Tendría en aquella época alrededor de once años. Mi padre (el Pep) me llevó a probar con un equipo que vestía de blanco con negro, que jugaba  en “el torneo de los Caminos” (era la Liga Infantil y Juvenil de la Policía Federal de Caminos, me recuerda ahora), y cuyos hilos eran manejados fuera de la cancha por el profe Nacho Sánchez Carbajal, y dentro de ella por un ‘güerejo’ que le pegaba sabroso a la bola, pero que se excedía de protagonismo: cobraba todos los tiros libres, saques de meta y tiros de esquina; y si se podía, hasta los saques de banda.

Con el partido ya resuelto, el profe Nacho volteó a la banca y le indicó al entrenador del equipo, un flaco bigotudo, que me diera chance. Quedaban diez minutos de juego, tal vez menos. Corrí despavorido con mi cinturita de gallina al mediocampo, dispuesto a ganarme un lugar y, si había chance, arrebatarle un tiro libre a aquel mocoso.

El deseo se cumplió. Hubo una falta cerca del área, y cuando el güero se disponía a hacer lo suyo, que era lo de siempre, el bigotudo exclamó un golpe de alivio: “Que le pegue Caballero”. Aquel no tuvo más remedio que darme la bola, medio sonriendo y medio refunfuñando.

Sin temor a equivocarme, fue uno de los goles que más he disfrutado en la vida. La pelota me hizo caso como nunca: quebró a la barrera por fuera y se clavó en el ángulo.

El profe Nacho volteó hacia el Pep, quien como ya saben acostumbraba ver los partidos atrás de las porterías (‘como los que saben’, dice), y le preguntó a grito pelado: “¿Por qué no me dijiste que tu hijo podía hacer eso?”. Después de eso, no volví a saber del equipo ‘de los caminos’, ni del güero ni del bigotudo, y tampoco del profe Nacho.

La Franja se metió a casa de Lobos BUAP con la obligación (sí, con la obligación) de sacar los tres puntos. Y no conforme con eso, lo hizo de una manera abrumadora, incontestable, autoritaria y, lo peor de todo, ilusionante, porque ahora mismo y a pesar de todo, que no es poco, está en zona de Liguilla.

¿Por qué no nos dijeron que la Franja podía hacer eso?

Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.