La temporada que está realizando el Sevilla tiene un espejo en el que reflejarse. Ese es el de la 2005-2006, la que inició su senda del éxito y que convirtió a los blanquirrojos en uno de los mejores equipos del mundo. Con un equipo prácticamente nuevo que empezó siendo muy cuestionado, un fracaso estrepitoso en Copa del Rey y tras una campaña anterior en la que no se llegó al objetivo marcado, el equipo hispalense se salió de todos los pronósticos cuando consiguió colarse en la final de la Copa de la UEFA, donde pasó por encima del Middlesbrough inglés en el terreno de juego y la grada, en la que el sevillismo estuvo apoyando sin parar a los suyos para que se alzaran con el título.

Un equipo nuevo que quiere llegar lejos

Lo que acabó siendo una temporada de ensueño no empezó del todo bien. Tras quedarse fuera de los puestos Champions la temporada anterior a favor del Betis y con la marcha de Caparrós, la directiva decidió que era hora de cambiar de ciclo y remodelar el equipo entero para conseguir una plantilla competitiva de cara a la temporada del centenario del club. El primer punto a reforzar era el banquillo. El sustituto del mencionado Joaquín Caparrós era Juande Ramos, que tenía la difícil tarea de hacer olvidar al técnico utrerano, que había calado hondo en la afición.

Respecto a los jugadores, muchas salidas y entradas. Salieron jugadores que eran claves como Baptista o Sergio Ramos y llegaron nombres que se convertirían en jugadores históricos pese a no empezar algunos con buen pie. Palop, Kanouté, Luis Fabiano o Maresca fueron algunas de las incorporaciones. El sevillismo necesitaba ilusionarse y Monchi y la dirección deportiva decidieron traer a una estrella que fuera el hombre clave. Javier Saviola fue el elegido para demostrar que el Sevilla iría a por todas para conseguir éxitos deportivos.

El nuevo equipo quería llegar lejos y a pesar de un comienzo dubitativo en el que la grada llegó a increpar a toda la plantilla y directiva, se produjo un punto de inflexión en el que el equipo comenzaría su ascenso en el rendimiento. En Europa, esto de produjo cuando en la fase de grupos ganaron los sevillistas al Besiktas por 3-0, con un inconmensurable Frédérick Kanouté, que comenzaba a ganarse el cariño y la admiración de todos.

El Sevilla pasaba de grupo y en dieciseisavos hizo frente al frío invierno ruso y venció al Lokomotiv de Moscú. El equipo presentaba sus credenciales y demostraba que podía llegar lejos en la competición. El siguiente escollo sería el que hasta entonces era el límite de los hispalenses en la UEFA, los octavos de final.

La remontada al Lille y el reencuentro con el Zenit

Un Lille que por entonces estaba causando sensación en su país era el rival a batir para pasar a cuartos. Las cosas no empezaron bien y en la ida en Francia fueron los locales los que se llevaron el primer asalto, venciendo por 1-0.

Tocaba conjura en el Sánchez-Pizjuán y la afición no falló, con la remontada de la temporada anterior al Panathinaikos en el recuerdo. Como aquel día, el Sevilla volvió a ganar por 2-0 y con ello pasó a la siguiente ronda, donde se encontraba un viejo conocido contra quien ya hubo enfrentamiento en la fase de grupos, el Zenit de San Petesburgo.

Los rusos llegaban con su temporada empezando, por lo que el estado de forma iba a ser inferior frente a los sevillanos, quienes sentenciaron la eliminatoria en la ida en casa con un contundente 4-1. La vuelta, que tendría lugar de nuevo en el frío ruso, fue un mero trámite en el que la curiosidad residió en que la televisión oficial del club comenzó su emisión de forma piloto retransmitiendo el partido. El Sevilla llegaba a unas semifinales europeas por primera vez en su historia y se acercaba al éxito y a la final como si de un sueño se tratara.

La colina de Gelsenkirchen y el gol de Puerta

El Schalke 04 era el rival a batir. Un equipo en teoría superior, pero el Sevilla tenía a favor el hándicap de jugar la vuelta en casa, con su gente, cuya ilusión iba a ser determinante para motivar al equipo. Ambos se compenetraron para lograr la final en todo momento de la eliminatoria. En esta situación tuvo lugar una de los momentos más recordados de aquel torneo: la colina de Gelsenkirchen, donde los más de 1000 sevillistas desplazados recibieron al equipo a la llegada al estadio.

Sobre el partido poco que decir. Un 0-0 que aunque favorecía más al Schalke, no era mal resultado para el conjunto de Juande Ramos, sobre todo tras la espectacular estirada que Andrés Palop realizó en un momento del partido, que paró un balón que muchos ya veían dentro. Todo se iba a decidir en la vuelta.

Y este segundo partido ante el equipo alemán tuvo lugar el 27 de abril, jueves de Feria. La ciudad y el Real se paralizaron, pendientes del partido que supuso el comienzo de todo, ante un increíble ambiente en el Sánchez-Pizjuán. El tiempo reglamentario acabó en 0-0 de nuevo y se tuvo que jugar la prórroga. Y en estos minutos extras llegó el momento. En el minuto 100 de la temporada del centenario, Jesús Navas colgaba un balón que remató con un zurdazo el recordado Antonio Puerta. Tuvo que ser un canterano quien abriera las puertas de la gloria sevillista.

