Cuando pregunté a qué se debía esa moda del 'A mí me das dos minutos y...', nadie supo responderme. Tampoco es que me haya interesado seguir con la investigación. Con el paso del tiempo he entendido que algunas de las cosas que más nos mueven y que nos comen la cabeza, las aceptamos tal y como son, tal y como llegan, sin la odiosa terquedad de encontrarle razones y mucho menos lo racional.

Eran tan pocas, ínfimas las ansias de ganar el juego, que el gol que nos ponía los tres puntos en la bolsa, aunque fuera por un sólo momento, llegó por caridad ajena. Y como la misión parecía, como fuera, echarlo todo a perder (cosa en la que, ahí sí, casi nadie nos gana)... Al Puebla le das dos minutos y...

Usted disculpará, amigo lector y ferviente seguidor de la Franja, que vuelva a poner el dedo en la llaga; que escriba sobre algo que, además de tardío, nos duele; que escriba sobre algo que, a diferencia mía, si usted sí lo piensa bien, ya no tiene caso hablar.

Sin embargo, hasta ahora es que me han salido las palabras (palabras que sí pueden ser publicadas en este espacio) que, además de desahogo, me ayudan a describir el bochorno del pasado viernes.

Tras la derrota frente a Santos, fuimos muchos los que coincidíamos en que las formas con que se enfrentó -y se perdió- fueron terribles. Y también fuimos muchos los que creímos, juramos y aseguramos que, ante nuestra íntima amiga, la necesidad; ante el 'sí o sí' de los tres puntos a disputarse en casa, Veracruz sería, si no nuestra salvación, sí un pequeño respiro.

Lo más preocupante de todo fue que, a pesar de saber de dónde venimos, de nuestra historia, de nuestra tradición, de nuestro eterna costumbre de hacernos la vida más miserable, creímos que no había manera de encontrarnos con algo peor.

Lo he dicho anteriormente -no sé si aquí o en otros muchos lados-: las tragedias siempre encuentran manera de superarse.

Ahora que lo pienso, también me deberán disculpar por lo siguiente: tal vez por esa misma historia, tradición y eternas costumbres; por esa obsesión a los comienzos ilusionantes y desenlaces trágicos; tal vez por eso, la idea de los jugadores y del cuerpo técnico pase por ser los más listos de la clase, por jugar contra nuestra estirpe, por tener un mal arranque y un final feliz.

A mí me das dos minutos y me vuelvo a ilusionar. ¿Lo hice bien?

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