La oscuridad se había apoderado del entorno y del presente de cada personaje. Desde hace más de dos semanas, ninguno había podido salir de esa tétrica habitación.

El viento, cada vez más espeso en la atmósfera, complicaba el ambiente de todos los que rodeaban la escena, propios y ajenos. El suspenso de los últimos doscientos setenta minutos había complicado la situación, y había provocado una serie de sustos que era inevitable eludir.

Por más intentos que se hacían, para salir rápidamente, las adversidades eran más fuertes; así que, de momento, tenían que soportar la oscuridad de cada rincón, a causa de errores pasados. Nadie más los había puesto ahí, solo ellos mismos.

Pero ya era demasiado, había bastante presión, había bastante nerviosismo y el horror iba creciendo. De un momento a otro, un grito ofuscó al silencio, un grito disfrazado de reclamos; era un grito envuelto en pánico, que parecía avivar el temor de los habitantes, pero que pronto fue cambiado por un grito de felicidad. Y es que se encontró una ventana, una luz, un suspiro iluminado al final del camino, pero había que aprovecharlo.

Se trabajó durante noventa minutos, se trabajó lo suficiente para poder salir de ahí, para poder volver a ver la luz. Pero no se dejó de sufrir. Qué decir de ese momento en el que un ruido se camufló en alguna monstruosidad y aceleró los latidos del entorno, qué decir de ese momento que les robó el alma a más de alguno para devolvérselas en una exhalación interminable. Y no, no fue un monstruo, solo fue un ruido de algún monitor.

Al final, un héroe conocido, un héroe que ya había mostrado avances de salvación, logró el objetivo más importante: entregar el primer triunfo del equipo, entregar los primeros tres puntos para Necaxa. De ahora en adelante, deberán de aprender a correr lejos de ahí, si no quieren caer, nuevamente, en el tan desagradable sótano.