesto era tan generoso como importante. Es más se conoce la anécdota de que Carlos había olvidado sus guantes negros y la idea de que cada uno portara un solo guante negro en manos opuestas, surgió del atleta australiano. Con el paso del tiempo Smith supo valorar mucho más la grandeza y valentía del atleta australiano. Norman vivió el momento desde una posición más discreta, pero la historia olvidó que su postura fue incluso más compleja que la de sus dos compañeros afroamericanos, puesto que para él lo más fácil habría sido mantenerse al margen. Y no lo hizo y, los que eran dueños del inmovilismo, de la élite conservadora y el poder, entraron en cólera al ver al atleta blanco tendiendo la mano al negro.

La pesadilla de Norman

Si para Smith y Carlos constituyó el inicio de un camino minado por el que tuvieron que discurrir vitalmente, para el atleta australiano no supuso mucho menos. La imagen dio la vuelta al mundo, se convirtió en icónica, y los tres sufrieron el boicot del mundo blanco. Avery Brundage (presidente del COI) ordenó la expulsión de Smith y Carlos de la villa Olímpica. A Smith le hicieron la vida imposible, nadie reconoció el valor de un atleta con once récords del mundo, al punto de que acabó abandonado por el Comité Olímpico, trabajando como lavacoches. Afortunadamente la censura y la discriminación, acabó unos años antes para los dos atletas afroamericanos, que pudieron recuperar parte de sus vidas y el reconocimiento que anteriormente se les había negado. Más grave incluso fue lo que tuvo que padecer Peter Norman, al que se le impidió participar en los siguientes Juegos, de Múnich 72, pese a que había obtenido las marcas mínimas. Preguntado por su actitud, Norman se mantuvo firme y aunque continuó intentando ejercer su profesión, sufrió la implacabilidad del poder y el veto de los medios, brazo armado de una sociedad injusta. Acabaron con su carrera, hecho que se agravó en 1985, cuando la vida le golpeó seriamente, pues sufrió un desgarro en el talón de Aquiles por el que le sobrevino una gangrena y la posterior amputación de una pierna.

Norman entró en una severa depresión que le precipitó hacia un abismo regado de alcohol y olvido. Sumido en aquel infierno, en el limbo de la marginación de su propio país, volvió a sentir el desagradecimiento en 2000. En Sidney fue deliberadamente borrado de la historia, no siendo invitado por el Comité Olímpico australiano para estar presente en la ceremonia de inauguración de aquellos juegos en su tierra. Afortunadamente la Delegación Estadounidense actuó a tiempo y Norman fue invitado por una delegación ajena a acudir a las Olimpiadas de su propio país. Aquel atleta blanco sabía bien lo que hacía, era absolutamente conocedor de la historia de Australia. Norman sentía cercana esa desigualdad racial, conocía perfectamente el vergonzoso tratamiento sufrido por los aborígenes australianos. Aquel día decidió retar a aquellos que bajo su punto de vista convertían su tierra, el mundo, en un lugar en el que no todos gozaban los mismos derechos a la hora de vivir.

Disculpa póstuma nacional

Foto: AFP – AP – Angela Wylie (Brisbane Times)

El hecho comprobado es que Peter Norman fue apartado socialmente, mientras que los dos atletas afroamericanos alzaban su puño al cielo, el “aussie” miraba al frente y aplaudía, pero por el mero hecho de portar aquella pegatina sobre su pecho, se le sentenció no siendo reconocido aquel gesto por su propio país hasta muchos años después, cuando el parlamentario laborista Andrew Leigh, a petición de la madre de Norman y su hermana, llevó su caso a la cámara australiana. Leigh fue muy claro y quiso recuperar en una frase todas las injusticias que hicieron borrar a su compatriota de la memoria histórica de su país: “El país no hizo lo correcto con él. No se le ha dado el reconocimiento a alguien que ha hecho tanto por la igualdad racial”. Ya en otro siglo, (en agosto de 2012) Norman, el atleta que había fallecido en el año 2006 y, cuyo ataúd fue portado por sus dos compañeros de podio (Smith y Carlos), recibió la disculpa póstuma de su país, representada en la figura del Primer Ministro, Tony Abott, que hizo el reconocimiento que tanto su solidaridad como sus logros deportivos merecían.