España temía el encuentro ante la Verde. Los titulares previos al encuentro dejaban entrever la tensión que generaba dicho partido: a la Roja le tocó bailar con la más fea. Del otro lado de la moneda, la calificación de México fue más una alineación de los astros que una calificación por méritos propios.
Pero cuando el nazareno diera el pitazo inicial, cómo llegaba cada selección importaba un comino.
Pasados los primeros 45 minutos y el marcador favoreciendo a México, lo único que se actualizaba en la red social del pajarito eran elogios, alabanzas y ponderaciones tanto para el equipo nacional como para Almaguer.
"Qué bueno es Corona, con razón se irá a Europa". "Ufff, excelso el trabajo de Sánchez bajo los tres postes, es un crack". Y sí, todas aquellas alabanzas estaban basadas en lo que se estaba reflejando en el empastado.
Sin embargo, las dudas y falta de convicción llegaron al menos indicado: Sergio Almaguer. La mente del técnico azteca se inundó de dudas, telarañas y los fantasmas que han merodeado el balompié mexicano desde hace mucho tiempo. Querer guardar la mínima diferencia ante una selección con jugadores en los mejores equipos del mundo era jugar con fuego.
Así como Memo Vázquez le transmitió inseguridad a mares al Cruz Azul en la tanda de penales, Almaguer hizo lo propio con sus pupilos.
El mensaje fue claro y rotundo. No creerse capaces de vencer a la selección española. El respeto pudo más que el talento.
¿Coincidencia que Jesé, delantero que jugará en el Real Madrid para la siguiente temporada, anotara el gol de la victoria al 90'?
No lo creo. La suerte encuentra a quien la busca y en el fútbol como en cualquier cosa de la vida, se consigue cuando estás convencido, te crees el mejor y lamentablemente México no se la creyó este día.
Así de simple y sencillo. No busquemos la respuesta llamando a líneas esotéricas o en galletas de la suerte. Hasta que no nos creamos los mejores del mundo, nunca levantaremos la Copa del Mundo.