Quizás porque siempre he querido ir contracorriente no estoy en estos momentos profundizando en la apasionante biografía de Chaplin, que tanto me apasiona y en tantas ocasiones he leído, posiblemente por esa razón mi mirada histórica hacia los genios en lugar de horadar en los sombríos inicios de Charles en Londres del sur, se ha dirigido a Pickway (Kansas), la tierra de El mago de Oz, donde existen puntos de fuga y coincidencia entre dos genios del cine que jamás podremos olvidar. En lugar del creador de Smile, de la sonrisa eterna y melancólica de aquel vagabundo, he preferido la cara de palo de un excelso artista del cine que jamás sonrió: Buster Keaton.

Lo cierto es que llevo un tiempo debatiéndome entre Keaton y Chaplin, hay días en los que me levanto pensando que no hay mayor genio que Chaplin, pues de pequeño me hizo mucho reír y al siguiente instante me invade la sensación de que Keaton, que jamás nos regaló una sonrisa, era mucho mejor director y un creador de un humor absurdo e inteligente que trasciende al paso de los años.  Entre las regiones de la fantasía donde es dado crear, la duda me asalta incesantemente, pues el aire melancólico del music hall inglés me hace caer en la garras del vagabundo más conocido de la historia, para luego quedar fascinado con los gags incomparables de Buster. En cierto sentido, Keaton fue a Chaplin lo que los Rolling Stones a los Beatles. Y entre una cosa y otra, mientras me decido sobre este versus maravilloso de la historia del cine, entre un icono como Chaplin y el actor cómico más inteligente de su tiempo, abrumado entre dicotomías y antinomias, compruebo curioso el paralelismo esférico entre los Keaton y Chaplin del fútbol de nuestro tiempo: Lionel Messi magnífico creador de fútbol, como Keaton dotado de un estilo inteligente y atemporal, ante Cristiano Ronaldo, el vagabundo fascinado por la cámara que no fue un gran director sino que creó un inconfundible personaje con el que llegó a la eternidad. Lo cierto es que en ocasiones Messi es Chaplin y Ronaldo es Keaton y viceversa, la poesía de ambos es Dante y es Petrarca, es Góngora y es Quevedo.

Decía el político y escritor Jonathan Swift, que cuando en el mundo aparece un verdadero genio puede reconocérsele por este signo: todos los necios se conjuran contra él. Y de necios que pierden la oportunidad de disfrutar de ambos al mismo tiempo está repleto este negocio del balompié, y no hago para nada referencia a los buenos aficionados de Barcelona o Real Madrid, que tienen todo mi respeto, el derecho y la libertad para elegir a Chaplin o Keaton, sino a aquellos cegados que no poseen la capacidad para apreciar a  ese hombrecillo que caminaba con los pies hacia fuera, para reconocer que hizo reír al mundo y nos enseñó que pensamos demasiado y sentimos muy poco. Tampoco a aquellos que no supieron ver en Buster Keaton a aquel hombre tímido, que se sorprendía cuando le llamaban genio, aquel que en el trabajo de cada día improvisaba mucho, inventaba sobre la marcha.

Por ello en este excepcional caso que tenemos la oportunidad de disfrutar, me quedo con ambos, pues en cierto modo y salvando las distancias culturales existentes en el paralelismo establecido, Ronaldo y Messi son héroes de nuestro tiempo y la rivalidad que rodea al mito construye una poderosa verdad: hay futbolistas que tienen la capacidad de hacer con soltura lo que es difícil a los demás, he ahí la señal del talento; pero solo los elegidos son capaces de hacer lo que es imposible al talento, he ahí el signo del genio.

Lo siento, pero mientras este trepidante y maravilloso versus siga su curso, Bale y Neymar tendrán que esperar…