Argentina y Países Bajos no se caracterizan por desarrollar un juego vistoso. Contemplativos y especulativos, prefieren esperar a proponer. En Sao Paulo, con una final de un Mundial en juego, los jugadores no tenían ideas sobre el terreno de juego. Estaban nublados. Los focos del estadio parecían apagados. Fue en el momento decisivo cuando se encendió una luz que salió del cielo. Iluminado por Dios, Romero iba a parar dos penaltis para llevar a los suyos a la final.

Poco fútbol, menos atrevimiento

Temblorosos, holandeses y argentinos se miraban sin creer realmente el partido que iban a disputar. Ninguno quería el balón. Con miedo, ambos equipos querían salir al contragolpe. Pero ninguno dominaba. Viendo el panorama, fue Países Bajos el que decidió tomar el mando. Y es que los argentinos habían estudiado bien el encuentro y sabían los problemas que causaban los de van Gaal con balones diagonales a la espalda de la defensa.

Países Bajos controló el balón pero no arriesgó ni lo más mínimo. Balones largos para tratar de encontrar a Robben y van Persie en el ataque. No aparecieron. Así, Argentina empezó a crecer gracias a las pérdidas de los de van Gaal. Enzo Pérez parecía haber sido titular durante años. El centrocampista no se arrugó y apareció asiduamente para conectar defensa y ataque. Argentina fue a más pero el partido no mejoró en cuanto a juego.

En busca de Leo

Cuando la luz está apagada, Argentina recurre a su único foco de inspiración: Leo Messi. El astro del FC Barcelona no aparecía en ataque y, por ello, trató de contactar con el balón como fuese. Bajó a recibir, cayó a banda y trató de asociarse con sus compañeros. No era el día para tratar de jugar. Van Gaal también había estudiado a su rival y las opciones de pase eran más que reducidas.

Con empeño y motivación, Leo quería ser el héroe. Viendo que la asociación no surtía efecto, Messi trató de encarar. Una y otra vez, Leo lo intentó para caer en la trampa de Países Bajos. Nunca estaba solo. Nunca encaraba a un solo rival. Van Gaal había preparado una jaula y había lanzado la llave del candado.

(Getty Images)

Oda al pase de seguridad

Las primeras lecciones futbolísticas giran en torno al pase. Se explica que los pases se dan con el interior y que son al pie del compañero. No hace falta complicarse. Cortita y al pie. Durante 45 minutos, Argentina y Holanda parecían entrenar cómo no arriesgar con el balón en los pies. Pases en corto, solo si eran seguros, o, directamente, balonazos para evitar problemas. Solo una genialidad o un error podían poner en problemas al rival.

15 minutos que no cambiaron nada

El descanso solo sirvió para refrescarse. No cambió absolutamente nada. Quedaban 45 minutos pero ambos equipos parecían desear los penaltis. Sabella y van Gaal plantearon el encuentro como si durase diez minutos. No hubo riesgos para tratar de estar en la final. Ningún equipo proponía, esperaba a que el rival cometiese un error para tratar de hacer daño. Y como no hubo errores, el ritmo del encuentro fue bajísimo.

Argentina y Países Bajos no habían dado lecciones de juego en los anteriores partidos pero sí habían conseguido que apareciesen individualidades. Robben, Messi, Higuaín, van Persie, Lavezzi o Sneijder. Calidad no sobraba. Sin espacios, todos se apagaban lentamente. El Arena de Sao Paulo también apagaba sus luces a la espera de un chispazo o, directamente, de la llegada de los penaltis.

(Getty Images)

Cuando todo parecía indicar que llegaría la prórroga, Enzo Pérez se empeñó en cambiar el rumbo del encuentro. Tras unos buenos minutos en la primera mitad, el jugador del Benfica seguía demostrando que, con el balón, no le temblaba el pulso. El centrocampista cayó a banda para poner un buen centro hacia Higuaín, que le ganó la partida a Vlaar para rematar con la puntera. El disparo se fue ligeramente fuera y con él, la mejor ocasión del encuentro.

Sabella dijo basta

80 minutos fueron suficientes para resguardar la portería de Romero. El seleccionador argentino dio entrada a Agüero y Palacio para tratar de cambiar las cosas. Ni por esas llegaron las ocasiones. Los minutos pasaban y las defensas se imponían cada vez más.

Pero el fútbol es impredecible. Cuando más parecía intentarlo Argentina, llegó la ocasión más clara del encuentro. Mascherano, el mejor de los suyos, consiguió arrebatarle el balón a Robben cuando entraba en el área pequeña. Cojeando y visiblemente cansado, el centrocampista lo dio todo para salvar a su equipo de la quema. Poco después, Cuneyt Cakir alzó los brazos para dar paso a la prórroga.

El cuento de nunca acabar

Si esperaban que tras 90 minutos el partido cambiase, se equivocaban. Todo siguió igual. Incluso, entró Huntelaar por un apagado van Persie, que aportó movilidad y frescura pero que no consiguió cazar ningún balón en el área. Nuevamente, la mejor oportunidad de la primera mitad iba a ser para Robben, que parecía no notar el cansancio. El delantero recortó para su zurda y trató de sorprender a un Romero que blocó sin excesivos problemas.

Llegados a este punto, argentinos y holandeses no iban a volverse locos. Los penaltis estaban a la vuelta de la esquina y el cansancio podía jugar malas pasadas. En 15 minutos, Argentina tuvo la mejor oportunidad de todo el partido. Fue para Palacio, que solo ante Cillesen, decidió rematar con la cabeza y no reventar el balón.

El héroe fue Romero

La lotería de los penaltis dejó otro duelo más bajo los palos. Romero y Cillesen iban a disputarse la gloria eterno en cinco lanzamientos. El guardameta argentino empezó a lo gran con una parada a Vlaar que iba a dar ventaja a Argentina durante toda la tanda. Por parte de Argentina, no fallaron Messi y Garay. Con 2-1, volvió a aparecer Romero para desviar un gran lanzamiento de Sneijder. Agüero tampoco falló, poniendo a Argentina dos goles por delante y, prácticamente, sellando el pase a la final. Tras el gol de Kuyt, Maxi puso la guinda del pastel en el peor lanzamiento de los argentinos.