Nico Rosberg creció entre el lujo, el glamour y la extravagancia monegasca. No es de extrañar que, con polémica incluida el sábado, ganara para cortar la racha de su compañero Lewis Hamilton y volver a recuperar el liderato del mundial. Un (mal)criado feliz en Mónaco, según dejó entrever su (ex)colega de escudería antes de viajar al pequeño país donde todo lo que reluce, efectivamente, es oro. En el glamour se perdió de nuevo la emoción y creció la tensión, con un incidente muy bien calculado del chaval de Mónaco, que aparcó en uno de los dos únicos lugares habilitados para ello en el trazado y eliminó la posibilidad de que alguien (léase Hamilton) le pudiera arrebatar la pole el sábado.

A pesar de la polémica, Merecedes logró el quinto doblete consecutivo

De principio a fin, y a pesar de los habituales Safety Cars, la victoria tuvo un dueño. Lewis Hamilton apretó los dientes y mostró el morro al piloto alemán, sabiendo que sin ningún error o táctica dudosa de su equipo, el adelantamiento era una temeridad para sus propios intereses. Al final, el británico condujo por las estrechas y peligrosas curvas del circuito como un tuerto. Según él mismo relató, se acercó a Nico y, a través de un hueco en el visor de su casco, recibió el impacto de algunos restos de suciedad en la pista. Conducir con un ojo en Mónaco tiene mérito, pero aparcar en un lugar privilegiado como lo hizo Rosberg el sábado, todavía más, pillín.

Caras agrias entre dominadores

Fue entonces cuando el Red Bull de Daniel Ricciardo apretó de valiente al hasta ese momento imbatible Mercedes. Fue una batalla sin éxito ya que llegar fue fácil mientras que adelantar resultó un negocio imposible. El aussie, sin embargo, superó por fin a Sebastian Vettel en la clasificación del mundial. El alemán mostró su enfado con su equipo al ver como su coche perdía otra jornada más toda la potencia. Acabó por abandonar con una queja retórica hacia los suyos por la radio: “Vamos chicos…”.

Vettel abandonó y vocalizó su enfado por la radio de equipo

La frustración ataca al campeón, que cada vez se ve más lejos de conseguir su quinto título y que tiene su peor enemigo –el lozano australiano– en casa. De hecho, ahora mismo nadie daría un duro por alguien que no se llamara Nico o Lewis. Ni Alonso, ni Vettel ni Ricciardo están cerca, y al piloto asturiano ya le doblan en el número de puntos en la clasificación. “Sigo siendo tercero”, reivindicaba ante la prensa un Fernando Alonso satisfecho con la gestión de daños conseguida hasta el momento.

Hola y adiós, Kimi

El piloto español tuvo una carrera movida, ya que en la salida se vio superado por su compañero de equipo, el finlandés errante que por fin mostró su bólido rojo a Alonso. Kimi Räikkönen terminó al final muy lejos, fuera de los puntos, tras un pinchazo inoportuno cuando iba tercero. Del podio a la nada, y otros revés respecto a su jefe de filas. No fue culpa suya.

Los planos subjetivos y los descabellados adelantamientos evitaron la siesta

Una vez más, lo que más destacó en Mónaco fueron las cámaras subjetivas. Benditas sean, ya que sin ellas la fila india en que se convirtió el GP hubiera dado mejores siestas que las de los calurosos mediodías del Tour de Francia. También ayudó al relativo espectáculo la combatividad de Adrian Sutil, que acabó pagando caro sus descarados adelantamientos con un golpetazo que casi se lleva a algún comisario por delante.

El premio es para quién cruza la meta

La matrícula de honor se la ganó a pulso el que cumplió a rajatabla con el manual de supervivencia básico del principado. No se metió en líos, no se atrevió a besar los muros y simplemente mantuvo la compostura ante los mil y un retos que puede llegar a plantear una carrera urbana. Jules Bianchi obtuvo dos puntos de oro que representarán al final de año un subidón económico para los Marussia, y que podrían haber sido un poco más de no haber sufrido una penalización de cinco segundos por un stop-and-go mal aplicado que le relegó de la brillante octava plaza obtenida a la novena.

Finalizar es el gran mérito del GP,
y eso recompensó
a Bianchi y Marussia

En Mónaco lo más fácil es sumergirse en el lujo de los casinos, los yates y la alta sociedad, mientras que lo más complicado sigue siendo terminar los domingos sin un rasguño en el monoplaza. Nico Rosberg calienta el pseudo-mundial de Mercedes, mientras el resto sigue luchando para repartirse el pastel de puntos y efectivo en caja.

Resuenan los yates, se descorcha el champán y la competición se desvanece en medio de un fiestón de acaudalados. Porque por muy bella que sea, la Fórmula 1 sigue siendo una burbuja en nuestro mundo

Fotos: Getty / Hufftington Post / Afp