La megalomanía de Silvio Berlusconi tardó muy poco en aflorar. El 20 de febrero de 1986, Il Cavaliere se hizo con las riendas del Milan, un grande de Europa que se encontraba sumido en una profunda crisis. La escuadra lombarda aún sufría las consecuencias del escándalo del Totonero, por el cual dio con sus huesos en la Serie B. Un lustro entero sin celebrar títulos era demasiado para un club con el pedigrí de los rossoneri y Berlusconi llegó decidido a devolver a su equipo al puesto que le correspondía. Con el paso del tiempo, aún hoy es imposible saber si fue un genio, estuvo bien asesorado o, simplemente, tuvo suerte. Sea como fuere, sus decisiones iniciales como máximo dirigente fueron decisivas y más que acertadas.

Tras un primer año de transición, Berlusconi se centró en encontrar un entrenador. El elegido fue Arrigo Sacchi, que aterrizó en Milán en verano de 1987. Estaba en su punto de mira desde que la temporada anterior, con el Parma, por aquel entonces un modesto de la Serie B, eliminó de la Coppa a los rossoneri.  Pero el técnico de Fusignano no fue el único capricho que adquirió en el mercado el nuevo presidente. Junto a él llegaron dos de los futbolistas de mayor talento de todo el Viejo Continente. Ambos procedentes de los Países Bajos y a golpe de talonario. Sus nombres, Ruud Gullit y Marco van Basten.

Un buen negocio

Gullit acababa de terminar su segundo curso en las filas del PSV. Con los de la Philips había sido clave en los dos títulos de campeón de la Eredivisie que habían ganado de manera consecutiva. Su fortaleza le posibilitaba dominar cualquier parcela del campo desde la medular hasta el frente de ataque. Pero esto no era ninguna novedad. Ruud era ya en aquel momento uno de los mejores jugadores de Europa, y como tal su traspaso hasta Milán se convirtió en el más caro hasta la fecha. Berlusconi desembolsó la insólita cifra, nunca antes vista, de 8 millones de euros. Sin embargo, empezó a rentabilizar esta transacción casi de inmediato. A los pocos meses de su llegada a Italia, Gullit recogió el Balón de Oro. Era el segundo rossoneri que obtenía este galardón tras Gianni Rivera, casi veinte años antes.

Van Basten, por su parte, había disputado su sexta temporada con el Ajax, con quien ya había sido Bota de Oro del fútbol europeo un año antes. Los ajacied se acababan de proclamar campeones de la Recopa gracias un solitario gol suyo en la final ante el Lokomotiv de Leipzig. Pese a la importancia de aquel tanto, su último año en Ámsterdam dejó muchos más para el recuerdo. Y es que eso es lo que era van Basten, un delantero con la portería rival metida entre ceja y ceja y sin pudor para ponerla a prueba en cualquier situación. Algo impagable. Aunque para la directiva amsterdamer sí tuvo precio: aproximadamente, unos 2 millones. Obtener el sí del jugador fue además bien fácil para el Milan. Asesorado por su técnico, Johan Cryuff, quien le consideró siempre uno de sus más adelantados discípulos, debía partir de la ciudad de los canales si quería levantar grandes títulos.

De esta manera, con Sacchi en el banquillo y con Gullit y van Basten sobre el césped, comenzó una nueva temporada en San Siro. La 86/87. Diego Armando Maradona y su Nápoles habían triunfado en su intento de revolución desde el sur y eran, en la competición doméstica, el rival a batir. Y así fue. Los napolitanos dominaron la clasificación, con los rossoneri a rebufo durante toda la campaña. Tras caer eliminados de la Copa de la UEFA a manos del Espanyol en dieciseisavos, todos los esfuerzos quedaron focalizados en la Serie A. Así, a falta de dos jornadas para el final del campeonato, los milanistas tenían que visitar San Paolo. De allí debía salir el nombre del ganador del scudetto. Y se impuso el Milan.

El único gran título holandés

Una vez convertidos en campeones en Italia, Gullit y van Basten acudieron a disputar con la selección la Eurocopa, que en su edición de 1988 se celebraba en Alemania. El primero como capitán y el segundo, como referencia de cara a gol. Pese a perder en el debut ante la Unión Soviética, el bloque conducido por Rinus Michels fue demostrando poco a poco su condición de aspirante. Una victoria sin paliativos ante Inglaterra, hat-trick del de Utrecht incluido, y otra ante Irlanda, permitieron el pase a semifinales. La anfitriona tampoco fue obstáculo, y en el partido por el título tocó en fortuna cruzarse con los soviéticos, los únicos que habían sido capaces de vencerles con anterioridad.

