Artesano de su propio destino. Reconocido por el selecto salón de la fama de este gran circo llamado Fórmula 1, Jack Brabham decidió cambiar las directrices, ser alumno aventajado, el señor de sus éxitos y antes de que pudiera darse cuenta, el patrón y modelo paradigmático de una época cuyos éxitos, transformados en forma de tres títulos mundiales a bordo de la categoría reina, cambiaron la concepción de un deporte en el que el oscuro Jack Brabham comenzaba a sentar un precedente histórico jamás visto. Un antes y un después que sin embargo, aún no ha encontrado reedición o parangón en la historia del deporte a cuatro ruedas.

"No había un manual comparable a las actitudes de Jack, no seguía una regla estricta, salvo hacerlo todo por sí mismo. Todo a su manera", decían. Con esa vitola creció y se construyó el héroe y paladín australiano. Criado en las pistas de tierra de Nueva Gales del Sur, Jack Brabham se convertía justo antes de emprender el inicio de una nueva década llegada con los años sesenta, en el 'Creador' de una nueva Fórmula 1, que había encontrado en el 'aussie' su nuevo campeón y mandatario, en todos los terrenos concebibles. Con cuajo de campeón, pionero, y educado en la escuela del 'camino más duro', Brabham había nacido para el éxito.

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Inmerso en un mundo copioso de talentos adolescentes, con 'mánagers' y 'coaches' que les llevaban la tutela y les acompañaban, mano con mano, directos a la fama; con escaleras de talento directas al mundo del éxito, la trayectoria de Jack Brabham tampoco seguía el guion estipulado. En tanto que aquello se antojaba para Jack toda una utopía, en una verdadera exploración por el Amazonas de la época moderna, su escalada hacia el circo de las cuatro ruedas se convertía, al mismo tiempo, en solo una de las caras del poliedro de su carrera. La punta de un iceberg convertido a sueño y llevado al mundo de los vivos. "Todo a su manera, con tenacidad y la cualidad del trabajo duro", tal y como había aprendido de su cuna.

Y de aquella cuna nació su pasión. Hijo de un sencillo repartidor de verduras, muy pronto Brabham comenzó a ver crecer en sí el talento que le conduciría a dejar un legado inconfundible y que más tarde le asociará al mundo de la máxima competición. Tanto es así que a los doce años, el joven Jack aprende a llevar la furgoneta de su padre; pero su verdadero talento nace merced a los entresijos de las máquinas de las que disponía, en los que profundizó para dejar crecer desde su fuero interno la que era su verdadera vocación: "Quiero ser mecánico", reflexionaba para sí.

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Y cumplidos los 20, Brabham daba el primer paso hacia su instrucción como constructor y más tarde, hacia la competición de alto nivel. Un emigrante americano llamado John Schomberg le cede al joven Brabham su coche de competición, y este lo cuida a conciencia hasta que el piloto se retira. Del discípulo floreció un maestro. Y allí en las térreas pistas de competición de Nueva Gales del Sur, Jack Brabham debuta como piloto, clasificando cuarto en su primera participación y segundo a su siguiente.

Siete años adherido y dedicado a las carreras australianas le sirvieron de duro aprendizaje en una escuela donde el propio piloto criaba con mimo las máquinas y motores con los que más tarde conducía. Aquella singular instrucción fue marcando su carácter y esta escuela se proyectó más tarde a lo largo de toda su trayectoria profesional. Su amor a la mecánica vino a convertirse, años después, en la fuente de inspiración de un piloto con la mente desdoblada, y asimismo, diestro en todas las facetas.

Los años le hicieron tomar un rumbo diametralmente opuesto al que se le había predestinado. Dejando atrás mujer e hijos al otro lado del mundo, el australiano emigra a Europa para embarcarse en la Fórmula 1 reinante en la selva automovilística de la moderna Inglaterra. Errores, ensayos y fracasos, y al tiempo la cosecha -inevitable- de alguno de sus primeros enemigos a bordo de la máxima competición, le granjearon nuevas dosis de aprendizaje que años después aplicaba a sus proyectos. Algo que, unido a los conocimientos mecánicos de los que disponía, le sirvió para dar el salto a la Fórmula 1 en su esencia más pura. Y con la actitud de ese Cortés que quemaba sus naves para ganar o morir, debutaba en 1958, sin laurel, pero con olfato y mimbres de campeón.

La revolución se puso en marcha al año sucesor. En manos de Jack Brabham caía un Cooper con motor Convetry Clímax, situado a popa del piloto, como gran novedad. Aquello cambiaba todos los esquemas. Y al mismo tiempo, ponía la primera piedra de la nueva generación. Y mientras su carácter enigmático y mesurado hacía las delicias de la prensa del 'paddock', su bólido lo llevaba a reinar en la tercera prueba de la temporada 1959. Mónaco era el primer paso de la nueva era, guiada por el revolucionario 'Cortés' australiano que se adueñó de la selva británica de la Fórmula 1, que al mismo tiempo reformaba y reinaba con puño dominante.

