Ya son cien

Este lunes uno de los clubes con más tradición, con más historia y longevidad, cumple cien años de existencia. El Atlas de Guadalajara.

Ya son cien
(Foto: anotandofutbol)
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Por Gabriel Urrea Sánchez

Despierta, hoy ha vuelto a salir el sol. Pero te sientes diferente,  una sensación exasperante brota desde tus entrañas, quiere salir, déjala salir,  porque hoy no es cualquier día. Cien años se dice fácil, pero ¿qué son cien años cuando los conviertes en negro y escarlata. ¿Qué son diez décadas cuando es el sexto día de la semana el único que cuenta? ¿Qué son veinte lustros cuando tu pueblo te seguiría por treinta más? Cien años que se cuentan en suspiros y eternidades. Cien años que relatan  las agonías, las sorpresas, las tragedias y las hazañas.  Cien años en los que no has parado de luchar por seguir escribiendo esa historia que no quiere terminar.  100 años, pff…, solo 90 minutos te han bastado para convertir a la sensación más aflictiva en la más radiante. Cien años se dice fácil, no han sido fáciles. Han sido gloriosos.

Como toda gran historia, comenzaste lejos de tu destino. Construiste una familia a kilómetros de distancia, pero tenías que regresar, tu verdadero hogar se encontraba al otro lado del océano.

Paradero, ese fue el nombre que le diste a tu primera casa, justo hace cien años, ¿lo recuerdas? Precisamente a las afueras de la Ciudad de las Rosas. Apuesto a que aún escuchas el sonido de los tranvías que paraban para entrar y salir de la Perla. Pero no te importaba, tu mente estaba en otro lado asegurándose que tu nombre jamás fuese olvidado. En ese pequeño y humilde cobertizo comenzaste a forjar tu legado, uno que está próximo y listo para brillar otra vez.

Fue pronto que conociste a tus contrincantes, uno a uno los probaste y ellos te probaron a ti. Sin embargo, solo fue necesario un encuentro para encontrar al que a la postre sería tú más acérrimo adversario. Rodaba el primer balón disputado entre ustedes y para el final del enfrentamiento, dejabas plantados los cimientos de una rivalidad que se extiende hasta la actualidad.

Comenzaste a disputar el campeonato estatal desde el primer año de tu llegada y con brazos abiertos lo recibiste. En tus primeras cuatro actuaciones te alzaste con el trofeo, algo inédito hasta ese momento y que solo llegó a repetirse una vez más. Con el pasar de los años tu nombre, tus colores y tu gente se hacían grandes, pocos eran aquellos que no sabían del club Atlas, pero tu gran oportunidad llegó veintisiete años después.

Se inauguraban los torneos de Liga y de Copa alrededor de todo el país. El calendario marcaba 1943 y eras tú, junto otros nueve clubes, uno de los elegidos para participar en la primera justa nacional. Es tu momento, llegó la hora de demostrar ante todo el país quién eres y qué es el Atlas.

Han pasado ya setenta y tres años desde aquel dulce debut en primera división; y cómo olvidarlos, cuando han sido tantos los aires y suelos que has vivido. Apenas empezabas a tomar la pluma cuando se presentó. 1951, tu primer par de alas emergían y te alzabas sobre los demás como un ángel que tocaba el cielo, pero no fue el cielo al que decidiste tocar, porque ni siquiera en lo más alto pudiste encontrar alguien merecedor de ti, fue entonces que decidiste mirar abajo y los encontraste a ellos. Hoy portan orgullosos tu primer par de alas, mismas que nombraron en alusión al año de su nacimiento. Ellos han sido tu aliado más grande y te han visto crecer a lo largo de tu vida.

Aún recuerdan cuando eras apenas un pequeño niño, rápido, juguetón, y orgulloso de tu nacionalidad, sin embargo eso no te quitaba la clase y como todo un catedrático, marcaste a una generación entera de pequeños, que como tú, querían seguir el mismo camino. Conforme los años pasaron, transformaste esa jugarreta, ese descaro y esa tenacidad, en respeto, belleza y sobre todo amabilidad. Ahora eras alguien maduro. Te decidiste ser más inclusivo con los demás, no solo con los que eran iguales a ti. Y vaya que funcionó, te volviste amigo de todos.

