No, el ímpetu no juega. Está por demás ilusionarse con falsas expectativas, para luego caer desde lo más alto de una nube. Está por demás pensar que el salvador ha llegado al equipo, o que la ausencia de jugadores es el remedio para que este equipo levante.

La hechicería y los embrujos hoy se quedan cortos, la magia negra les pide permiso para salir a escena, pues le han comentado que no hay lugar para ella. Y es que —entre tanta oscuridad— con el presente del club, lo opaco de su magia se camufla.  

El agua que sofocaba los gritos del gol del rival, se ha evaporado bajo el calor de la inoperancia, que hoy arde en el seno del club. 

Se ha mejorado en la precisión de pases, se ha mejorado en las ganas y en el ímpetu que se le imprime a cada jugada; sin embargo, es tiempo de recordar que esas ganas no son sinónimo de gol y que ninguna carrera extenuante y larga se ha convertido en anotaciones que suban al marcador. Las gotas de sudor solo ahogan las alegrías y cansan las ambiciones.

No, el salvador no está en casa, pues la casa —aún— tiene las luces apagadas. No se encuentra un camino, no se encuentra una salida.

No importa quien llegue, no importa quien juegue o quien le sonría a la portería rival, pues las sonrisas hoy no son consuelo para calmar este mar de tristezas. 

El heroico guardameta hoy solo es reflejo de la desesperación y la impotencia de no ver frutos en su desgaste: no se le puede dejar todo.

Es momento de irse despidiendo, quizás el camino ha llegado a su fin en este 2021. La repesca se ve cada vez más lejos, y ya solo descansa en los sueños perdidos de la afición que se aferra a la fe. Los castillos en el aire jamás han tenido buenos cimientos, pero esos cimientos hoy son más sólidos que el holograma en el que se han convertido.

No, el ímpetu no juega, y, tal como diría Nietzsche: "la esperanza es el peor de los males, pues solo prolonga el tormento de los hombres".