Lo sucedido el pasado sábado en el Estadio Jalisco ya no es sólo una llamada de atención, ya no es una situación aislada; lamentablemente, el futbol mexicano se ha infectado del virus de la violencia y parece ser que la enfermedad avanza rápidamente, que los síntomas han aparecido con fuerza descomunal, pero también es cierto que aún se está a tiempo de tratar el enfermo y salvarle la vida.
¿Cómo lograrlo? Actuando con determinación, empleando todos los medios disponibles y sin miedo a experimentar las curas que sean necesarias con tal de rescatar al paciente. No se puede dar lugar a las especulaciones, a las respuestas tibias, a la falta de compromiso, a no encarar de frente la situación que de a poco se ha ido carcomiendo la esencia del futbol en el graderío.
Aquí cobra una notoriedad absoluta el papel de los “médicos” destinados a atender esta problemática. Me da miedo pensar que ellos no están ni remotamente capacitados para hacerle frente a una situación como ésta, que estamos en manos de personas que siempre han visto por otro tipo de beneficios que no van de la mano con lo que en verdad conviene al balompié, pero al final son los únicos personajes con los que contamos para que pongan un hasta aquí a la violencia en algo tan familiar y de espíritu noble como lo es el deporte.
No debemos esperar a que aparezca el primer muerto, a que ya no exista margen de maniobra.