La vuelta por los cuartos de final del torneo mexicano se mostraba como una posible tarde mágica para el americanismo que en los últimos años ha vivido una cadena de emociones gracias al trabajo realizado por el club. Pese a la mala pasada del tiempo la gente llegaba en grandes cantidades al recinto de Tlalpan que de a poco se iba colmando las gradas.

Las vialidades se movían con lentitud debido a la gran convocatoria que presenta el América cada vez que hace de local, más aún, tratándose de un pase a las semifinales del balompié azteca. La entrada de los seguidores azulcremas nunca cesó pues aunque las fuertes precipitaciones le jugaban en contra a los americanistas, estos hacían un esfuerzo por acompañar al equipo y ponerle el hombro a la mínima desventaja con la que el equipo se presentaba.

El primer gol del partido cayó de manera inesperada, consecuencia de algunos errores defensivos, sin embargo no parecía ser factor pues la gente no paraba de alentar al equipo de todas las maneras posibles. Desde especial bajo hasta la zona general podía percibirse el olor a césped mojado y resbaladizo que impedía a las Águilas ir al frente de manera fortuita, quedando en segundo término el estado del campo de juego; Rubens agarró la pelota y de manera descarada tiró un globito dentro del área como en el llano o como diría el mismo Sambueza: “Una jugada de potrero”, la pelota hacía una comba a la cabeza del ´Pipa´ que no lograba conectar con toda certeza para que el balón llegara a la persona de Peralta y éste se luciera con una chilena que reventaba la garganta de los presentes.

El primer tiempo concluyó acompañado de un estruendoso “Vamos América” que descendía desde las tribunas y hacía levantar la cara a los jugadores que aplaudían con un ánimo especial, el grito de guerra pareció surgir un efecto casi inmediato pues poco tiempo de iniciado el complemento el América se volcó al frente y en un disparo desviado Pablo Águilar, el defensa con más gol de México, que poco le importó arriesgar el físico para meter el ansiado gol de las Águilas, ¡PARAGUAYO, PARAGUAYO! El Coloso subía de intensidad, pero un inexplicable “ajuste táctico” le robaba el aliento a los azulcremas que atónitos observaban la renuncia al ataque por parte del timonel.

América nuevamente se vio abajo en el marcador y en medio de una incertidumbre que inundaba las gradas del Coloso, la gente se levantó y puso: “Corazón y la arenga que alimenta la mística americanista de siempre ir al frente” , fueron minutos de desesperación hasta que faltando 5´ fue Michael Arroyo el que tomó el balón desde una distancia lejana para intentar un tiro que resultaría suicida, de cualquier forma el ´11´ le pegó a la pelota de forma magistral con todo el coraje y el corazón de vestir los colores del  equipo más ganador de México ¡¡GOOOOOOOOOLAAZOOOOO!! El estadio se caía, una locura desencadenada por el ecuatoriano que recorría la cancha de punta a punta para festejar con la gente.

Lo que sucedió en los últimos minutos fue consecuencia del conformismo, miedo, idea y la falta de personalidad que implicó una decisión con todo un partido por delante. Con el dolor de haber perdido la serie, los jugadores se rindieron a su gente, la que por ningún instante dejó solo al equipo, a su vez, los aficionados cobijaron al plantel, quienes eran los menos culpables de la humillación; aplaudía la garra, el corazón y las ´ganas´ que los jugadores mostraron por la camiseta porque una vez más equipo e hinchada estuvieron juntos ¨hombro con hombro¨ como todas las tardes inundadas de gloria para el americanismo, ésta vez el resultado no fue favorable pero tanto en la cancha como en las gradas se dio cátedra de lo que es América, el más grande.