Primera fecha de la Liga Águila 2015-II. El Estadio Atanasio Girardot como escenario, lugar en donde el Deportivo Independiente Medellín y el Once Caldas disputarían el que, sobre el papel, muchos consideraban como el partido más destacado de la jornada. Algo faltaba.

Primer acto

Con el estruendoso pitido de Norberto Ararat comenzó el primer tiempo en el Estadio Atanasio Girardot. El que hace 33 días estaba a reventar, hoy atestiguaba, casi de manera parsimoniosa, cómo los que se reventaban la garganta eran los entrenadores, no los más de 40.000 aficionados, que ya, casi como una parte más de sí, estaba acostumbrado a recibir cada quince días.

En los primeros cinco minutos el protagonista fue Leonel Álvarez. El estratega del onceno local se deshacía en gritos y silbidos para tratar de dar forma a su línea defensiva que, encabezada por Arias y Pertúz, poco podía hacer para sacar la pelota de su área. Once Caldas salió con la vehemencia característica del villano que, aunque no lo demuestre, quiere robarse el corazón de los espectadores. Algo faltaba.

Sin embargo, así como si de repente hubieran notado que eran ellos los llamados a salvar el día (la noche, mejor dicho), los jugadores del Deportivo Independiente Medellín se hicieron con la pelota en los minutos siguientes. Con pases precisos, jugando por el piso y con una sincronía envidiable, los Rojos se robaron la atención de sus rivales; de los técnicos Álvarez y Torrente; los sustitutos; los periodistas, y hasta los recogebolas. Algo faltaba.

No obstante, así Hernán Hechalar mandara el balón al centro del área, Christian Marrugo un pase filtrado, o Daniel Torres lo intentara desde media distancia, el Poderoso no conseguía embocar la pelota en el arco rival. Definitivamente en el cuadro Rojo algo faltaba.

Y mientras eso ocurría, los visitantes, cansados de correr detrás del balón, se decidieron a ir por el esférico, motivados por la algarabía (de su banquillo). Ante la arremetida blanca, los defensores del Medellín volvieron por un momento a sus viejas andanzas, esas que se creían hacían ya parte del pasado. Entregas imprecisas en la salida, comunicación ineficiente, y demás, permitieron que, al menos por otros cinco minutos, el llamado a ser dominado fuera dominante, pero tampoco consiguió el gol. En el Once Caldas también algo faltaba.

“Un minuto más”, dio a entender con un gesto un Norberto Ararat que se veía extrañamente tranquilo.

De pronto, en un acto de rebeldía, los jugadores que vestían de rojo se armaron en una carrera contrarreloj, haciendo una transición de defensa a ataque en tiempo récord. La pelota circulaba en el área rival, Angello Rodríguez se la cedió a Fabio Burbano que, al ver cómo un temerario Michael Ordóñez se acercaba y estiraba la pierna, decidió desplomarse para intentar impresionar a Ararat. Falló la sincronización. Reprimenda, dos pitidos igual de estruendosos al de 46 minutos atrás, y a las duchas.

Segundo acto

Los once del Once, presurosos como en el inicio de la primera parte, saltaron al campo de juego con anticipación. Los Rojos se tomaron su tiempo, no tenían quien los acosara. Aparecieron pues en escena los que eran esperados (por sus rivales) y Ararat dio inicio a los segundos 45 minutos.

En el comienzo pudo notarse cierto símil con los últimos instantes del primer tiempo: Medellín salió a atacar, Once Caldas mantenía un consistente cuatro-cuatro en la parte de atrás. También era constante la posición de Hernán Hechalar quien, al parecer según designios del director, había pasado al flanco derecho, en el cual de a poco perdía protagonismo y se lo notaba incómodo. Ahí igualmente algo faltaba

A pesar de esto, con el pasar de los minutos el juego fue encaminándose más hacia lo físico, dejando de lado la acción del rodar de la pelota. Norberto Ararat incursionaba en el plano para recriminar a los jugadores, dejándose una que otra tarjeta amarilla en el camino.

Luego de esto vinieron los cambios en ambos bandos. En el Once Caldas, Culma entró en reemplazo de un agotado Quintero, pero poco influiría él en el desenlace. Ocho minutos después, aparecería un joven Sebastián Macías, en el cuadro Rojo. Él llegó a ocupar el lugar de Fabio Burbano, que ya hace rato había pasado a un segundo plano.

Pasaron los minutos, y con el ingreso de Macías y el regreso de Hechalar al sector izquierdo, el Poderoso volvió a darle vida al juego. Un tiro libre de Jorge Arias que apenas se iba por encima, un cabezazo de Angello Rodríguez que terminaba en las manos de Cuadrado, un remate de Hernán Hechalar que se estrellaba en el horizontal. Aún algo faltaba

La pelota volvía a los pies de los visitantes, pasaba de Lucena a Ordóñez, de Ordóñez a Salazar, y llegaba finalmente a Arango, quien en una suerte de monólogo se sacaba de encima a tres rivales y neciamente volvía sobre sus pasos y se los ponía encima una vez más. Javier Torrente volteó hacia donde calentaban sus jugadores, llamó a Fernández, y mandó a Arango al banco. Cuatro minutos después sería Arias quien entrara a la cancha.

Por su parte, Leonel mandó a Morelos y a Córdoba a la cancha, pero tampoco ellos pudieron dar con la solución. Minuto 90, volvió a aparecer Ararat y enseñó tres dedos al árbitro asistente. De a poco los blancos caían desplomados en el terreno y este se sentía extrañamente cómodo. Marrugo sabía que había tiempo para algo más, mandó el balón al área, donde Fabra, solo y precipitado, intentó recepcionar y rematar en un mismo movimiento. El balón se fue por encima. Él se lamentó en silencio. Definitivamente ahí algo faltó.

Tres pitidos igual de estruendosos a los anteriores cerraron el telón.

Qué triste es jugar al fútbol cuando te faltan 40.000 cosas.