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La aversión que generaba su discreta personalidad, por la que se le apodaba incluso 'Jack Black', no le detuvo hasta el final de infarto que puso el colofón a su reinado durante el año 1959. El dramático desenlace, sobrevenido en la última cita del curso en el trazado de Sebring -Estados Unidos-, fue el primer momento para el recuerdo que el australiano brindaba al gran aficionado de la época, y a la tribuna del motor en todo su esplendor. Jack Brabham ganaba su primer título y lo hacía a pie, y a golpe de riñón, exhausto en la última carrera del año.

Hasta entonces, el propio Brabham, Stirling Moss y Brooks disputaban el campeonato mundial de 1959 mientras el australiano lideraba de manera solvente la carrera que otorgaba el galardón. A cincuenta metros de meta, con un giro completo de ventaja, y sin gasolina, Jack Brabham echaba el pie a tierra para empujar su monoplaza, arrastrarlo hasta la bandera y ganarse, literalmente a pulso, su primer título en su carrera deportiva. Sangre, sudor y lágrimas. Y final apasionante donde los haya, como dorado preámbulo para otro laureado capítulo al que el 'aussie' se aventuraba.

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14 de agosto de 1960: Jack Brabham cosecha su segundo título mundial consecutivo

La formidable victoria conseguida por Cooper, tanto en el campeonato de constructores como en el de pilotos de la mano del australiano Brabham, precipita la renovación motorística que da pie a la década de los años sesenta en el circo del motor de competición de élite.

Por tanto, el triunfo de 1959 fuerza a que el resto de equipos de la parrilla compitan en la carrera tecnológica por trasladar sus motores a la zona ubicada tras el piloto. Y con el Gran Premio de Argentina con inauguración para el 7 de febrero, declarando con ello el inicio de una nueva temporada, la disputa a contrarreloj no ofrecía demasidas ventajas para ejecutar un cambio de esta índole, máxime con los tiempos que corrían, lo que ofrecía de manera irrevolcable una reválida de laurel por parte de Cooper y Brabham para el nuevo año. Y no se equivocaban, ya que, por otra parte, en este camino los británicos cobraban seria ventaja.

Porche y Lotus, con el reconocido Colin Chapman a la cabeza, fueron los primeros en unirse a la evolución motorística iniciada por el conductor austrialiano, siendo el equipo BRM el tercero en unirse a la armada británica con motor a popa. Poco podían hacer los extranjeros contra la flor y nata de la competición europea y esencialmente bretona.

Incluso Enzo Ferrari aceptaría también la nueva concepción, partiendo con la desventaja del enorme peso que flagelaba a los 'purasangre' rojos, que al mismo tiempo se encontraban en la diana de un Jack Brabham que le dio calabazas a su oferta y que se declaró firme enemigo de la histórica Scuderia. Y como tal, 'Jack Black' siquiera se limitó a considerar una proposión que juzgaba como una traición a sus principios vitales.

Tampoco le agradó al Comendattore tener que rendirse al enemigo y a la obsolescencia del motor delantero, habiendo defendido además que "los caballos siempre tiran delante", en referencia a esta disposición tradicional y clasicista de su motor. Y es que costaba aceptar que, para ganar, sus 'cavallinos' debieran ser "empujados por bueyes", como manifestaba.

Y al tiempo que unos discutían si la nueva disposición era o no la ideal para el nuevo plan que germinaba, se disputaba la cita argentina con pocos resultados de provecho para Cooper y su campeón, que se esfrozaba por garantizar a sus pilotos el mejor arma posible cara a futuras citas del calendario de la competición. En ello se manchaba las manos también un Jack Brabham que regresaba a su adolescencia bajo el abrigo de la mecánica. Y el alumno avanzado proporcionaba al equipo un nuevo diseño "lowline" adaptado y con mejor rendimiento. Surgía con ello la evolución del clásico Cooper, a semejanza del Lotus de Chapman: el Cooper T53.

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Tras Argentina como prueba inaugural y Mónaco como su sucesiva, el Gran Premio de los Países Bajos conocía la primera victoria del australiano de una larga retaíla que le galardonaría engrosando su vitrina con su segundo título mundial de Fórmula 1. Brabham tomaba la cabeza desde el inicio de la carrera en la tierra de los tulipanes, posición que no abandonaba, ajeno a los incidentes que ocurrían detrás y provocaban el triste fallecimiento de un espectador durante la prueba.

Bélgica siguió al éxito holandés. La plácida carrera del australiano Brabham chocó de lleno con la tragedia de una de las jornadas más negras de la historia de la Fórmula 1 sobre el mítico Spa-Francorchamps. Para Jack, pole y victoria vinieron rodadas. Sin embargo, en las jornadas previas Moss sufría un accidente que le fracturaba las piernas, abandonando temporalmente la competición. Por su parte, Mike Taylor, con lesiones más graves, la abandonaba de manera definitiva.

