La garra y la pasión son hoy dos elementos poco presentes en el balompié mexicano; «el amor a la camiseta» y el sentido de pertenencia hacia los clubes hoy son prácticamente como una antítesis del futbolista en nuestro país. Como esos quedan pocos.

Estos elementos se encontraban en Yosgart Gutiérrez, un portero al que la vida y el futbol no le dieron su lugar, un portero que tuvo que soportar ser suplente en más de 400 ocasiones, pero que nunca bajó los brazos. Siempre se caracterizó por sus festejos llenos de euforia, por ese apretón de puños y ese grito que resonaba en el público. A donde quiera que iba, se entregaba.

Llegó a Necaxa en vísperas del Clausura 2016, año sumamente importante para la Institución, y a la cual no defraudó jamás. Debutó el 8 de enero de 2016 ante Atlante; fue titular en todo momento, hasta el último encuentro de aquel recordado ascenso: aún se siente la emoción que tuvo aquel 21 de mayo. 

Fueron cincuenta y tres partidos en los que defendió el arco necaxista, cuatro los títulos que levantó, catorce partidos en los que no recibió gol y un millón de corazones los que se robó desde su llegada. 

Se despidió el último referente de aquel ascenso, se despidió en un ambiente de incertidumbre y de ausencia en la portería de los Rayos. Habrá que buscarle.

Muy poca continuidad tuvo en estos últimos años, disputando apenas 445 minutos de liga en las últimas cuatro temporadas, pero ningún impedimento para que, tras tomar la decisión de retirarse, haya decidido que es en Necaxa en donde se quiere quedar. 

Ahora, lo que se espera en un futuro es que forme arqueros con ubicación y técnica; pero, sobre todo, que forme seres humanos capaces de imprimir esa pasión y esa garra que tanto se extraña de aquel guardameta del ascenso. 

¡Yosgart se queda!