La estadística no sirve para explicar la grandeza de un equipo, esa es la primera certeza que deben tener quien trabaja con datos. Solo hace falta echar un vistazo a un estadio repleto que alienta sin cesar, aún perdiendo, en el minuto 92 o pararte ante una fila infinita de gente que anhela un boleto a pesar de que su equipo no gana. Son cosas que no se explican desde los números sino desde el corazón.

A veces los datos acompañan lo grande que es el América, pero la mayoría de las ocasiones no alcanzan para plasmar tanta gloria. No hay cifra que pueda medir la valentía de unos jóvenes que osaron desafiar a todos los clubes hispanos de principios de siglo. No se puede medir un lance a mano derecha para vencer de una vez y para siempre al eterno rival. No existe fórmula alguna para calcular las agallas de un portero que va por el milagro. El americanismo es un sentimiento incalculable.

Esa es tu grandeza América. Que cuando se habla de ti, se habla de jugadas increíbles, de estiradas espectaculares, de estadios a reventar, de abrazos de gol, de gloria. Esa es tu grandeza América. Que cuando me preguntan para que registro cada partido en el que juegas, les pueda decir orgulloso que para absolutamente nada, porque tu grandeza no es un resultado, ni siquiera cuando ganamos, tu grandeza es la pasión que compartimos en la cancha, en las tribunas y en el club cada vez que sentimos tu escudo.

Se vienen 100 años más. Otros contarán tu historia, seguramente con más y mejores herramientas. Los datos se irán acumulando y hablarán de tus proezas. Será lo de menos. Lo que importa, al igual que aquel jueves 12 de octubre de 1916, es lo que nos une; tú, querido Club América.

Llevo en el pecho los colores del América