El destierro más angustioso

España, por primera vez en 11 años, no tendrá presencia en la final continental de fútbol sala después de quedar apeada en la semifinal contra Rusia, que se decidió por un gol a falta de un minuto para la final de la prórroga. Italia será su rival en el último partido del campeonato. (Fotos: Getty Images)

El destierro más angustioso
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Por Antonio Pulido Casas

Los primeros aromas en la previa ya destilaban un ajuste de cuentas que se antojaba moral, con Pula (por ampliación de la sanción) y Shayakhmetov (por lesión). Un sentimiento de equidad impregnaba las impresiones españolas, que también adolecían las ausencias de dos puntales bien erguidos: Ortiz y Torras. Con equidad mental en las bajas, Venancio y Skorovich veían una semifinal más imprevisible en unos conjuntos que desprenden el mismo afecto que Tom y Jerry.

El acicate de la Rusia superior durante el resto del torneo tenía tal valor que había achicado las esperanzas de una bicampeona mundial como España, enzarzada en estas eliminatorias casi desde que el Sol naciera, pero el hermetismo invulnerable que revestía a los de la estepa, herencia intencionada del sóviet, aminoró las opciones que siempre se le presuponen a los españoles. La afición castellana no atendía a este vendaval ruso porque, simplemente, en fútbol sala siempre se gana, y no habría recoveco a la duda ni pelos de gamba que cupieran. Al menos, aquello se pensaba antes de que Rusia encontrara las únicas porosidades de la tez hispana, suficientes para derrocar el reino visigodo.

-“Fuera de Europa”, gritaron los rusos.

Y como si de la División Azul se tratara, Siberia congeló a los soldados a falta de un minuto para el final de la prórroga.

Aunque el empeño comenzó de forma más cálida, a decir verdad. Demasiado, se intuía. En el primer período no se atisbó fallo alguno que preocupara a la parroquia rojigualda. Ni siquiera mínimo. España empalaba cabezas rusas con una aceleración que emborronaba las piernas, muy correcaminos todo, la superioridad era tan manifiesta que la extensión geográfica de Rusia se aminoró a Honolulu. Los rusos, los más morenos que se recuerdan, danzaron con collares de flores enrolados en sus pescuezos mientras Lin tocaba bachatas con la bola. El único que no quiso mover cintura, Robinho, lo dejaron castigado en propia cancha a base de arranques españoles. Rusia perdía su ritmo y, como consecuencia, lanzaba balones en largo como quien lanza el envoltorio del chicle: sin ningún interés en saber dónde cae.

El pecho español se ensanchaba por momentos, en sintonía cada una de las piezas que ni Viena contaría con tal repertorio de sinfonías sin tachones. Fernandao soplaba, con fuerza, el trombón; Sergio Lozano le acompañaba con la delicadeza y el peso del contrabajo; Miguelín, al triángulo, daba coherencia en la orquesta; José Ruiz y Aicardo se apropiaron de la percusión para que todo fuera al ritmo impuesto por Venancio, y Lin, escondido entre la marabunta de sonidos, recordaba que el piano es la zona más elegante del escenario. Todo sonaba muy bien, incluso en Las Ventas pidieron cita para que Raúl Campos emulara al mejor rejoneador balompédico, un tal Guti, y levantara a la plaza con una pisada hacia atrás. Pola apareció por allí para marcar el primero y, de paso, señalarse las dos estrellas que lucía su escudo, que es un signo de que ni Dios puede arrebatárselas por mucho que se empeñe en ser el amo celestial.

Unas cuantas paredes después, se llegó al descanso.

Pero parecía que se había llegado al oasis una vez recorridos 100 kilómetros en el Kalahari, tan exhaustos que no importaba descansar un ratito. Un ratito que se extendió 15 minutos, concretamente, lo suficiente para que Skorovich recordara que en el deporte es necesario llegar a los objetivos que, en su caso, al margen de enseñar cirílico a los nacionalizados, pasaba por incordiar a España. Pero entre tanto robo, alguien tuvo que cambiar los instrumentos por palos de caña y sartenes sucias, puesto que España olvidó de qué iban las octavas y sufrió amnesia musical. Lo cierto es que Sergeev, que de niño rompía partituras, envió tantas plegarias a la virgen de Kazán que ésta le acabó transformando su pierna en un cañón de los navíos y engordó la pelota de tanto hierro que ni Rafa, un gigantón, supo desviarla de su radar. La cosa se envenenó en el momento que Lyskov se engulló en la ya roída zaga española para adelantar a los de la ensaladilla con una puntera de bailarina. El primer pelo de gamba que se anticipó unos párrafos más arriba.

Suerte que Rafa Usín guardaba un recorte, acrecentado por el resto del torneo, y lo sacó a relucir para empatar antes de que los rusos celebraran con Lyskov. Una espinita pareció clavárseles dentro, pero no muy profunda, así que Fukin, que estudió botánica, se la sacó en una primera instancia, amagó después, recortó nuevamente y volvió a poner por delante a su patria. Y lo celebró, claro, mientras Rafa miraba al techo del Sportpaelis con una de aquellas miradas con complejo de Delorean, aunque lo suyo no pudo regresar al pasado. Lo que antes eran palmas enfervorecidas porque casi se degollaba al monstruo euroasiático, era el mismo fervor que ahora muteaban hasta los chasquidos.

-“Todavía queda tiempo”, se leía en las frentes de los españoles.

Y quedaba, un tiempo de cristal que amenazaba con romperse cuando se veía a Eder Lima con un martillo entre los dientes, capaz de destrozar las vidrieras hispánicas que se pusieran por delante. Amenazó varias veces y, aunque España terminó muy rallada, contuvo las estampidas de, ahora sí, un cerco propio de Lenin. Con portero-jugador y Miguelín con la camisola amarilla, inmune a esto de la mala suerte al parecer, España encontró en un zapatazo perdido entre las intenciones del mallorquín y una válvula de oxígeno que igualaba, de nuevo, el marcador más brillante de esta Eurocopa. Tras el éxtasis, Robinho tampoco quería saber nada de gambas, así que repudió jugar la última posesión como si LeBron James le poseyera.

La prórroga, menos acostumbrada a España pero más enamorada de ella, es un terreno en el que el más campeón mejor sabe ganar. Al menos, es el papel que España digirió durante nueve minutos, con tesón e incidencia, con hambre de final y, evidentemente, con ganas de meter algún gol, que en eso consiste aunque enfrente se atisbe un Pitbull mellado. A falta de un minuto, se perdió la correa del animal y se escapó por la puerta de atrás, entró en casa y embarró todo lo que encontró a su pasa hasta dejar la fornitura como la Boda Roja o, lo que es lo mismo, desfigurar las caras españolas. Robinho sí que mató ahora. El fin de la octava final en nueve ediciones y del quinto título consecutivo.

El pitido terminal sirvió para que España, por primera vez en 11 años, no acudiera a una final continental después de las disputadas en 2005, 2007, 2010 y 2012. Rusia, por el contrario, disputará su quinto partido decisivo, con una única victoria, precisamente, en y contra España, en 1999 (penaltis). Su rival, en este 2014, será Italia, que derribó el favoritismo de Portugal y se cuela en su tercera, con trofeo en 2003. Esto, en estadística, se traduce en una final inédita, puesto que el rey con más tierras fue desterrado.

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Sobre el autor
Antonio Pulido Casas
Periodismo cuya máxima vocación es informar de lo que acontece en el plano deportivo. Hijo del año 92 e impulsado por los valores doctrinales del olimpismo. Tú escucha, que yo te cuento.