Tan solo siete días antes de que la carrera de Abu Dabi se celebrase, Red Bull había copado los dos primeros escalones del podio del GP de Brasil, seguidos por un Fernando Alonso que lideraba con un pequeño margen la clasificación general, pero que apuntaba con pulso firme hacia su tercer entorchado mundial. Sin embargo, otros tres pilotos tenían opciones de proclamarse campeones en el desierto de Abu Dabi: Mark Webber, segundo en la clasificación general, a apenas ocho puntos de Alonso; Sebastian Vettel, a quince del asturiano; y Lewis Hamilton, que, a veinticuatro puntos del primer clasificado, tenía escasas posibilidades de alzarse con la victoria final.

La tensión, sobra decirlo, era palpable en el ambiente. Se podía cortar el aire con un cuchillo mientras los equipos descargaban sus cajas y organizaban sus instalaciones. Las caras eran serias, concentradas: nada podía fallar. El trabajo de todo un año, el esfuerzo de mucha gente,  se resumía en aquella pista, se concentraba en aquel trozo de asfalto en mitad del desierto. Nada podía fallar.

La tensión se palpaba en el ambiente: nada podía fallar

Desde hacía algunas carreras, Vettel se había mostrado imbatible, recuperando el tiempo y el espacio perdido con sus contrincantes, y se había colocado a tan solo quince puntos del primero en la tabla. Por si fuera poco, tras el GP de Japón, solo una avería mecánica en Corea le había impedido hacerse con tres victorias consecutivas de tres posibles. El alemán estaba apretando los dientes en la recta final, no queriendo dejar escapar el que podía ser su primer título mundial. El viernes en Abu Dabi fue más de lo mismo, con los Red Bull dominando con mano de hierro la tabla de tiempos, poniendo contra las cuerdas a Ferrari y a Alonso, que, por si eso no fuera suficiente, se veían superados también por los McLaren. El campeonato se complicaba para la scuderia, que parecía necesitar de un milagro más para mantenerse en los primeros puestos.

El sábado, durante la calificación, Vettel mantiene el pie en la tabla, y logra una pole sobrada por delante de Hamilton. Webber, por su parte, se mantiene por delante de Alonso durante toda la sesión, pero en Q3, Alonso se saca de la chistera una de esas vueltas mágicas tan propias de él y se coloca tercero en parrilla, solo por detrás de un McLaren y de uno de los Red Bull, tal vez el que menos importe. Luca Cordero di Montezemolo, presidente de Ferrari, suspira, exhala, se frota las manos nerviosamente, aliviado: su piloto le ha vuelto a salvar. Fernando logra el tercer mejor tiempo, y todos en Ferrari respiran. Él esboza una sonrisa tensa, mirando la tabla de tiempos y frotándose los ojos. De momento, el mundial está al alcance de su mano.

Vettel lograba la pole mientras Alonso salvaba un tercer puesto inesperado

Sin embargo, a su lado, como una mancha oscura y omnipresente, está el niño de Red Bull, en la mejor racha de su carrera deportiva –hasta el momento, claro-, que levanta el dedo índice y sonríe alegremente. Despreocupado, quizás, sin pensar en la posibilidad del título. O tal vez confiado en sí mismo. O tal vez envalentonado por lo bien que va su coche en esta pista sacada de un futuro distópico. Pero sonríe. Todos en Red Bull sonríen, conspirando, cocinando a fuego lento su trampa.

La parrilla el domingo es un hervidero. Las televisiones danzan de un lado a otro, emitiendo sus especiales de final de temporada, los plumillas del Circo pululan entre los monoplazas y los garajes, palpando la tensión, saboreando el miedo al fracaso, y el deseo de la victoria. El plan de Ferrari, simple, básico, sencillo, efectivo, en teoría. Una reformulación de la navaja de Ockham: la estrategia más sencilla es, posiblemente, la correcta. Así que Fernando se ha de concentrar en mantener a Webber detrás, estar siempre dentro de las cinco primeras posiciones, y todo irá bien.

Es así durante la salida: Vettel sale sin incidencias, sin que Hamilton le pueda molestar. Alonso sale un poco más lento, y Button, que salía cuarto, le pasa al llegar a la primera curva. El asturiano mira por sus retrovisores y ve a Webber detrás, y se tranquiliza: cuarto y con su máximo rival por detrás. Todo va bien.

Sin embargo, como reza otro principio, “todo lo que puede salir mal, saldrá mal”. Así, en un circuito donde las posibilidades de que saliese un coche de seguridad eran prácticamente nulas, un choque en la primera vuelta entre Schumacher y Liuzzi hace que cambie todo.

El choque en la primera vuelta entre Schumacher y Liuzzi cambia todo

Webber se ve entonces obligado a remontar si quiere ganar el título, pero, por si fuera poco, Massa le presiona desde atrás. Esforzándose en ir rápido, el australiano pierde ligeramente la tralla del coche, tocando con su neumático el guardarraíl. Ese toque le obliga a adelantar su estrategia, y parar a la vuelta siguiente. Massa imita al de Red Bull una vuelta más tarde, para intentar adelantarle, pero no es capaz.

Webber, con pista libre, vuela, y Alonso, protegiendo posición frente al australiano, entra también. Consigue que el Red Bull no le pase, pero, frente a eso, se encuentra con dos compañeros de viaje indeseables, con los que nadie contaba en Ferrari: Petrov, y, un poco más adelante, Kubica. Los dos Renault, equipo con el que, paradójicamente, ganó sus dos mundiales, le bloquean el paso para lograr un tercero.

Ahí se acabó la historia para Alonso, anclado tras un Petrov que volaba en recta, mientras el Ferrari, con una séptima marcha extremadamente corta, no podía acercarse lo suficiente para pasarle. Son vueltas de agonía, de angustia, de desesperación. El mundial se escapa metro a metro, curva a curva. Ferrari se va desangrando poco a poco, mientras se va haciendo de noche en el desierto. “Es vital que pases a Petrov, necesitamos que uses todo tu talento”… Mensajes que surcan la radio entre el español y su muro de ingenieros, pero que no hacen que el monoplaza amarillo que les bloquea se aparte.

Alonso no puede pasar a Petrov y ve como el mundial se le escapa entre las manos

Y mientras Ferrari va perdiendo un mundial, Red Bull y Sebastian Vettel van ganando el suyo. Con cada metro que pasa, con cada curva, el alemán está más cerca de convertirse en el campeón más joven de la historia. Por increíble que parezca, el piloto que no había liderado la clasificación del mundial ni una sola vez antes va a ganar el entorchado mundial. Hamilton ni le molesta, y solo se ocupa de rodar consistentemente para llegar a meta líder. Cuando cruza bajo la bandera a cuadros, le comunican el mensaje que no –o tal vez si- había estado esperando: “Sebastian, eres el campeón del mundo, el campeón del mundo”. El niño llora, pero se acaba de convertir en un hombre. El campeón más joven de la historia.

Ese año, Abu Dabi nos brindó uno de los desenlaces más inesperados, sorprendentes y dramáticos de la historia de la F1. Era la primera vez que cuatro aspirantes al título llegaban con opciones a la última carrera, y el espectáculo no defraudó. Y aunque quizás este año, decidido ya el campeonato, Abu Dabi no nos depare tantas emociones, siempre tendremos el recuerdo de esta pista como el lugar donde Ferrari perdió un mundial que tenía ganado y Vettel ganó uno que tenía perdido.

Fotos cuerpo: GPUpdate.net

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