Una tarde en White Hart Lane

Dicen que el fútbol inglés tiene una magia especial que le hace distinto a los demás, pero solo cuando lo vives crees en ello firmemente. Así fue el Tottenham Hotspur - Manchester City desde la perspectiva de un extranjero en el ancestral feudo de los 'spurs'.

Una tarde en White Hart Lane
Foto: Nacho González (VAVEL)
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Por Nacho González Rueda

Londres, Inglaterra. 14:00 horas del domingo, 3 de mayo de 2015. Mientras el corazón de una de las mayores urbes del mundo permanece bullicioso y ajetreado como es costumbre en el ambiente londinense, unos kilómetros más al norte también se aprecian multitudes y riadas de gente. Sin embargo, aquí no se trata de turismo, trabajo o cualquiera de esos motivos que mueven a los transeúntes de la parte céntrica de Londres. En el norte, la religiosa uniformidad de los presentes y la dirección común de sus pasos, como si de una gran procesión se tratara, solo puede significar una cosa: juega el Tottenham Hotspur. Y esta vez, lo hace contra el gigante Manchester City.

Faltan dos horas para el pitido inicial a las 16:00, pero en los aledaños de White Hart Lane, el feudo de los spurs, ya se respira fútbol. Desde la estación de Seven Sisters, tu enlace con el estadio si llegas desde el bohemio barrio de Camden Town, varios autobuses conectan a los pasajeros recién salidos del 'underground' con el estadio. Es entonces cuando el ambiente inglés empapa al aficionado. Las casas bajas de ladrillo de tonos rojizos y marrones secundan la ruta a ambos lados de la calzada, mientras los autobuses colorados de dos pisos transportan en su interior conversaciones sobre cómo se portarán los hombres de Pochettino ante su público.

Al llegar a la parada de White Hart Lane, pocos dirían que aún quedan un par de vueltas completas al reloj antes del comienzo del partido. El blanco spur invade las proximidades del estadio, y un nombre aparece constantemente en las espaldas de los fans: Kane, junto a su dorsal 18. El delantero inglés, que se ha destapado esta temporada como el gran artillero nacional, es el indiscutible ídolo de la afición local y el principal reclamo en el merchandising. Kane, one of our own ("Kane, uno de los nuestros"), rezan algunas camisetas a la venta en los puestos que rodean el estadio. Otras optan por tirar de humor, colocando la cara del bueno de Harry en el cartel de la película 'Ciudadano Kane'. Lo que queda claro es que en el norte de Inglaterra hace ya tiempo que Gareth Bale no es el ídolo de la grada.

Mientras mata el tiempo como una aficionada más, una chica con la camiseta de Bale en el Real Madrid atrae las miradas de algunos confusos: ¿enemiga o amiga? "I still like him" ("Todavía me gusta"), se oye decir con cierto tono melancólico a un aficionado después de que la visión del extremo galés con la zamarra madridista generara debate entre él y sus compañeros de asiento en White Hart Lane. Pero también los hay que consideran a El expreso de Cardiff un traidor. Otro aficionado ve poco después a la joven madridista, aprovecha el folleto que tiene en su mano y, tras transformarlo en una bola de papel, lanza contra la cabeza de la chica con despecho ese proyectil improvisado. Ella no consigue localizar al autor del pelotazo, y este al menos deja su orgullo reparado con su travesura.

Tras unos minutos de 'dominio local', comienzan a hacerse notar las primeras camisetas celestes. Los aficionados del Manchester City, después de viajar desde el noroeste inglés hasta Londres, llegan por fin al estadio del Tottenham. Un autobús repleto de citizens se detiene para que los mancunianos puedan poner pie en acera e intimidar a unos spurs en amplia ventaja numérica. Oh, Manchester is beautiful ("Oh, Manchester es bonita") es su primer grito reivindicativo de guerra. Detrás del grupo de los jóvenes, el más ruidoso, un sorprendente director de orquesta aparece. Va a paso más lento por los achaques de la edad, pero un hombre de unos 70 años decide qué cántico deben entonar sus compañeros citizens desde la retaguardia. A ver quién es el valiente que le lleva la contraria: su tatuaje en el cuello con las siglas del Manchester City, MCFC, da a entender que son muchos los años que ese veterano lleva sintiendo los colores a flor de piel.

Llega por fin la hora del partido, y la muchedumbre se apresura a llegar a su asiento en White Hart Lane. En la South Stand, que en su sector occidental acogerá a la afición visitante, spurs y citizens se ven las caras separados por el protocolario cordón policial, aunque no hay ni un indicio de violencia. Las armas de ambos bandos son otras: cantar hasta que la garganta lo permita. Brazos en alto, palmas al unísono y canciones en inglés ensalzando a los respectivos clubes se cruzan en la calle que da acceso a la grada sur del feudo del Tottenham. Los celestes se rebelan a pesar de estar rodeados de rivales, pero los de blanco reivindican la importancia del miedo escénico.

Una vez dentro del estadio, White Hart Lane muestra todo su encanto. El feudo de los spurs es en su cara exterior geométrico, industrial, tosco y poco dado a la arquitectura artística en pos de una exageradamente práctica. Pero, como se suele decir, lo importante está en el interior. Una vez superadas las abarrotadas y claustrofóbicas puertas de entrada para volver a respirar aire fresco con vistas al césped, encuentras un rincón dedicado en cuerpo y alma al fútbol, con una humilde capacidad para 36.240 espectadores y un aura especial. Decorado con mensajes de motivación como To dare is to do ("Atreverse es hacer") y con más de un siglo a sus espaldas, White Hart Lane luce radiante mientras el nublado cielo londinense deja un hueco al Sol para que ilumine el tapete verde.