Imagen: ABC

Con el final del partido, todo fue una fiesta. El Sevilla estaba en una final europea por primera vez, algo que muchos no esperaban ver, y la celebración, en plena Feria y a donde se desplazó todo el mundo, iba a durar toda la noche. Una noche que iba a ser inolvidable para el sevillismo, aunque no sería la última.

Eindhoven abrió la senda del éxito

El Philips Stadion iba a ser la sede de la final de la UEFA del 2006 y el rival el Middlesbrough inglés, que también iba a disputar su primera final europea tras eliminar a favoritos como la Roma y el Steaua de Bucarest, y con buenos jugadores como Viduka, Hasselbaink, Rochemback y jóvenes promesas como Downing

El carácter extraordinario del partido iba a provocar una gran demanda de entradas por parte de la afición, lo que provocó que el club tuviera que solicitar más a la UEFA y cuyo derecho de adquisición fue para los socios más antiguos, como premio a la fidelidad después de tantos años. Aún así, un número considerable de personas sin entradas se desplazaron para vivir el ambiente previo a la final en Eindhoven.

La plaza Markt, en el centro de la ciudad, fue el punto de encuentro de la afición sevillista, que abarrotó el lugar y vivió la previa como si de la propia final de tratase, con el presidente José María Del Nido arengando a la gente para que volvieran sin voz a Sevilla, con tal de animar a los jugadores. Estos ya pudieron tener encima a la gente cuando llegaron al estadio, dando lugar a una ‘colina de Gelsenkirchen’ a lo grande.

Imagen: UEFA

Dentro del Philips Stadion, muchas ganas de fútbol y respeto entre aficionados ingleses y españoles, entre los que afloraban cada vez más los nervios ante lo que estaba por venir. A la salida de los jugadores, un tremendo tifo apareció en la grada sevillista: el centenario Sevilla con una bandera y el siguiente texto: ‘Somos Grandes’, mensaje motivante y emotivo.

En el once inicial sevillista destacaba la ausencia de Kanouté, prefiriendo Juande Ramos poner como delanteros a Saviola y Luis Fabiano. Cerca de la media hora, fue el brasileño quien, tras un gran centro de Dani Alves, cabeceaba el balón para batir la meta defendida por Mark Schwarzer. No podía ir mejor la cosa al adelantarse el Sevilla en el marcador y dominando en el juego con mucho toque, como era habitual en el equipo de aquella época.

Maresca, el héroe de la noche

La segunda mitad comenzó de manera muy diferente. El ‘Boro’ despertaba y comenzaba a hacerse notar en el partido, buscando el empate. Y estuvo a punto de conseguirlo en el minuto 51 cuando Viduka remató a portería. Pero ahí estaba como siempre Andrés Palop para salvar el que podía haber sido la igualada inglesa.

A partir de ahí, el Middlesbrough comenzaba a desesperarse y el Sevilla jugaba con tranquilidad, haciendo las cosas poco a poco. Y así fue pasando el tiempo hasta que Maresca se convirtió en el hombre del partido al sentenciarlo en los minutos 78 y 84. La locura se desataba y el Sevilla se iba a llevar el título, viniéndose arriba ante un rival que ya no estaba en el terreno de juego. El partido era del conjunto que ese día jugaba de blanco y que no se iba a conformar con tres goles. Por eso iba a meter la puntilla y Kanouté, que salió tras el descanso, marcaba el 4-0 definitivo.

El árbitro pitaba el final y el 10 de mayo de 2006 se grababa con letras de oro en el libro de la historia del Sevilla, el campeón de la Copa de la UEFA que conquistaba el viejo continente. El capitán Javi Navarro sería el encargado de alzar el trofeo en el centro del campo ante la mirada de todos.

El sevillismo se echó a la calle

Las gradas del Philips Stadion se llenaban de lágrimas de emoción ante lo vivido, después de sesenta años sin ganar nada y pasando por varios períodos de penuria, tres generaciones de sevillistas veían a su equipo campeón, por lo que la fiesta se prolongó en el estadio holandés bastante tiempo antes de desalojarlo. Mientras, en Sevilla, la gente se echaba a la calle en masa para celebrar la victoria. La ciudad se teñía de nuevo de rojo y blanco.

Al día siguiente, plantilla, directiva y cuerpo técnico aterrizaban triunfantes con la Copa y se iniciaba un cortejo que duró desde por la tarde hasta bien entrada la noche y durante el que en todo momento estuvo acompañado el autobús descapotable del equipo por toda la afición sevillista, que llenaba todos los rincones. La Catedral, donde se recibió la llegada del trofeo con el himno del centenario tocado en el órgano, el Ayuntamiento y el Sánchez-Pizjuán fueron los puntos clave de la celebración.

En la casa sevillista, que estaba a rebosar como si de un partido se tratase, tuvo lugar el culmen de todo. Los jugadores fueron presentándose uno por uno ante el éxtasis del público. Las caras de todos eran de felicidad. Pero el sueño sevillista no había hecho más que empezar…