La realidad poco o nada tuvo que ver con su enfrentamiento previo. Aquel 25 de junio de 1988, en el Olympiastadion de Múnich, solo hubo un color. En el campo y en la grada. El oranje. El dominio holandés fue apabullante y esto se tradujo en goles, en concreto uno en cada mitad. En el primer tiempo Gullit marcó de cabeza. En el segundo van Basten improvisó un inverosímil remate ante el que el legendario Rinat Dassaev nada pudo hacer. 2-0. Tras los sinsabores del 74 y del 78 por fin se conseguía un, merecidísimo gran título. Si a esto le unimos el triunfo del PSV Eindhoven en la Copa de Europa, aquel año fue, sin duda, el de Holanda.

Todo el mundo puso entonces sus ojos sobre los compañeros de Gullit y van Basten. Entre ellos se encontraba Frank Rijkaard. Pocos hubieran apostado por este centrocampista todoterreno antes del título conseguido en Alemania. Y es que su año previo fue más que agitado. Comenzó el curso jugando con el Ajax. Tras fichar por el Sporting de Lisboa y romperse el contrato, terminó disputando apenas diez partidos más en toda la temporada con el Zaragoza. En La Romareda dio muestras de su calidad pero en la Eurocopa, lejos de todos los problemas que le rodeaban, dejó ver su fútbol. Este quedó refrendado como el complemento perfecto para el juego de los dos milanistas. Silvio Berlusconi, una vez más, más listo que nadie, se hizo con sus servicios. El círculo quedaba cerrado.

Vidas cruzadas

Y es que todo hacía presagiar que antes o después esta terna tenía que terminar reunida en un club. En la selección ya se había comprobado que la fórmula resultante era exitosa. Solo las circunstancias habían impedido su anterior combinación. Gullit y van Basten ya habían compartido su primer año en Milán. Rijkaard y Marco coincidieron en el Ajax. Y Ruud y Frank dieron sus primeros pasos en la vida y en el este deporte jugando juntos en una pequeña plaza de Ámsterdam, la Balboaplein.

Los primeros meses de andadura de aquel Milan de los tres holandeses fueron hasta complicados. O por lo menos en la Liga. En la primera vuelta los rossoneri ya habían perdido más partidos que en todo el campeonato anterior. Sin embargo, en Copa de Europa se había cumplido y tras eliminar al Levski de Sofía y al Estrella Roja de Belgrado se llegó al parón de la competición con los deberes hechos. Este irregular medio año no fue óbice para que los tres futbolistas de los Países Bajos fueran designados como los tres mejores de Europa. Los grandes títulos por selecciones contaban y mucho. Aunque eso era otra época.

Sus méritos a lo largo de aquel 1988 fueron innumerables, pero la victoria final sobre la URSS fue decisiva para que los 27 especialistas de France Football encargados de la votación se decantaran por van Basten, Gullit y Rijkaard. El 27 de diciembre se publicó el desenlace. Marco fue el ganador del Balón de Oro con la práctica totalidad de los votos. Recibió 129 puntos sobre un máximo de 135 posibles. Ruud también tuvo el beneplácito del jurado y se llevó holgadamente el Balón de Plata con 88 puntos. Más discutido lo tuvo Frank, que en una dura pugna se adjudicó el Balón de Bronce con 45 puntos sobre Alekséi Mijaylichenko y Ronald Koeman, que se tuvieron que conformar con 41 y 39 respectivamente. La unanimidad fue incontestable.

Tras este triple reconocimiento comenzó la leyenda de aquel equipo. Aquel Milan que con sus tres holandeses ganó dos Copas de Europa consecutivas. Y sus correspondientes Intercontinentales. Nadie lo ha podido hacer desde entonces. Y es difícil que se repita. Por eso aquellas Navidades fueron tan especiales. Aquel año tres Reyes Magos de este deporte nos trajeron como presente los mejores regalos posibles. El fútbol inmortal que entre los tres crearon y la ilusión que generaba verles cada fin de semana con el balón en los pies.

VAVEL Logo
Sobre el autor
Jesús Cabrejas
Periodista a pesar de dedicarme a los deportes. Convencido de ello además. Fan del balompié que huele a naftalina pero sin odio eterno al fútbol moderno. Intento de contador de historias. Proyecto de otras muchas cosas.