Con el escenario perfecto para el desarrollo de una noble batalla de fútbol inglés, es la gente que llena las gradas la que consigue que la experiencia sea mágica. Al tratar de alcanzar tu asiento, un hombre rapado y vacilón te roba una patata mientras te mira con complicidad y ríe. Una vez posado el trasero, y con el amigable ladrón de comida a la derecha, otro aficionado de grandes proporciones y aspecto parecido a algún personaje de las novelas de Harry Potter será el compañero a la izquierda. No hablará durante todo el partido, pero a pesar de su apariencia intimidante y extraña pasará todo el partido con una bondadosa sonrisa en la cara. Parece que dé igual el resultado: para ese seguidor que bien podría haber imaginado JK Rowling todo está bien, gane o pierda el Tottenham. Otros aficionados sentados cerca no tardan en percatarse de la presencia de extranjeros en la grada, y cuando piden permiso para llegar hasta su sitio se dirigen a ti con palabras de agradecimiento en un español visiblemente poco practicado.

Y por fin, comienza el partido. Los londinenses son conscientes de la importancia del partido para poder entrar en competiciones europeas, y desde el primer segundo dan calor a los suyos. El sector de animación, que no se sentará en los 90 minutos de juego, entona sus cánticos incansables y empuja al Tottenham celebrando incluso los saques de banda a favor. Como respuesta, los pupilos de Pochettino saltan al césped con actitud ganadora y ponen contra las cuerdas al Manchester City encerrando a los celestes en su campo.

Cada vez que el balón entra en contacto con las botas de Huracán Kane, la adrenalina recorre los cimientos de White Hart Lane y un runrún se despierta en la grada. Las esperanzas de 36.000 personas están depositadas en el dorsal 18 de los locales, y no ocultan su emoción al ver a semejante 'killer' vestir sus colores. "Forward!" ("¡Adelante!"), gritan voces espontáneas animando a su equipo en vista de la debilidad de los citizens.

Sin embargo, en el minuto 29 un silencio sepulcral se adueña de la grada local. Después de una nueva ocasión clara del Tottenham que a punto estuvo de acabar en gol en propia puerta del City, los celestes lanzan un contraataque mortal que culmina Agüero en un mano a mano tras asistencia de Silva. El sector citizen, hasta entonces incapaz de igualar los decibelios de sus rivales, aprovecha la ocasión para desgañitarse.

Mientras los forasteros mancunianos celebran orgullosos, la rabia de los spurs se ve reflejada en un pequeño fan pelirrojo unos asientos más lejos. El niño, sentado al lado de su padre, se siente como Pochettino desde su sitio, inmerso en el choque sin dar conversación a nadie. Cuando Agüero marca, su rostro de concentración total cambia a medida que su ceño se frunce, hace pucheros con la boca y cruza sus brazos con indignación. Entonces, desahoga toda su rabia con un gesto demoledor: alza la mano y, con decisión, levanta el dedo corazón en señal de desaprobación. Ni su propio padre tiene valor para regañarle por semejante obscenidad. Nada, ni siquiera el gran esfuerzo de los spurs hasta ese momento, vale para dar una explicación convincente de lo sucedido a ese pequeño con alma de entrenador macarra.

El fútbol no querría devolver la sonrisa a ese niño entrañable en apariencia y con una sangre ardiente en su interior digna de Roy Keane. Durante los 60 minutos restantes de los que dispuso el Tottenham para empatar, el guardameta Joe Hart se convertiría en una pesadilla para los spurs, frustrando una y otra vez las intenciones de los locales. De nada valdría la presión de White Hart Lane cada vez que el portero sacara desde su área o un jugador rival tuviera que visitar un córner lleno de aficionados vestidos de blanco. Incluso el ídolo local, Kane, tendría una tarde horrorosa en la que fallaría hasta desesperar a sus seguidores.

Los cinco minutos de descuento que concede el árbitro son celebrados en el estadio como si de un penalti se tratase. Sin embargo, el agotamiento local y la inteligencia visitante para perder tiempo -Agüero se despidió de Londres con un espectacular coro de abucheos de fondo tras recorrer medio campo andando al ser sustituido- acaban finalmente con el sueño del Tottenham. A pesar del 0-1 y las complicaciones para acceder a Europa, White Hart Lane despide a su equipo con aplausos, aunque es imposible ocultar la resignación. Los fieles al Manchester City, por su parte, son los últimos en abandonar el estadio, saboreando el triunfo. Y es que, más allá de las ocasiones generadas y el juego desplegado, han sido los únicos que han podido gritar ese "yeah" que solo un gol merece.

A la salida del estadio, las camisetas celestes gritan orgullosas el nombre del Manchester City, mientras que los sufridores del Tottenham Hotspur mantienen animadas conversaciones sin demasiadas ganas de alzar la voz. Les espera una tarde para el olvido: su equipo ha perdido, y a pocos kilómetros, en el suroeste del centro de Londres, el Chelsea se ha proclamado desde hace horas matemáticamente campeón de la Premier League en Stamford Bridge. Hoy, hasta el vecino tiene motivos para celebrar, pero no ellos. Atrás, eso sí, dejan una tarde más su hogar futbolístico, de nuevo presente en una tarde de balompié con ese encanto único que tiene en Inglaterra. Cuando regresas en transporte público, puede que lamentes no haber podido celebrar un gol junto a todas esas personas que te has ido cruzando por la tarde. Pero ese ambiente único en las horas previas, ese temblor en las piernas al entrar al estadio y esa magia que solo consiguen los que inventaron el fútbol te acompañarán para siempre.