La tarde del 5 de marzo del 2016 quedará marcada de por vida para los millones de americanistas que siguen al equipo a lo largo y ancho del continente americano y más allá. Esta fue un atarde especial que nadie se quiso perder, un clima inmejorable para la despedida de un Águila real, para el último vuelo del último gran ídolo.

Sin importar el punto de la ciudad de donde se emprendiese la odisea para llegar al Coloso, se podía percibir un día de fiesta, un día de fútbol. Que tan grande es aquel jorobadito oriundo del barrio de Tlatilco que opacó por completo la cartelera de fútbol en todo el país, que tan grande es aquel eterno ´10´ que pintó las calles de amarillo y azul, porque esta tarde lo hizo él y solo él.

La llegada al azteca arrojaba rostros de inquietud y ansiedad entre los que se daban cita a la despedida del mítico jugador. La explanada del recinto de Tlalpan lucía como pocas veces, cualquier despistado pensaría que se juega una final más, por el tumulto de gente, la desesperación por llegar pero sobre todo por la alegría inmensa de los americanistas que alimentaban las largas filas rumbo a las tribunas.

Se aproximaba la hora del comienzo y un silencio tremendo se apoderaba del Coloso, casi como esperando alargar lo inevitable. Con el silbatazo inicial crecía la expectativa de ver al genio de Tepito realizar sus últimas pinceladas de arte, las trompetas de ángel y los bombos de diablo surgían desde la tribuna popular del Azteca buscando musicalizar la despedida de aquel que tantas veces hizo de las gradas un manicomio sin control alguno.

Blanco tocaba la pelota y hacía que todo el mundo se remontase a sus mejores épocas,  el ´Temo´ estaba re debutando; corría como si tuviese 18 años, peleaba cada pelota como si no hubiese un mañana y gritaba como el gran capitán que siempre fue. A todos se les fue el aliento cuando enganchó hacia adentro, condujo con la pelota pegada al pie y soltó un derechazo que pegó en el travesaño. No exageramos si decimos que con ese gol se caía el estadio, era ni más ni menos que la firma de Picasso a la Mona Lisa, pero no se dio.

Lo que vino después fue una interminable lista de flashbacks para todos los presentes, un contagio de emociones no sólo para los aficionados, los jugadores dentro de la cancha parecían debutar y se animaban a hacer cosas que comúnmente no hacen porque eso es Cuauhtémoc; una explosión de júbilo, pasión y la alegría más pura por jugar al fútbol.

Una última “cuauhtemiña” puso de pie al estadio y fue el fin a una carrera llena de alegrías así como irreverencias pero sobre todo mucho fútbol. Podríamos decir que en el Azteca se jugaron dos partidos; uno que duró 37´minutos y otro que tuvo goles.

El astro mexicano daba la vuelta y con ello la gente se entregaba al #100 entre aplausos y lágrimas que caían de los miles de rostros en el azteca, una lagrima por cada gol y cada momento vibrante.

No se fue cualquiera, se fue Cuauhtémoc Blanco Bravo el ídolo nacional que venció al tiempo pero que decidió tomar otro rumbo. “20 años no es nada” dijo Carlos Gardel y en parte es así porque pareciera que Blanco todavía puede jugar al menos un par de temporadas más, sin embargo el destino quiso que la tarde del 5 de marzo se despidiera del club que lo vio nacer “siempre se vuelve al primer amor”, así ´Temo´ debutó para luego despedirse y dejar un legado que sin duda será difícil de igualar, por no decir imposible. Gracias por tanto Cuauhtémoc Blanco.

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