Fue un lunes 25 de mayo de 2015, su servidor llegaba a la Redacción del Diario elportalmedio de comunicación que anteriormente se le conocía como Milenio elportalpara una entrevista de trabajo. Eran las 19:00 horas, subí hasta el cuarto piso, o quinto nivel del edificio ubicado en la Avenida Lázaro Cárdenas, en Xalapa.

Al llegar a la oficina, estaba un señor delgado, de tez morena de nombre Hugo Anzures, era el entonces editor general de este medio y frente a él, un grupo de cuatro jóvenes redactores; las cinco personas, concentradas en su propia computadora, al fondo, una oficina de cristal, donde se apreciaba a una mujer sentada de perfil, tecleando en su computadora a toda prisa, leyendo una y otra vez lo que escribía.

Conocí a Hugo, la persona que sería mi jefe directo, y luego de una pequeña charla abrimos paso directo a que me presentara ante Martha Meza Sánchez, la mujer que estaba tecleando apurada en aquella oficina de cristal y que era nada más y nada menos que la Subdirectora general de elportal. Esperamos alrededor de dos minutos, hasta que dio autorización de poder pasar. Al entrar, me fijé en todo detalle: la sala de color negro frente a su escritorio, una televisión de plasma, sintonizada en el Canal de las Estrellas, misma donde, con el paso del tiempo, me di cuenta que veía la novela de las 7, la de las 9 (cualquiera que fuese) y posteriormente el noticiero de Joaquín López Dóriga; diversos papeles en su escritorio, figuritas atrás de éste; una ventana abierta para que entrara el aire en aquel bochornoso día y en el escritorio también se apreciaba una cajetilla de cigarros mentolados, uno de ellos estaba prendido.

Su primera reacción hacía mi fue ver mi CV, me miró de reojo y solo contestó con un "buenas tardes"; posteriormente hojeó el book que llevaba notas de periódicos y algunos titulares que yo redactaba antes para el periódico Marcha. Aunque no tenía la experiencia necesaria, ya que era recién egresado de la carrera en Ciencias de la Comunicación, decidió darme el beneficio de la duda y una oportunidad: "Al menos sabe cabecear de deportes. Ponlo a redactar y ve qué información será la que va a utilizar", dijo ella a Hugo, luego de ver lo poco que llevaba de mi trabajo.

No mentiré, la primer sensación al verla fue de miedo, Martha era una persona que a simple vista imponía con la mirada a través de los grandes lentes que traía puestos y ese tono de voz serio que le era característico. Sin embargo, el paso del tiempo me haría ver la persona que en realidad era.

Una vez que terminó de decir eso, se dio la vuelta y volvió a sus actividades normales, tecleando desde su computadora y moviendo su mouse inalámbrico color rojo. 

Muchas veces, diversos compañeros me advirtieron que Martha era una persona de duro carácter, que cuando se enojaba había que tenerle cuidado y que había tenido alguno que otro problema con gente del medio. Las veces que me había tocado estar a solas con ella, yo trataba de comportarme, para que no viera algo que le incomodara o que fuera motivo a algún regaño hacia mi persona. Siempre, atento a todo lo que me pedía, a todo lo que me indicaba y a trabajar de manera cautelosa.

Citando el pensamiento de una de mis excompañeras en aquel entonces, con Martha al mando sentías un temor enorme al ingresar a su oficina desde el primer momento que pedías autorización para entrar, y así enseñarle una plana ya editada, ésta se leía en varias ocasiones antes de mostrársela con la finalidad de no repetir elementos o palabras y no salir regañado. No saben la satisfacción tan grande que era cuando aprobaba cada plana con un simple "ok".

El paso del tiempo me hizo entender dos cosas: 1. no era fácil trabajar para ella, uno tenía que ser un editor perfeccionista: contar bien las notas y los caracteres que iban a ser plasmados en la página, una foto decente, de buen tamaño y buena calidad y, sobretodo, creatividad al momento de realzar los elementos que se leían a simple vista en la nota: Encabezado, bajante, clave o cita y el pie de foto; si se repetía alguna palabra en alguno de estos, era casi acreedor a una regañiza segura.

La segunda cosa que le aprendí fue la entrega y profesionalismo hacia el trabajo. Ella no descansaba, su horario era de lunes a domingo, no tenía días de vacaciones y tampoco horas de descanso. Si eran las dos de la mañana, ella seguía despierta, monitoreando la agenda del día siguiente y esperando autorización de los altos directivos del periódico para poder mandarlo a imprimir. Cuando un compañero faltaba, era la primera que entraba al quite, si estaba en sus manos, realizaba el trabajo de ese compañero. Si no había información que considerar, ella veía la manera, pero el trabajo salía porque salía. A pesar de que a veces eran poco entendibles algunas decisiones que tomaba como jefa, siempre le admiré eso: la pasión y dedicación que desbordaba hacia su profesión

Pasara lo que pasara, siempre debía tener la razón, aún cuando no era acreedora de ella, lo único que quedaba era resignarnos ante sus órdenes, al final de cuentas, ella era la jefa. Sin embargo, ante su carácter, Martha Meza era una persona que extendía la mano cuando era necesario y defendía a su equipo de trabajo cuando se requería. Incluso, tenía detalles mínimos para con su equipo laboral: si llegaba a la redacción sin comer, compraba una pizza, y repartía a los compañeros que estábamos presentes, esa, entre otras cosas, por muy mínimas que fueran, se le recuerda.

En ocasiones, solía contar cada una de sus aventuras vividas en Monterrey, así como también de algunas experiencias que tuvo con altos funcionarios y servidores públicos, con una alegría sin igual. En otras, personalmente me aconsejaba y me comentaba sobre los errores que algunas otras personas con las que había trabajado, para que yo no cayera en los mismos.

Poco tiempo pasó para ganarme su confianza. Martha, un día me ofreció el puesto de editor general con un pequeño aumento de sueldo. Vio el potencial que yo podía dar para ese trabajo, del cual me sentí halagado, aunque al final, por motivos administrativos, no pudo consolidarse esa opción.

Nunca esperé una felicitación, un apapacho, ni palabras de aliento por parte suya, sin embargo, siempre supe cuando indirectamente me hacía saber que estaba satisfecha con lo que yo hacía. Hoy puedo decir que, gracias a los regaños o llamadas de atención, a su carácter difícil en todo aspecto, pude aprender lo que el futuro me depara, ya que todo eso me sirvió, sirve y servirá para mejorar como periodista y sobre todo como persona.

Siempre le estaré agradecido por todas las oportunidades y la confianza que Martha Meza me brindó, y por mostrarme que al plano laboral hay que tenerle dedicación y amor.

¡Donde quiera que esté, le deseo un feliz viaje!

Siempre le recordaré con mucho cariño y admiración, jefa.