Argentina: una némesis inventada por los mexicanos, pero con muchos méritos para ostentar tal título, aunque en el país austral no se ve, ni se ha visto nunca, a México como un rival particularmente especial.

La historia entre ambas selecciones es parte ya de la cultura del nuevo siglo: desde 2004, México no ha podido vencer a ‘La Albiceleste’, sea en juegos oficiales o amistosos. De ahí en adelante todo se consume en numerosos flashbacks empañados con lágrimas verdes, blancas y rojas: la Confederaciones de 2005,  los Mundiales de 2006 y 2010, incluso la final de la Copa América de 1993, siendo este el primer clavo del ataúd con el que Argentina ha sepultado las ilusiones de los aficionados mexicanos de ver a los sudamericanos siendo vencidos por alguna selección nacional, de la mano de algún nuevo héroe que tome venganza en nombre de todos los hijos de Cuauhtémoc que no han visto la victoria en quince años.

A una semana de las Fiestas Patrias, el partido se antojó como una versión colectiva de la tradicional pelea de box en Las Vegas todos los 15 de septiembre: un rival odiado, frente a una audiencia que, en su exilio, son más mexicanos que aquellos que están de este lado de la cerca, y, sobre todo, la esperanza de ganar, más concreta que nunca, más sólida que siempre.

El escenario, el Alamodome de San Antonio, Texas, una de las múltiples oficinas de la República Mexicana en los Estados Unidos. Un estadio de menor porte que el del partido anterior, pero con el peso específico de estar en uno de los estados de la Unión Americana que más mexicanos tienen.

Por el contrario, un puñado de argentinos se hizo presente en la tribuna, distinguidos con la fortuna de ser testigos de un nuevo triunfo de su combinado frente al eterno cliente, frente al eterno hijo. Como dice la canción, la suerte viene a buscarlos.

Aunque, en realidad, no fue tanto una cuestión de suerte como de buen futbol lo que Argentina demostró en la cancha y con lo que finalmente dejó patente por qué la Selección Mexicana no ha podido ganar en tres lustros; sin embargo, esa es otra historia.

Se ha mencionado anteriormente que, para los mexicanos que viven en los Estados Unidos, lo importante es ver al equipo tricolor, independientemente del rival y el resultado. Esto es usualmente aplicable a los partidos de eliminatoria de Concacaf, contra rivales que apenas conocen el balompié. Contra Argentina, es una espantosa excepción que confirma la regla: frente a un rival de verdadero nivel, aplica lo que aquella otra canción dice: me caí de la nube en que andaba. La caída dolió de sur a norte, desde la Patagonia hasta la Bahía Prudhoe, en el extremo norte del continente americano. Nadie merece sufrir así.

Como un tenebroso pilón, los paisanos mexicanos tuvieron que soportar completos los noventa minutos de castigo casi dantesco: quién sabe cuándo volverá la selección a aquellas latitudes, así que hay que aprovechar, para bien o mal, que están aquí.

Como refiere el inicio de este texto, para el país porteño, México es una victoria más. No se sabe a ciencia cierta qué es lo que piensa el argentino de a pie acerca de México y su equipo representativo, más allá de los sempiternos tópicos acerca de Chespirito y sus personajes, y aunque es evidente que ganar en el futbol siempre será motivo de contento, quizá no lo sea de una forma particularmente significativa, lo que aprieta más la cuña en el alma mexicana: nos ganaron y les da igual. En este lado del ecuador, por el contrario, perdimos, sufrimos y nos da rabia.

Tarde o temprano iba a pasar, México tenía que perder un partido en la era de Gerardo Martino, y el hecho de que eso sucediera contra Argentina, resulta especialmente funesto: para los analistas, fue un asunto del pésimo parado del equipo, especialmente en la defensa; para el resto de los mexicanos, en cualquier parte del mundo, fue porque el ‘Tata’ es argentino y jamás iba a permitir que su país quedara mal. Conspiraciones vienen y van, un despliegue del mexicanísimo arte de encontrar en otros la responsabilidad de los errores propios.

Si bien se pensaba que este partido sería la antesala a los tradicionales eventos deportivos de Fiestas Patrias, la realidad es que quedó más como una suerte de venganza de la Batalla de El Álamo: después de 183 años, los mexicanos, vencidos y humillados en San Antonio.

La historia es cíclica y todo vuelve, aunque sea tarde.