En carrera, Spa se cobraría dos víctimas mortales mientras Brabham llevaba su Cooper directo a la victoria. Chris Bristow, que también pilotaba para Cooper, y asimismo, Alan Stacey, perdían la vida en sendos accidentes de señalada gravedad, que conmocionaban al sector del mundo del motor en una jornada donde el 'aussie', poniendo la directa hacia el título mundial de pilotos, no encontró motivos para descorchar el champán. Tampoco Cooper, cuyo triplete en terreno belga le ponía en el camino para revalidar su distinción como escudería.

En Francia Jack Brabham retomaba su ritmo ascendente. A pesar de que la FIA decidió limitar la potencia de los bólidos tras los incidentes acaecidos en Spa, Cooper volvió a refrendar su posición dominante, con Jack Brabham sobreviviendo a una carrera donde todos sus rivales quedaron fuera de la pelea por diversos incidentes mecánicos y técnicos. La fiabilidad acompañó a los líderes, que copaban las cuatro primeras posiciones y restaban emoción a un título de constructores decidido ya en todos los sentidos.

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La línea trazada se acentuó en Ingaterra con el cuarto triunfo consecutivo para el vigente campeón. Jack Brabham consolidó una nueva pole y llevó el Cooper en primera posición hasta la meta, seguido de los Lotus, que apenas presentaron oposición al Cooper del que se presumía en todas las apuestas como el campeón revalidado, tras hacerlo previamente en 1959.

La temporada del sesenta concluyó acorde con el pronóstico tras el póker de victorias que Brabham finalizaba en Portugal. El quinto 'as' de la baraja del australiano llegaba tras una sucesión de fallos mecánicos de los adversarios que le precipitaron de nuevo hasta la primera posición.

Y con ello, Jack Brabham ascendía de nuevo hasta el título mundial de pilotos, por segundo año consecutivo. Teniendo en cuenta el sistema de puntuación del campeonato, que contabilizaba los cinco mejores resultados del año, la racha de cinco triunfos consecutivos daba por tanto matemáticamente a Jack Brabham su segundo campeonato del Mundo a falta de dos pruebas para finalizar la campaña de 1960.

Aquello acontecía y se reflejaba en las portadas tal día como hoy, 14 de agosto, día en el que la memoria de Brabham regresa a las páginas de los diarios, recordando el estigma que ha dejado su eterno legado en los capítulos de la larga historia del mundo del motor. De ello han bebido generaciones de pilotos y constructores, de un ejemplo que, sin embargo, se reeditaría pocos años después con doble participación para el actor principal de esta crónica.

1966: El 'viejo Brabham' se consolida con su tercer título mundial

Cruzado ya el ecuador de la década de los sesenta corría el año 1966 cuando Jack Brabham incorporaba un título más a su estela de éxitos. Nacía entonces el constructor que el australiano había llevado, durante años, escondido en las profundidades de su niñez. Brabham encarga un motor de tres litros a la firma Repco y en compañía de Ron Tauranac funda la escudería que lleva su nombre: Brabham BT.

A sus 40 años, Jack Brabham revalida con su propio equipo y a los mandos de su propio coche el título de pilotos. Antes, su permanencia en la alta competición le había granjeado las mofas de los 'profanos' por su veteranía. Pero Jack Brabham era un hombre de sueños, y dueño de los mismos. El Gran Premio de Holanda de 1966 le recibió con barba postiza y apoyado en un bastón, con lo que el australiano respondía a la sorna de sus opositores, logrando dos horas después, la victoria en la cita.

'Jack Black' permaneció en activo, con tres títulos a sus espaldas, hasta 1970, a punto de sumar un nuevo mundial, cuando presionado por su familia decide ceder su parte de la empresa que llevaba su nombre a su socio Ron Tauranac, que a su vez la vende al astuto mandamás Bernie Ecclestone. Poco después, el equipo desaparece con la eterna memoria de su desaparecido patrón.

Para entonces, Jack Brabham se había retirado a Australia para vivir sus últimos años con su familia en la tierra que le vio nacer, siendo testigo presencial del estigma que siguieron algunos de sus coetáneos como Bruce McLaren o Dan Gurney, que crearon sus propios equipos. Sus hijos también pretendieron continuar su legado, sin tanto éxito a la luz del libro de la historia de la Fórmula Uno.

Allí se encuentra grabado con letras de oro el nombre de Jack Brabham, el padre de la concepción de 'piloto-constructor' que marcó una época y que jamás ha encontrado y en vistas del presente de la competición, jamás encontrará repetición de calado similar. Años después sería nombrado con el título de caballero por la reina Isabel II, poco antes de una plácida muerte a los 88 años en la ciudad de Sídney. Incluso para dejar este mundo, Jack Brabham hizo las reglas para sí mismo. Cumplió con ello también su objetivo: "Quiero morir sin enemigo alguno", expresó en vida. Y yo espero, quede demostrado que aquel 14 de agosto de 1960 también fue solo una de la caras del poliedro vital de un campeón sin precedentes.