Periodismo: cómo devolverle la dignidad que jamás debió perder
Foto: runrun.es

En la actualidad existe una crisis económica que está repercutiendo en el trabajo de los periodistas. Pero en este sector se da también otra crisis –de credibilidad– que está haciendo aún más daño si cabe a la profesión. La objetividad, la veracidad de lo que se cuenta, la imparcialidad, la utilización de fuentes fiables, el respeto a los derechos de terceros, los principios morales y la ética profesional deben ser los hilos conductores del quehacer periodístico. Nada más alejado de la realidad en algunas ocasiones donde los descuidos, los continuos errores, ‘gazapos’ e incluso presiones de distinta índole son los protagonistas.

Karl Popper invitaba a ser autocríticos y dar publicidad a nuestras equivocaciones

En consecuencia, no es de extrañar que, como decía, quienes nos dedicamos a esto estemos perdiendo grandes dosis de credibilidad. ¿Cómo luchar contra ello? Sin duda alguna, trabajando duramente para ofrecer un periodismo digno y de calidad. En este sentido, tal y como señalaba Karl Popper, la autocrítica franca y honesta cobra más importancia que nunca. Popper propone cambiar la actitud hacia nuestros propios errores: debemos detectarlos, dar publicidad a nuestras equivocaciones (esto es, rectificar) y aprender de ellas.

La Constitución Española recoge algunos límites del derecho a informar

La Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) describirá por primera vez el derecho a informar. Treinta años después la Constitución Española hará lo propio. Pero no todo vale: informar se convierte también en un deber que implica el cumplimiento de ciertos valores éticos, deontológicos y jurídicos. El derecho a la intimidad, al honor y a la propia imagen –también reconocidos en la Constitución– son límites que nadie puede sobrepasar, ni siquiera un periodista. Que se lo digan a María Teresa Campos, quien tras cinco décadas haciendo periodismo difundió una información no contrastada sobre la estabilidad del matrimonio Aznar-Botella y lo pagó muy caro; concretamente, con varios miles de euros por haber atentado contra el derecho al honor de la pareja.

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Pese a todo, no existe en España un órgano regulador de la profesión. Aquí hemos de conformarnos con diversos códigos éticos y deontológicos, normas de conducta, recomendaciones o libros de estilo que, como su propio nombre indica, no son de obligado cumplimiento. En este escenario se hace más importante que nunca la autorregulación, y los periodistas deberíamos (de una vez y por todas) aplicarnos el cuento.

La autorregulación está a la orden del día en el ejercicio del periodismo en España

En relación al mal tratamiento informativo que se le concede a algunos temas, me llaman la atención algunos aspectos. El primero es visual: ¿todas las imágenes son válidas?, ¿pueden publicarse fotografías que reflejen el más absoluto dolor, la desgracia, la enfermedad, la muerte y la desolación?, ¿dónde está el límite?

Cada vez más, el uso reiterativo de imágenes que enfocan cuerpos ensangrentados o los despliegues desproporcionados (a base de primeros planos y zooms que se acercan a rostros de familiares llenos de lágrimas) se convierten en “lo habitual” después de tragedias como los atentados del 11-M, el accidente de Cieza o el aún más reciente desastre de Germanwings. No animo desde aquí a ocultar el dolor y la masacre; sí a cuidar el tratamiento, buscar modos adecuados de denuncia y recordar ante todo que siempre es posible concienciar con palabras.

Siguiendo esta línea, quienes trabajamos de intermediarios entre la noticia y los ciudadanos debemos saber cómo actuar, por ejemplo, en momentos de aflicción y tragedias personales.

Las cámaras deben respetar el derecho de las víctimas a su momento de dolor

En ocasiones así evitar la intrusión gratuita en las circunstancias que rodean a las víctimas y a sus seres queridos se torna esencial, pues una cosa es informar y otra muy distinta “espectacularizar” e inmiscuirnos en la privacidad de terceros con el único propósito de obtener unas declaraciones o unas imágenes morbosas. Y es que antes que periodistas somos –o debemos ser– personas que tengan en cuenta las repercusiones de su labor informativa.

Asimismo, impactan ciertos titulares que no respetan en absoluto la presunción de inocencia (“La mirada del asesino de una niña de tres años”, en referencia a Diego Pastrana, quien resultó ser inocente) o expresiones como “restos humanos mezclados con restos mecánicos” que estaban “calcinados al igual que el terreno donde se encuentra el aparato”. Mi reivindicación se debe, más que nada, a una cuestión de empatía; ¿a quién le gustaría que hablaran así del cuerpo de un ser querido?

Foto: ABC

En definitiva, hoy parecen incontables los errores y riesgos que se deben corregir: el sensacionalismo y la espectacularidad, la trivialidad, la conversión de la persona en personaje o la politización (la utilización de ciertos temas para ‘hacer campaña electoral’) son sólo algunos de ellos. No hemos de olvidar que los excesos cometidos por unos pocos profesionales están dañando, por contagio, la imagen de todos los que nos dedicamos a esto. Por todo ello, hoy se hace más necesario que nunca trabajar (y con ganas) para poner fin a los fallos mencionadas y devolver al periodismo la dignidad que merece.

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