Juan Reynoso debe irse del Club Puebla.

No es un deseo como tal, porque con la rebosante cantidad de tres partidos disputados (de diecisiete), no estamos para anhelos, para dejar trabajar o para el beneficio de la duda. Es una obligación.

Da igual que, de vez en cuando, necesitemos un poco de calma, de sensatez, de resistencia ante la adversidad, de hacer algo diferente que correr como pollo sin cabeza.

A los poblanos nos es insuficiente la dolencia natural de cualquier proceso, los tropiezos propios del comienzo, los yerros inherentes al encuentro con el acierto; aunque no lo sean, siempre encontraremos el modo de hacer nuestros problemas más grandes, más incendiarios, más insoportables.

Da igual que, torneo tras torneo (tras torneo, tras torneo, tras torneo), al igual que ‘tropecientos’ equipos, entrenadores y directivas del futbol mundial, se nos aparezcan las dudas en alguna madrugada, en algún entrenamiento, o en algún partido.

A los poblanos nos apremia la necesidad de ver a una Franja derrotada, humillada, hundida en la tabla general, para vanagloriarnos; para bañarnos en esa sapiencia que nos come la lengua con un ‘Se los dije’.

Da igual que, cada inicio de campeonato, nos suceda el mismo error: cortar por lo más fácil, elegir lo inverosímil, y conformarnos con las migajas del que venga a hacernos el favor, en lugar de exigir, de exigir muchísimo y hasta la saciedad, al que ya está (y al que lo puso).

A los poblanos poco nos interesa aprender del pasado. Es imperante -y desesperante- cómo se nos queman las ansias por aventar nombres a diestra y siniestra (aunque a algunos de ellos ya se les haya desterrado en otra ocasión), y con la menor asertividad posible.

Juan Reynoso debe irse de manera inmediata.

Es más, me permito el consejo, al peruano habría que prohibirle, urgentemente, la entrada al hotel de concentración y a cualquier recoveco del estadio Cuauhtémoc, y que el resto del torneo sea dirigido por absolutamente nadie, o por los que levantemos la mano, o por el cuerpo técnico rival; o, peor tantito, por los que están ávidos de saciar su inocultable podredumbre y déficit de atención. 

Que vengan los que alguna vez huyeron, que regresen los que nos hundieron, que se devuelvan los que, a lo lejos, se burlan y disfrutan vernos caer.

Da igual, en serio; no exijamos, no levantemos la voz, no hagamos absolutamente nada distinto a lo de siempre. Al fin que ya nos vamos a Mazatlán.

Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.