Luego llegó un momento inesperado, después de tanto tiempo de respeto y madurez, te volviste loco. Casi como si hubieras regresado a tu juventud. Eras de nuevo ese chico, puberto, casi desequilibrado, pero siempre muy trabajador. Hacías las cosas a tu manera, la gente no entendía por qué en un principio, pero después entrarían en razón. Miles intentaron sacarte de aquel estado de demencia, finalmente cediste, solo pidiendo algo a cambio, que te dejaran quedarte el bigote. Pero cómo olvidar ese increíble bozo de pelo. Ese que te hacía sentir como en tus mejores años. Corrías y bailabas por todas partes como si todavía existiera ese niño muy dentro de ti, ese que en el fondo siempre había sido tu héroe. Ese que hacía que sintieras que tenías alas de nuevo, era casi irreal.

Otro gran momento fue aquel en el que te despedías de la casa que te vio nacer, la casa donde creciste, la casa que te había enseñado todos los valores que a la postre se convertirían en tu esencia. No todos los cambios son buenos, empero, la magnificencia de este, fue brutal. Decías adiós al Parque Oblatos, para mudarte al lugar que hoy en día se ha vuelto uno de tus símbolos más importantes. La calzada de independencia recibía al gran Atlas de Guadalajara en 1960, su nueva casa; el Estadio Jalisco. Una casa que bien podría tener su historia aparte, con los mismos ápices de grandeza que los tuyos. Un hogar que representa la conexión más pura y honesta entre tú y ellos. Un sitio capaz de hacer magia, que aún se sostiene 56 años después de abrirte las puertas por primera vez, y que lo seguirá haciendo mientras se lo permitas.

Sin embargo no todo fue gozar, tres fueron las veces que caías noqueado besando la lona, tres ocasiones en las que te sentías absorbido por las fauces de la derrota, pero eso no iba a detenerte. Sin pensarlo dos veces, te levantaste de manera inmediata para seguir luchando, no pensabas pasar un segundo más en el suelo, sabías que tu relato no terminaba ahí. Porque no ha terminado, tú sigues, ellos siguen.

Así es, ellos. Aquellos que te vieron cuando dabas tus primeros pasos y pronunciabas tus primeras palabras. Aquellos que gritaron contigo por primera vez llenos de júbilo, esos mismos lo siguen haciendo. Aquellos que cuando la cosas no marchaban de la mejor manera, decidieron no voltear la mirada porque sabían que los tragos amargos son parte todo. Cuando te ven crecer de esa manera, llegan a conocerte tanto como si fueran ellos mismos los que están siendo partícipes en esa historia, la realidad es que si lo son.

Imagina todo el camino, desde el principio hasta el día de hoy, ¿cómo hiciste para llegar a dónde estás? lo has conseguido porque nunca estuviste solo.  Y cómo pudiste haber estado solo cuando eres mucho más de lo que aparentas. Porque no solo eres los títulos que has conseguido. Entonces ¿por qué son tantos los que te siguen?

Porque ellos no solo siguen a un equipo de fútbol, siguen a una institución, siguen una cultura y un compromiso social. Ellos saben lo fácil que sería seguir al equipo más ganador o al que mejor juega, pero tú sabes que existe algo más allá de eso, lo respetas y lo conviertes en tu esencia, ellos lo entienden y te lo hacen saber. Porque tu gente no se hace por tradición, se hace por convicción. A diferencia de la mayoría de tus adversarios, las puertas de tu casa las pueden encontrar no solo en el lugar donde ofreces tu juego, alrededor de la ciudad cuentas con tres hogares más, igual de importantes que tú estadio. Son numerosos aquellos que desde muy pequeños entran a tu hogar, inclusive crecen ahí, adquiriendo el cariño y los valores de tu nombre. Te vuelves su identidad; de la misma manera que un león defiende a su manada, ellos defienden tú nombre.

Tus ídolos no solo los encuentras en el terreno de juego. Cómo poder despreciar a Mingo y esa bandera agigantada que pasea y recorre las gradas de tu casa mientras deleitas a tu gente. O al eterno Canito que por siempre será recordado como la voz y alma del equipo. Tus íconos no siempre visten de rojo y negro. No se puede olvidar que tu meta va más allá de los 11 contra 11, son muchas las áreas de trabajo que cada día te esfuerzas en mejorar. Tú nombre no es solo un canto, al igual que no eres solo una playera. Atlas es deporte, es cultura y es sociedad. La pasión con la que llevas a cabo cada uno de tus objetivos, hacen de este tu sello, uno que ellos nunca han olvidado, es por eso que te exigen que tampoco tú lo olvides.

Felicidades Atlas, el día de hoy inmortalizas tu nombre en los anuales de los grandes equipos, y de las grandes instituciones. Han sido cien años inolvidables, siéntete orgulloso, de ti mismo y de tu gente. Eres afortunado, pero la fortuna no llega por suerte, lo hace por merecimientos, y hoy más que nadie tú te lo mereces. Enhorabuena rojinegro, es hora de festejar.