De las tres acepciones del diccionario de la RAE para la palabra quimera, dos de ellas son especialmente ilustrativas para analizar la paradójica situación que vive Lionel Messi cada vez que se enfunda la legendaria camisa albiceleste de la selección argentina. La primera de ellas dice así: "Aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo".

Esta es una de las definiciones más cercanas para describir fidedignamente el juego del genio de Rosario, su capacidad para transportar el balón a tal velocidad en algún punto imaginario de su bota izquierda. Lo primero que pensamos al verle ejecutar una jugada es, no puede ser posible, por ello cuando se enfunda el traje de héroe albiceleste para ser convertido incesantemente en villano, no acertamos a explicarnos los motivos que conducen a tamaña locura.

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La palabra que define la relación de Leo con Argentina es frustración y esta se resume en el rostro del diez argentino en la derrota. Tremendamente esclarecedoras sendas imágenes de Messi cabizbajo y con la mirada perdida, con una Copa del mundo y una Copa de América de fondo. Pero hacer uso de esa imagen para ‘maltratar’ al futbolista argentino es un ejercicio de ventajismo absolutamente deplorable. No en vano conociendo el resultado final, es muy fácil hacer leña del árbol caído, pero seguramente más del 50% de los que dilapidan hoy, elevarían a los altares al rosarino, si Argentina hubiera salido vencedora en la tanda de penaltis.

El fútbol es así, la pasión desaforada que genera hace rodar el balón por términos absolutos y este caso es un claro ejemplo de ello. Cierto es que Leo ha situado el listón tan alto que las expectativas que se generan respecto a él son tan enormes como la decepción que luego alimenta al monstruo de la crítica. En este deporte la línea que separa el amor del odio es tan fina, que absolutamente todos los futbolistas han podido experimentar ambas sensaciones alguna vez. Hasta cierto punto es comprensible la crítica tal y como se ha dado su relación profesional y emocional con la selección argentina. Pero la crítica debe ser constructiva y no destructiva, guardando en todo momento el respeto hacia un jugador que jamás renunció a sentirse y ser argentino. Un futbolista que teniendo que emigrar de su país, siguió eligiendo Argentina, desoyendo los cánticos de sirenas de la selección española (con la que por cierto hoy sería campeón del Mundo y doble campeón de Europa). Por ello resulta absurdo poner en duda su compromiso, Messi es muy argentino

Comparación nada favorable

Igualmente en nada favorece al diez la comparación con Diego, porque para los argentinos en cuestiones futbolísticas solo existe un D10S, y a Leo lo ven como venido de otro planeta. Y posiblemente tengan un gran peso de razón porque a Messi no le puedes pedir que haga lo que hacía Maradona y viceversa. Estamos ante dos épocas, dos futbolistas distintos, geniales, resolutivos, pero diferentes. Diego casi no necesitaba juego de construcción para resolver por sí solo un partido, se movía como pez en el agua en este tipo de situaciones, era consciente de que todos corrían para él y era el Houdini de la aparición estelar, un prodigio. Sin embargo Leo, estando a la altura de los más grandes, viene de otra concepción del juego. Messi se identifica mucho más en la circulación de la pelota, en los espacios que se generan entorno a ella, es en definitiva de otra escuela, de la academia más avanzada en cuanto a la circulación del balón de todo el planeta. Igual Leo puede resolver un partido con una genialidad, pero su talento se nutre con el rodar y el buen trato de la pelota.

¿Qué se está haciendo mal?

De la misma forma, cansado metal y físicamente, habrá que preguntarse en que se está errando para que la selección argentina no aproveche la enorme suerte de tener en su equipo al mejor jugador del planeta. Como muy bien ha dicho Menotti una sinfónica no se hace sólo con un piano brillante. Se necesitan violines e instrumentos de viento. Se necesita a toda la orquesta y Argentina (todo el equipo) no estuvo a la altura en ninguna de las dos grandes finales que ha disputado recientemente. Muchos nos seguimos preguntando si Argentina hubiera llegado a esas dos finales sin el decisivo y puntual concurso de Messi tanto en el Mundial como en la Copa América.

Entre los mejores de la historia

Es absurdo discutir si Leo está entre los mejores de la historia, que lo está, no olvidemos que Di Stéfano jamás ganó un Mundial, que Maradona nunca ganó una Copa de Europa y que Cruyff también perdió una final de la Copa del Mundo. Posiblemente sea un problema de concepción del juego y de concepto e identificación de sus paisanos con su mayor estrella. A Leo le consideran como un producto europeo, pero paradójicamente el fútbol sudamericano de la última década se ha convertido en una maquinaria de fabricación de productos exportables a Europa.

Un problema de base

Sinceramente, generalizando con el nivel que se ha visto en la Copa América (de la que Chile ha sido justo ganador) existe un grave problema de base en el fútbol sudamericano. Desde hace años se da una preocupante ‘europeización’, una absurda desnaturalización de ese fútbol que tanto es de admirar y que tantos cracks han aportado a la historia de este deporte. Aparte de que Leo estuviera mejor o peor en la final, la generalidad ha sido bastante pobre, y posiblemente nos encontremos ante un problema de escuela, de formación. Son muchos los expertos técnicos que ya han avisado de la problemática, el negocio se está anteponiendo al talento y se ‘fabrica’ un producto con una personalidad europea que aleja al futbolista de su condición natural.

Brasil y Argentina son los ejemplos más claros, en el segundo caso, una vez más César Menotti, ha puesto el dedo en la llaga incidiendo en que quizás el técnico de la Selección o los responsables de la AFA tendrían que abogar por más horas de entrenamiento, menos viajes a Roma, a Milán, a Nápoles o Manchester y más ver partidos en Jujuy o Tucumán, donde se podría comenzar a recuperar una identidad creo perdida. Estamos por tanto ante un problema de mayor calado, Leo puede ser responsable de que le salga bien o mal un partido, de venir de una temporada mala o una temporada buena, en ambos casos fundido, pero el diez tan solo es la punta del iceberg de un problema que debe atajarse en la base del fútbol que un día hizo enamorar al resto del planeta.

Por todo ello este asunto ya enquistado y, de difícil resolución, nos conduce irremediablemente a la segunda acepción de quimera: Monstruo imaginario que, según la fábula, vomitaba llamas y tenía cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón. El monstruo que entre todos hemos creado sin percatarnos de que Messi, siendo humano, es el mejor jugador del planeta y quién sabe si algún día podrá sortear su última quimera.