La huesuda visitaba el Victoria,

acompañada del miedo como virtud,

llegaba buscando la gloria

junto a once diablillos disfrazados de azul.

 

Rápidamente dejó claro el mensaje:

la gloria estaba en apagar al Rayo,

extraviando de la liguilla el pasaje,

con la ayuda del valeroso Diablo.

 

Los locales corrían buscando resguardarse,

con miedo, pero con mucha ilusión;

si bien es cierto que el dolor venía por delante

aún restaban las ansías del grito de gol.


Los destellos se dejaban ver,

lo fúnebre del momento se ahogaba;

en el panteón los quisieron poner,

pues incluso llegaron con la lujosa guadaña.

 

Casi al final del encuentro,

una Cruz espantó a la calaca,

con los cambios y los gritos a tiempo,

dando solvencia desde la banca.

 

Un delantero de noche grandiosa,

marcaba y daba asistencia,

asegurando la repesca impetuosa,

con una jornada de precedencia.  


Una cuarta victoria llegó,

sí, de manera consecutiva,

y la parca que venía con cizaña,

en el último minuto… les devolvió la vida.

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