Corrían los años inaugurales de la década de los 60 cuando un joven de 1,84 metros de altura llamó la atención de un gigante futbolístico como el Real Madrid. Un tal Ignacio Zoco despuntaba vistiendo la elástica del Club Atlético Osasuna y se postulaba como uno de los más prometedores proyectos de centrocampista en España por aquel entonces. Los rojillos habían regresado a la máxima categoría del fútbol español en 1961, sólo un año después de haber caído al infierno de la Segunda División. Las batallas en la piel de un pamplonica curtieron a aquel chaval de aspecto inocente e hicieron de él un hombre en el noble arte del fútbol. Y, una vez dejó atrás su niñez balompédica, Santiago Bernabéu quiso verle de blanco a toda costa. Pocos tenían la certeza por entonces de que en el 62, año de su estreno como vikingo, había empezado a andar una leyenda madridista.

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Zoco aterrizó en el Real Madrid entrenado entonces por Miguel Muñoz con la misma firmeza de la que hacía gala sobre el verde. Llegó, sin embargo, sin más carta de presentación que la que él mismo se había hecho. Aquel joven navarro respondía a un apellido desconocido en el mundillo, no tenía antepasados en el árbol familiar que certificaran que sus genes eran aptos para el fútbol. Por su inexistente ascendencia futbolística, Santiago Bernabéu le apodó El Paleto. Un cariñoso nombre que poco tenía que ver con las capacidades que mostraba con las botas puestas.

Se convirtió en muy poco tiempo, tras una primera campaña de tanteo en la que disputó únicamente 13 encuentros, en un pilar fundamental del esquema madridista, actuando en la posición que le hizo grande: fue uno de los mayores referentes en el mundo del fútbol como pivote de contención. La exquisita elegancia de Zoco no quedaba plasmada en un pase o un disparo a puerta, sino en un tackling, en un robo de balón a ras de césped y barro, en una brega por el balón donde siempre hacía prevalecer su privilegiada envergadura. Y es que hacer del trabajo sucio un arte es algo al alcance de sólo unos cuantos elegidos.

Llegó, reclamó su hueco y no abandonó nunca su sitio al borde de la cal del círculo central hasta el final de su carrera. Impenetrable como el más sólido de los muros y auxiliador cual atalaya cuando los otros diez hombres sobre el verde perdían la orientación. Sin Zoco, la estructura habría perdido sus cimientos.

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Así, el espigado pivote formó parte de una generación dorada que grabó los nombres de todos sus integrantes en letras de oro en el archivo histórico del Santiago Bernabéu. El Madrid Ye-yé de Amancio, Pirri, Pachín, Sanchís, Araquistáin, Grosso y el propio Zoco entre otros dio otro ritmo a Chamartín, que esperaba un cambio de música necesario. Y, a decir verdad, la composición final sonó a las mil maravillas: el navarro de pelo rubio sin genes futboleros, ese Paleto en el que Bernabéu confió su centro del campo, jugó 12 temporadas como madridista y ganó una Copa de Europa, siete Ligas y dos Copas de España.

No sólo dedicó trofeos a la grada merengue. Zoco también fue uno de los héroes que levantaron la copa más importante de España a nivel nacional en todo el siglo XX. Fue en 1964, cuando la Selección Española de Fútbol se proclamó campeona continental al vencer en la final de la Eurocopa a la Unión Soviética, curiosamente en el Santiago Bernabéu. Incluso vistiendo la elástica internacional, sus éxitos parecían ligados de por vida al Paseo de la Castellana. Pasarían décadas e incluso haría falta el paso del nuevo milenio hasta que otra generación de futbolistas españoles repitiera aquella gesta. Su 'quinta' abrió el camino.

Aquel partido contra la URSS fue, probablemente, una de las tres finales sin las que la leyenda de Zoco no tendría la misma magnitud. Además de la victoria en la Eurocopa, es ineludible el éxito que cosechó dos años después, en el 66, al alzar la sexta Copa de Europa del Real Madrid y única en el haber de Zoco. El centrocampista jugó los nueve choques que disputaron los blancos en esa edición del torneo, y vivió la remontada que llevaron a cabo sobre el Partizan de Belgrado para vencer por 2-1. Pero, coronando el podio de finales con significado especial, está la de 1974.

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Todo lo bueno se acaba, dicen. Aunque no por ello es menos cierto que no hay nada mejor que un final feliz. Y eso fue precisamente lo que Zoco pudo certificar en la final de la Copa de España de 1974. Fue su último partido como profesional. Su Real Madrid se enfrentó al archienemigo por excelencia, el FC Barcelona, en el Vicente Calderón con el último trofeo de El Paleto como objetivo. El desenlace no pudo ser mejor. Los madridistas impusieron su autoridad con un contundente 4-0 y consiguieron la que fue la segunda Copa de España en la carrera de Zoco. Los últimos cinco minutos de la contienda quedarán para la memoria: el capitán, Ramón Grosso, dejó su sitio en el campo para que entrara Zoco, y fue éste el encargado de recoger el trofeo y levantarlo al cielo en medio de una inmensa ovación de despedida. Dejó las canchas con la sonrisa del campeón en la cara, con el mismo gesto de aquel novato que en 1962 soñaba con hacerse un nombre en el Real Madrid. Días después de su adiós al fútbol, el club de su vida organizó un partido amistoso en su honor contra el Panathinaikos griego. Más de 100.000 personas se congregaron en el coliseo vikingo para dedicar a su ídolo una ovación a modo de clausura.

"No podía haber una mejor despedida para mí; me dio una buena llorera cuando los compañeros me abrazaron", relató el propio Zoco en una entrevista a Marca en referencia a aquella final contra el Barcelona. Esta vez, la llorera pasa a otros ojos. Las lágrimas hoy son de todo el mundo del fútbol, que lamenta la pérdida de uno de los mejores centrocampistas que ha dado España. El Paleto se ha ganado la eternidad.