En la variedad de recursos se encuentra la riqueza del tenis y Ashleigh Barty demuestra que, en estos momentos, tiene más que nadie. La australiana ha irrumpido con una fuerza inusitada en el circuito WTA, desafiando a esa concepción actual de que para ganar no te queda otra que pegar más fuerte a la bola que tu rival. Su juego evoca tiempos pasados, retrotrayéndonos a la magia del tenis de los ochenta y de los noventa, un tenis, gracias al cual, ha tenido la recompensa de convertirse en la nueva campeona de Roland Garros.

En una final totalmente controlada por su parte, la tenista oceánica derrotó sin paliativos a la checa Marketa Vondrousova, la revelación del torneo y que se plantaba en la final con sólo 19 años y también con un estilo diferente y atractivo, pero que no pudo dominar sus nervios, cayendo claramente por 6-1 y 6-3 en una hora y diez minutos de juego. 

Vondrousova no estuvo tan sólida como días atrás y se quedó con 10 golpes ganadores por 22 errores no forzados. Barty, en cambio, finalizó con 27 y 26, respectivamente

El problema que tenía la checa en el día de hoy es que enfrente se encontraba otra jugadora muy completa, con muchas maneras de hacer daño, tanto a nivel ofensivo como defensivo, y que disponía de un punto más que ella en su repertorio de golpes. No suele ser un denominador común en el circuito indescifrable y cambiante en el que se ha convertido la WTA hoy en día, pero hoy sí que la mayor experiencia de la mejor jugadora, en términos de ránking, resultó clave en el devenir de la final. Barty arrasó desde el primer instante y con su variedad de recursos, impidió a Vondrousova usar la suya propia.

La australiana se llevó el primer set por un contundente 6-1 dos minutos antes de que se cumpliera la media hora de juego. Un set, el primero que recibía en todo el torneo, en el que Vondrousova no fue capaz de hacerse con ninguno de sus turnos de servicio. Con un paupérrimo cinco de 17 en primeros saques, la checa no podía competir de ninguna manera. 

La realidad es que no hubo partido. El segundo set sirvió para que Vondrousova maquillara algo el resultado pero su estrategia de ir de menos a más que había aplicado tan brillantemente en días previos, hoy no iba a dar resultado. El vértigo no asustó a Barty, al contrario que su autodeterminación, que se elevaba cada vez más conforme más cerca se encontraba de levantar la copa Suzanne Lenglen.

Finalmente y para regocijo suyo, ese momento llegó en el noveno juego del segundo set (6-3). Vondrousova se enfrentaba a su primera bola de partido y al igual que había sucedido durante el resto del choque, su fe ya la había abandonado. Barty terminó en su hábitat natural, la red, con un portentoso 'smash' con el que ponía fin a dos semanas absolutamente mágicas conquistando el primer Grand Slam, en el cuadro individual, de su carrera.  

Una carrera que promete darle más alegrías como ésta a la australiana, nacida hace 23 años en Ipswich y que, afortunadamente para los amantes de este deporte, decidió retomar su camino como tenista profesional tras probar durante varios en el cricket. Es la primera jugadora de su país en hacerse con el título en París desde que lo hiciese la legendaria Margaret Court en 1973 y la primera en un torneo de Grand Slam tras Samantha Stosur en el US Open 2011.

Además, este triunfo también le tiene garantizada otra recompensa: su ascenso al segundo puesto del ránking mundial, sólo por detrás de la japonesa Naomi Osaka, de la que solamente la separarán menos de 150 puntos. Sin duda, se trata del triunfo de la regularidad, de un tenis que parecía olvidado y que Barty ha rescatado de forma brillante para delicia de todos los aficionados al deporte de la raqueta.